Opinión

Saint-Émilion, 2005

"Cuando comienzas a estudiar sobre el vino todo te deslumbra pero, más o menos rápidamente, descubres algunas cosas fundamentales. Y lo primero es que tienes que tratar de olvidar casi todo lo que sabes la primera vez que pruebas un vino nuevo para evitar que la degustación sea un ejercicio de confrontación de tus prejuicios"

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Foto |cortesía Jesús Nieves
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—¿Tendrán un Saint-Émilion?, escucho preguntar a un hombre de pasados 60 años y que, con sus canas, me hace recordar a algún profesor de bachillerato, con la particularidad de que en lugar de pantalón largo viste bermudas.

—¿Eso es una marca?, pregunta de vuelta una de las empleadas de Cine Cittá con cierto fastidio pero con algo de asombro e ingenuidad.

—¡Sí!, responde el profesor. Ambos callan. Luego corrige:

—Bueno, no. Es más bien un lugar.

Venezuela en una copa

Esta es la Caracas de 2024, la capital de Venezuela, un país que en algún momento estelar de la primera década del siglo XXI alcanzó la cifra anual de consumo de tres litros de vino per cápita que, estudios más recientes, han disminuido a menos de un litro, casi risible si se le compara con, por ejemplo, los 30 litros de consumo de los argentinos.

Venezuela es tierra de destilados, de whisky escocés y de ron criollo.

Por allá por 2012, en una entrevista, el enólogo de una de las principales bodegas chilenas me confesaba: “Cuando comencé a venir a Venezuela en los 2000, la gente apenas si notaba que había vinos blancos y tintos, ahora es diferente y quieren saber sobre la mezcla de cepas, el tiempo que pasa en barrica, la procedencia de la madera y, lo mejor, detectar las diferencias”.

Se cumplía entonces una década de algunos de los hitos que más han influido en la incipiente cultura del vino local: la aparición del Salón Internacional de Gastronomía, la revista y la guía de vinos Cocina y vino, y el encanto masivo de El vino toma Caracas. Las visitas de enólogos y gerentes de exportación de bodegas de España, Italia, Chile y Argentina ocurrían prácticamente cada semana, la introducción en el mercado de nuevas etiquetas era la norma y los precios, apoyados por la posibilidad de adquisición de dólares a tasa preferencial, eran atractivos. Las cavas de los restaurantes ofrecían una variedad inédita de diversos rangos de precio mientras que en cualquier lugar, de centros nocturnos a librerías, se presentaban catas y degustaciones.

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Foto de referencia. Cava de vinos del restaurante la Huerta. Foto Eduardo Arévalo Jaimes

Sin ser un fenómeno abiertamente masivo, ya el vino no era un capricho de la elite gobernante como en los tiempos de Antonio Guzmán Blanco ni una excentricidad de inversionista como en los tiempos cuando Hans Neumann fue dueño de la mítica Vega Sicilia. El vino entraba en la compra semanal del supermercado y la gente quería saber más sobre lo que bebía.

Un par de años después comenzaría la grave crisis de desabastecimiento y los años más férreos de control cambiario. Como en muchas otras áreas de Venezuela la combinación de la diáspora, la complejidad del acceso a las divisas y la pérdida monstruosa de poder adquisitivo de Venezuela, detuvo aquella fiesta.

El Salón Internacional de Gastronomía, el Festival Gourmet Internacional y El vino toma Caracas entraron en receso; la revista Cocina y vino y la revista Bienmesabe dejaron de salir en papel; los gerentes de exportación y enólogos dejaron de venir en parte asustados por las cifras de criminalidad que eran recurrentes en los noticieros del mundo, en parte porque no había nada que vender. El consumidor venezolano encontró cierto refugio en la cerveza artesanal y conservó como recuerdos aquellos conocimientos que había adquirido sobre el vino.

Clientes que no tienen la razón

—Entonces no tenemos, dijo la joven ya un tanto aburrida.

—Deja que voy a hacer un aporte a tu acervo cultural, le comentó el cliente con tono de microeducativo radial mientras sacaba su teléfono celular y le comenzaba a explicar, supuse yo, desde los metros de distancia que nos separaban, que Saint-Émilion estaba en Burdeos, en Francia y allí había un estuario que era el Gironda y así.

Status en una botella

Cuando comienzas a estudiar sobre el vino todo te deslumbra pero, más o menos rápidamente, descubres algunas cosas fundamentales. Primero, que tienes que tratar de olvidar casi todo lo que sabes la primera vez que pruebas un vino nuevo para evitar que la degustación sea un ejercicio de confrontación de tus prejuicios.

Segundo, debes tener los sentidos muy atentos a lo que está en copa: con excepción de la audición, el resto de los sentidos deben involucrase en lo que estás probando, de las primeras impresiones aromáticas a la distinción táctil que va de la sedosidad a la astringencia.

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Cata. Foto cortesía Roman Odintsov / Pexels

Tercero, hay que tratar de separar la degustación del vino de la ocasión: la emocionalidad de compartir con amigos o la tristeza de una despedida no deberían estorbar el juicio que vas a tener de lo bebido.

Lo demás es leer mucho sobre regiones, perfiles varietales, bodegas, enólogos, métodos de elaboración y revisar mapas, información sobre suelos y reportes de clima para entender cómo elementos como la altura sobre el nivel del mar; la cercanía a ríos, mares u océanos; el material predominante en el suelo; la exposición al sol de las plantas; los vientos o la variación del clima entre invierno y verano, entre las temperatura más alta del día y la de la noche; influyen en la uva con la que se hará cada vino.

Y, por supuesto, está probar con criterio. Probar una y otra vez, con curiosidad, siendo infiel a bodegas, marcas y gustos personales, con la convicción de que esa pregunta que siempre se repite “¿cuál es el mejor vino que has probado?” no ha sido contestada todavía sino que puede estar en el siguiente descorche.

En resumen saber de vinos, saber que Saint-Émilion es una zona a la derecha del Gironda, que el merlot es la uva predominante (a diferencia de la orilla izquierda) y que es el hogar del mítico Cheval Blanc, es algo que toma tiempo y dinero y que implica incluso sacrificar el placer más amplio del vino para dedicarse a su estudio.

Sin embargo, el acceso a la información sobre vinos cada vez es más directo, solo con pasar el código de barras de una botella por la cámara del teléfono se pueden encontrar muchos detalles y esto lo convierte en un tema de conversación que suele ser considerado como elevado, por lo que siempre hay quien pese a no tener mucha idea de lo que dice se aventura a opinar sobre vinos, se declara incluso “amante del buen vino” aunque en su memoria y paladar solo existen cabernet sauvignon y sauvignon blanc, blancos y tintos a secas.

En contraste, las preguntas que sigo respondiendo cuando estoy dirigiendo una degustación o presento vinos en un stand son las mismas: ¿Malbec es una marca o es un tipo de uva? ¿Si dices que el vino tiene notas de chocolate es porque lo maceran con chocolate? ¿El vino rosado se hace mezclando lo que les sobra de blanco y tinto a las bodegas? ¿El mejor vino es el que más me gusta?

Última copa

Ya que había escuchado toda la conversación entre cliente y vendedora recordé que había visto un Saint-Émilion 2005 en una pila de botellas en la entrada de la sección de licores. Fui por uno de los vinos y lo traje al señor.


Esto es lo que busca, le dije.


—¡Ah!, dijo mientras examinaba la etiqueta. Pero es 2005, me comentó.


—Junto con 2009, 2005 es una de las grandes cosechas de la primera década del siglo en Burdeos según Robert Parker, Wine Spectator y la mayoría de las publicaciones especializadas, le respondí, pero era fácil darse cuenta de que la explicación estaba de más porque él ya había perdido interés.

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Nunca sabré si el señor intentaba deslumbrar a la vendedora o era un ejercicio de reafirmación de conocimiento o de superioridad, pero al despedirme y dejarlos con la botella del vino que teóricamente buscaban sentí que pese a que yo creía que les resolvía un problema (o aportaba a su acervo cultural), en realidad los había decepcionado, como quien toma una botella pensando que todavía hay un poco en ella y al inclinarla sobre la copa solo ve que caen dos gotas y nada más.

Siempre me ha gustado la frase de Adolfo Bioy Casares que afirma que escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida. Siempre he pensado que es lo mismo con el vino. Tengo que acostumbrarme a que no a todo el mundo le gustan las molestias y trabajos de una remodelación. Después de todo, para gustarte el vino no necesitas saber mayor cosa sobre él, solo descorchas, sirves y bebes. Y si estás en Caracas, en 2024, pronto te das cuenta que 2005 y Burdeos están convenientemente lejos.

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