Guillermo Morón eleva su voz sin tembleques. “Nicolás Maduro es el más nefasto e inepto de los presidentes que hemos tenido desde 1811”. El juicio de Guillermo Morón puede ser puesto en duda. Después de todo, el director de la Academia Nacional de la Historia entre 1986 y 1995 cumplirá 90 años el próximo 8 de febrero. “Ya estoy muy viejo y mi memoria tiene muchas fallas”, admite en su casa en la retirada urbanización caraqueña de Horizonte. Con frecuencia sus afirmaciones han sido polémicas y viscerales, y se sigue viendo a sí mismo, antes que nada, como un maestro de escuela.
No obstante, la premisa es tentadora. En medio de una de las más terribles crisis económicas y humanitarias de que se tenga registro, y con una orientación particularmente sectaria y empecinada, ¿puede ser ya Maduro colocado en contexto entre los peores presidentes de la historia republicana de Venezuela? No duda Morón en su simbólico Horizonte y remacha: “Vamos a decirlo de otra manera: Maduro es un presidente cuya historia sería imposible de escribir”.
Ha de dejarse claro de entrada: Maduro no es objeto de estudio de la historia. Maduro está vivo: al menos en el papel, cuenta con tres años para torcer su destino, sin contar con una reelección inmediata o posterior. El presente es un caramelo envenenado para una disciplina que exige dejar distancia emotiva y cronológica. Por otra parte, no siempre un historiador considera serio elaborar untop ten de mejores o peores presidentes como si se tratara de las respuestas de las candidatas del Miss Venezuela. Todos comparten luces y sombras. Aquí y en todos los países, el expediente de gobernantes evaluados como malos siempre será mucho más grueso que el de los correctos. Es la naturaleza humana. Los riesgos de pactar con el diablo: el poder.
La dualidad de los dictadores
Además hay que separar al hombre y su circunstancia. Dicho de otro modo: a veces, un barril de petróleo a 100 dólares maquilla un poco la ineptitud. “Una cosa es ser presidente en el siglo XIX y otra muy distinta un presidente electo por voluntad popular”, advierte Inés Quintero. La actual directora de la Academia Nacional de la Historia entra en el juego y elige a José Tadeo Monagas —dos períodos: 1847-1851 y 1855-1858— como su villano favorito: “Es un primer escollo en la institucionalización de la república. Irrumpe con su carga personalista despótica inmediatamente después de un período de estabilidad de la post-independencia que fue muy difícil de construir. Aunque también era un caudillo, José Antonio Páez había fundado su predominio sobre la búsqueda de amplitud entre diferentes sectores”.
Rafael Arráiz Lucca coincide acerca del autor intelectual del fusilamiento del Congreso en 1848. “José Tadeo Monagas causó un destrozo físico y moral de grandes proporciones. Modificó la Constitución a su antojo para extender el período presidencial a seis años y consagrar la reelección inmediata. Un desastre para el espíritu democrático”.
Los pesos pesados de la historia patria son particularmente difíciles de evaluar. Casi todo el mundo puede estar de acuerdo en que Antonio Guzmán Blanco —13 años con el coroto, sin contar sus títeres— fue un megalómano insufrible, o Juan Vicente Gómez —27 años, incluidas las marionetas—, un tirano cruel, aunque es difícil no dejar una fuerte impronta con tanto tiempo disponible: el ímpetu modernizador, en el caso del primero, o el apaciguamiento de las montoneras, en el segundo. Hasta Marcos Pérez Jiménez (1952-1958) ha pasado a la posteridad como una especie de Bob el Constructor.
Y sin embargo, Elías Pino Iturrieta embiste contra varios de ellos. “El cuadro de honor de los mandatarios oscuros e incompetentes no es corto. Pero lo recorto con referencias únicas sobre el siglo XX: lo inicia Cipriano Castro: retórica hueca, poses lamentables, alcoholismo y depredación. Lo continúa Gómez, por su crueldad, rapacidad y personal oscuridad. Si no destacamos su obra material, de la cual se hacen lenguas muchos venezolanos, sigue Pérez Jiménez: ladronazo, cabeza sin profundidad, patrocinador de torturas y crímenes”.
Un Monagas, mucho menos conocido que su padre José Tadeo y su tío José Gregorio, José Ruperto (1869-1870), es uno de los elegidos por José Alberto Olivar, profesor del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Simón Bolívar (USB), que usa tres criterios: tino para formar equipos de gobierno, resultados económicos y tolerancia hacia el adversario. “José Ruperto, fruto de una sucesión dinástica tras la muerte de su padre, el general José Tadeo, no supo qué hacer con el poder que le llegó de súbito. Prefirió rodearse de gentes sin oficio conocidos y prestos a aplicar lo que dio en llamarse la ‘Ley de Lynch’. El desfalco de las rentas, el contrabando y la escasez de productos nacionales acusaban sobre la población una gran miseria y hambruna”.
Olivar suma a Julián Castro (1858-1859) y a Juan Crisóstomo Falcón (1863-1868). “A estos tres les correspondió gobernar durante los años de la Guerra Federal, la más cruenta confrontación civil, después de la guerra de independencia, que padeció Venezuela en el siglo XIX. Representaron en su momento la peor muestra de lo que significa tener poder y ser un perfecto incompetente”.
El puntofijismo sin consenso
Si se acepta como cierta la fractura entre cuarta y quinta república —punto polémico—, ¿quién es el principal responsable de la caída de la primera? “Mientras más nos acercamos al presente, la subjetividad es mayor”, alerta de nuevo Inés Quintero, “pero elijo a los presidentes que insistieron en repetir, más allá de que constitucionalmente estaban en el derecho de hacerlo: Carlos Andrés Pérez (1989-1993) y Rafael Caldera (1994-1999). Sus segundos mandatos formaron parte de los momentos más críticos de debilidad y agotamiento del sistema. Es sintomático que, en el primer caso, el partido abandona a su dirigente, y en el segundo, el dirigente abandona a su partido. Se rompe el núcleo del mismo del sistema”.
Por el contrario, Tomás Straka señala en especial al primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). ”El boom de la ‘Gran Venezuela’ se le fue de las manos a quienes la condujeron. Aunque el segundo CAP lo exculpa, el primer CAP le quitó al país una oportunidad, porque veníamos de un modelo de desarrollo que podía haber sido sostenible”. Elías Pino Iturrieta arremete contra el pediatra Jaime Lusinchi (1984-1989). “Por la debilidad de su carácter, entregado a los caprichos de una amante con agallas y sin luces, por la ausencia de un pensamiento coherente y por las arcas vacías que le dejó al futuro”.
Straka aprovecha para dejar bien claro que no necesariamente los peores presidentes coinciden con períodos de vacas flacas: ni lo uno ni lo otro, quizás todo lo contrario. “Durante el gobierno de Raúl Leoni (1964-1969) y el primero de Caldera (1969-1974), los precios del petróleo estuvieron muy mal. Con políticas sensatas, demostraron que era posible echar adelante. Más bien pareciera que los booms petroleros han sido grandes tentaciones para la mala administración. En ese sentido, me atrevería a afirmar que la de Hugo Chávez, sobre todo entre 2005 y 2010, es una de las peores gestiones de las que haya noticia en la historia de la humanidad”.
El padre y el hijo
Llegado entonces al llegadero: ¿qué pueden decir los historiadores, al fin y al cabo ciudadanos de su tiempo, sobre Hugo Chávez y su sucesor cuasi monárquico? Hasta Inés Quintero, célebre por su rigurosidad, deja algunas pautas. “Este es quizás el único período de nuestra historia en el que el sectarismo y la necesidad de liquidar al adversario ha sido una práctica sostenida, más allá de una coyuntura para alcanzar una hegemonía. Este horror de hoy no es una hechura de Maduro. Es el desenlace natural del proyecto político, económico y social que construyó Hugo Chávez. Un líder personalista y providencial que gozó de popularidad, concentración de poder y recursos extraordinarios, pero no tradujo ninguna de esas ventajas en beneficios históricos para el conjunto de la sociedad venezolana”, concluye la autora de La criolla principal.
Pino Iturrieta aparta precisamente para Chávez el sitio principal como peor presidente, al menos desde el siglo XX. “El aventurero propiamente dicho, encarnación del personalismo más grosero y destructor de la evolución lograda a partir de 1958, retorno a lo peor del siglo XIX y promotor de un proyecto inviable de sociedad, contrario a la convivencia republicana. Sería lo más lóbrego de la oscurana, si no hubiera dejado la sucesión en Maduro, quien hace méritos para estar con él a la cabeza de los jefes de estado más funestos, o para ganarle en el galope hacia el precipicio colectivo. Ciertamente, la historia requiere de una cabeza fría, pero no hace falta medir el tiempo por calendas griegas para llamar la atención sobre la decadencia material, la ladronería y la pérdida de valores cívicos que se han enseñoreado en los últimos tres lustros. Son tan indiscutibles y dolorosos esos corolarios que, parece probable, se examinarán con el mismo rigor y con la misma vergüenza hoy y mañana”, esculpe la lápida el escritor de El divino Bolívar.
“Sí, hubo algunos presidentes que no estuvieron a la altura del momento: CAP parte 1, Herrera, Lusinchi, pero seguramente Chávez figurará como uno de los peores presidentes que ha habido en Venezuela. Cuando muere, tenemos un país más pobre y violento. Si eso no es un fracaso, no sé qué podrá llamarse así. Y encima, teniendo que dejar a un hombre como Maduro”, redondea Straka, que compara: “A cualquiera le hubiera costado tomar el lugar de Chávez, más allá de que Maduro sea particularmente gris. Pero por encima de sus defectos, a Eleazar López Contreras (1935-1941) se le respeta hoy porque, después de suceder a Gómez, entendió que su rol no era convertirse en el siguiente gran líder, sino en capital para una transición lo más pacífica y ordenada posible”.
Rafael Arráiz Lucca, con prudencia, deja al alcance un extinguidor de fuego. “Gobernar es una tarea muy difícil y la improvisación es nefasta compañera de viaje. Maduro no ha concluido su mandato, pero por el camino que lleva, por las decisiones macroeconómicas que no toma, se perfila como uno de los peores de nuestra historia. Está a tiempo de rectificar. Veremos”.
“Chávez fue inteligente y sumamente hábil para mantenerse en el poder, pero cruel”, sopesa Guillermo Morón. “No fue un republicano, sino el dictador que mandaba a rociar gas del bueno. Chávez destruyó toda la dirigencia política: la de la oposición y la de su propio partido”, concluye pesimista. Pero las páginas blancas de un país también las llena él a sus casi 90 años, usted, todos. No solo un elegido.