Economía

Envejecer más de la cuenta por una pensión

Son muchas las horas que pueden acumularse en una cola. Los adultos mayores sienten pasar lo que les queda de vida mientras esperan por el pago de sus pensiones, sin mayores esperanzas de conseguir el monto completo ni poder darse gustos propios de la vejez

Portada: EFE | Fotografías dentro del texto: EFE y AP
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Hugo Hernández se acostumbró a hacer colas a sus 74 años. Bajo el sol y sin conversar con la gente. Espera paciente como el resto, con la esperanza de que haya billetes en el cajero automático. “Esto no debería ser. Uno debería poder sacar plata en todos lados”, dice, hastiado. Pero está consciente de que lo guía más la suerte que la certeza. Aunque sabe que el dinero de la pensión de su esposa está intacto en su cuenta corriente, desconoce si podrá el aparato escupirá los 10 mil bolívares ese día –el máximo permitido–. Comparte el mismo peregrinar con los demás adultos mayores en la cola. Su pensión se les hace impalpable.

Cada vez que puede, Hernández acude a una agencia del Banco de Venezuela en el centro de la capital con la tarjeta de débito de su esposa. Mientras, ella se queda en casa haciendo quehaceres del hogar. No está para plantones. “Mi señora tiene esa pensión intacta en su cuenta, porque desde hace cuatro meses está con la libreta vencida. Le dicen que no hay material. Entonces tengo que venir con su tarjeta y ver si le puedo sacar 10 mil bolos”, asegura.

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De 10 mil en 10 mil piensa vaciarla, si es posible. “Ella necesita esa plata para sus cosas personales: sus sostenes, sus blúmer, jabón de baño, papel toilette, que está carísimo ya”. Él “se bandea” con la suya. Básicamente, Hernández destina al menos un tercio de sus 177.507,43 bolívares –que incluyen el llamado Bono de Guerra Económica– para pagar una caja del Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP) mensual que llega a Ocumare del Tuy, donde reside. El resto, se le va en comestibles: arroz, pasta, granos. “Imagínate, yo ya no compro carne ni pollo. Más nunca. Hasta las pechugas, que hace unos años uno las podía comprar, las vi el otro día en el supermercado en 18 mil bolívares el kilo. Así no se puede”, agrega.

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No es mucho a lo que Hugo puede aspirar con una pensión. En 2017, se han decretado cuatro aumentos de salario mínimo que inevitablemente repercuten en su bolsillo por estar adscrito al Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS). El último fue de 40%, oficializado en Gaceta Oficial N° 41.231 el 7 de septiembre. Pasó de cobrar 97.531 bolívares a 136.544,18 bolívares mensuales. Los viejitos no cobran “cestaticket” –más de la mitad del “ingreso integral”– pues a pesar de que la Asamblea Nacional aprobó una ley que así lo ordena, el Poder Ejecutivo no la aplica.

Se emocionó con el decreto anunciado por Nicolás Maduro, no lo niega, hasta que descubrió que el aumento no le hizo ni cosquillas, opacado por la inflación galopante. Los cuatro ajustes salariales representan un incremento de 404%, que palidecen frente la inflación anualizada de 703,5% para finales de agosto y que se proyecta en 1.028% para el cierre de año, de acuerdo con cálculos de la firma de inversiones Torino Capital.

Años ni tan dorados

A pesar de que Nicolás Maduro fijó un Bono Especial de Guerra Económica de 30%, o sea 40.963,25 bolívares más, solo le alcanzan para comprar, por ejemplo, dos desodorantes, cuyo precio pasó de 9.566,67 a 18.666,67 bolívares en el mes de agosto, de acuerdo con lo calculado por el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (CENDAS-FVM). Para Edgar Silva, coordinador del Comité de Pensionados y Jubilados, esta dádiva económica “es solo una burla para los abuelos, para los adultos mayores, uno de los sectores de la población venezolana que más ha resultado afectado por esta crisis económica, por la mala administración del gobierno”, según aseveró para El Estímulo.

No es que uno se puede dar un lujo, como ir a comer a un buen restaurante. No, chica. Usamos esa plata para sustentarnos. Uno tiene que dar gracias a Dios que por lo menos se puede vivir de a poquito, a ver a dónde vamos a llegar”, suelta Hernández. No era la vejez que avizoró: peregrinar por agencias bancarias, para a la vez hacerlo por supermercados en busca de los precios menos dolorosos para su billetera. Por muchos años, fue del timbo al tambo, cuando era chofer y asistente de la gerente de Tele Cuba, empresa de repuestos eléctricos y electrónicos. Esperaba tiempos de tranquilidad cuando se retiró hace 14 años, pero 2017 no le ha dado tregua.

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Macario Ravelo tuerce los ojos y ensancha una sonrisa burlona cuando le preguntan si la pensión le alcanza. Hombre de pocas palabras, lo explica con gestualidades. Hala un gran chicle imaginario que se extiende al ancho de sus brazos abiertos. “Hay que estirarla para comprar comida. Qué más”, dice, con mirada cansada. El hombre de 62 años se voltea buscando aprobación en la cola de la agencia del Banco de Venezuela, en La Candelaria, Caracas. Y la encuentra. A sus 62 años hace colas diarias para retirar 10 mil bolívares que le alcanzan para comprar solo papel de baño, que presentó un alza de 26% y se ubicó en 7.100 bolívares.

Hay quienes destinan su pensión a su salud, especialmente cuando los achaques comienzan a aquejar durante las procesiones diarias. Glosio Osorio dejó atrás a la mujer enérgica que era hace una década. Siente el desgaste de su condición física a sus 65 años, especialmente tras ser diagnosticada con cáncer de mama y sobrevivir para contarlo. “Después de la quimioterapia no soy la misma, no rindo igual, hago tres trayectos cortos y ya me canso”, confiesa. Le recién prescribieron Anastrozol, un medicamento para tratar la condición cancerígena después de la cirugía. Sus energías y su pensión se le diluyen consiguiendo el medicamento en las farmacias y el mercado negro.

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Ni piensa en los simples placeres del paladar. Recuerda que hace un quinquenio podía comprar sin problemas un paquete de tocinetas. En 2017 ni les mira el precio cuando las ve en los anaqueles del supermercado, que sobrepasa los 90 mil bolívares de marcas como Charvenca. “Uno las freía y se las echaba en pedacitos, picadita, a la pasta. Divina. Ahora ni eso, vale. Ni queso amarillo ni jamón. Estamos muy mal”. Siempre consideró que la pensión era insuficiente, incluso cuando comenzó a cobrarla hace 10 años, “pero podía comprarme un pan canilla, queso, jamón. No eran cosas impensables”.

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El viacrucis del Bolívar

La vitalidad se le agota entre agencias bancarias. En La Urbina, Osorio comienza su búsqueda de cajeros automáticos con efectivo en el Banco de Venezuela, donde tiene su cuenta corriente. Su pensión está centralizada en la banca estatal. Sucede lo mismo con los más de tres millones de adultos mayores incorporados al registro del IVSS, según el ministro para la Educación, Elías Jaua. Si fracasa allí, va al Banco Nacional de Crédito (BNC), al Banco Occidental de Descuento (BOD), y por último a Banesco, sin importarle la comisión que le descuenten por el retiro. Una nimiedad.

Al igual que la sobreviviente al cáncer, Ravelo asume el mismo modus operandi, pero distribuye su esfuerzo por zonas de la ciudad. “Yo vivo en El Valle, pero no sé qué pasa que nunca hay plata ahí. Qué va. Entonces voy para El Silencio, la avenida Lecuna, La Candelaria, y consigo”. Se toma toda una mañana para hacerse con unos pocos billetes, de los cuales usa algunos para el pasaje en camionetica desde su domicilio.

Richard Martínez es de los que se levanta temprano para recoger agua clara. Se planta en la naciente cola de la agencia del Banco de Venezuela en La Candelaria entre las 5:15 y 5:30 de la mañana, a unos 15 metros de la entrada, hasta que el banco habilita sus pagos entre 8 y 8:30, tres horas más tarde. “Después de eso corre rápido, pero hay días en que uno pasa al mediodía por acá y todavía ves la cola en días de cobro. Hay veces en que llega a la esquina Ferrequín”, atestigua.

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Hernández también se desplaza, pero en ferrocarril desde Ocumare del Tuy. A sus 74 años debe “zanquear” de agencia en agencia para retirar efectivo de su cuenta corriente del Banco Venezuela. Una de sus mayores proezas en materia económica fue retirar su pensión entera, hasta el último bolívar, en billetes. Le entregaron una paca de papel moneda de 1.000 bolívares y un fajo de 20.000. Hernández lo cuenta con orgullo. No es algo que le suceda a menudo, ni a él ni a sus conocidos.

Son cuantiosas las quejas sobre los retrasos de pago, los retiros racionados y la falta de billetes para sacar los 177.507,43 bolívares de los bancos. En septiembre de este año, adultos de la tercera edad trancaron la avenida Las Américas en Mérida como forma de protesta. Acumulaban siete horas haciendo cola para sacar efectivo de una entidad estatal. Las colas a las afueras de los bancos han cundido las principales ciudades del país, como Mérida, Maracaibo, Ciudad Guayana, Puerto La Cruz.

Caracas no es la excepción, especialmente en días de cobro y a pesar del supuesto despliegue de la Defensoría del Pueblo para velar que no existan regularidades, tal como informó Alfredo Ruiz, defensor del pueblo. “La Defensoría está desplegada en todos los estados, en todos las dependencias, y acompañando también en las agencias bancarias para que se haga realidad”. Escenario que aún no se materializa del todo ante la presencia de largas colas.

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De acuerdo con Henkel García, analista financiero y director de Econométrica, la problemática va más allá de una simple supervisión. La cantidad de efectivo total debería dividirse en 13-14% de liquidez o masa monetaria y el resto, que representa la gran mayoría, debe estar en condiciones electrónicas. “Lo que sucede es que nuestra liquidez se encuentra en 7%. Tenemos la mitad del efectivo que deberíamos tener. Si el gobierno hubiese imprimido billetes de 2.000 y 10.000 bolívares, que son los billetes más necesitados actualmente, tampoco tuviésemos esta escasez de efectivo”.

Considera incomprensible lo que se vive en Venezuela, especialmente cuando se estableció una reconversión monetaria que entró en vigencia en 2008. Aún está fresca, casi para calcar. García toma la proporción y la traslada a 2017. “El billete de 100 mil, si bien hace falta, ponerlo con la liquidez actual quedaría un cono monetario de 300 piezas. No quedaría funcional”. Por ahora, ve pertinente billetes de 20.000 y de 50.000, para finales de octubre. “Ya necesitamos una distribución de la nueva familia”, remata. La medida haría un poco más sencilla las vidas de Hernández y su esposa, quien no tendría que acudir 17 días a un cajero de la banca estatal para retirar –en el mejor de los casos– la totalidad de una pensión.

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