Íconos

El desarraigo literario de Eduardo Sánchez Rugeles

El autor de Blue Label, amén de ser disciplinado, condición que lo ha llevado desde que se tomara el oficio de escritor en serio a publicar una novela por año, es hombre de angustias y lejanías. Y aunque asegura haber tenido “la desventura de una infancia feliz”, cosa que va en contra de la escritura según él, ha cautivado al público y a la crítica

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La escena comienza en un viejo edificio de Gran Vía de Hortaleza, un antiguo y discretamente retirado barrio ubicado al noreste de Madrid, cuya tranquilidad lo hace idóneo para la cantidad de ancianos que reside en la zona. Son las siete de la mañana. En el interior de un apartamento se escucha el insistente sonido de un despertador que, como todos los días, será ignorado. Hora y media después, finalmente, su dueño logrará ponerse en pie. Se preparará un desayuno frugal, en el que no podrá faltar el café, y caminará sin prisa en dirección a la parada 107, donde aguardará el autobús que lo llevará a la Biblioteca Municipal Dámaso Alonso, de Chamartín. Allí permanecerá escribiendo, corrigiendo, investigando, hasta que el hambre, como un perro que muestra la correa, le anuncie que ya deben ser cerca de las dos de la tarde, con lo que dará por concluida su jornada.

En esa rutina, casi inalterable, transcurren sus días desde hace casi tres años.

Una mañana de febrero de 2010 se reunieron en Caracas Jordi Carrión, Miguel Gomes, Francisca Noguerol, Carlos Pacheco y María del Pilar Puig para dar a conocer el veredicto de la involuntaria única edición del Premio Iberoamericano de Literatura “Arturo Uslar Pietri”. Ciento seis novelas, provenientes de 14 países, iban tras la jugosa bolsa de 12.500 dólares que ofrecía el certamen, la cual recayó sobre una novela intitulada “Blue label / Etiqueta azul» , presentada bajo el seudónimo de Inmanuel.

A pocas personas, salvo quizá a los lectores asiduos del sitio Relectura.org, les resultó significativo el nombre de Eduardo Sánchez Rugeles, un caraqueño de 32 años residenciado en Madrid, cuya otra novela presentada a concurso, Transilvania Unplugged, también fue reconocida por el jurado con una mención especial. “Lo recuerdo perfectamente, estaba en Moncloa. Le tranqué el teléfono al profesor Carlos Pacheco, me abracé de un poste y me puse a llorar como un pendejo”, rememora Sánchez Rugeles, quien confiesa que antes de Blue Label la idea de publicar una novela resultaba una especie de utopía. “No había tenido suerte en concursos ni en charlas de preventa con editores. Terminé el máster y no tenía trabajo. Fueron meses duros”.

A partir de entonces asumió el asunto como un oficio y no como una afición.

Aunque Hortaleza no brinda las mismas facilidades de comunicación que ofrece Plaza La Castilla, un barrio comercial al final del Paseo de La Castellana donde se instaló cuando llegó a Madrid, en el año 2007, va más acorde con una naturaleza ermitaña que le cae bien, además, cuenta con pocas distracciones.

España fue un destino adquirido en un combo que incluía matrimonio —con Beatriz Castro Cortiñas, con quien se casó un viernes y, a los dos días, estaban instalándose en la capital española— y planes de estudio: un Máster en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma de Madrid. La inseguridad, la situación política, el costo de la vida, fueron los acicates que, como a tantos otros venezolanos, los llevó a ubicar su visión de porvenir fuera de las fronteras de su país.

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¿Ese porvenir sigue estando en España? ¿Piensas que te quedas? “Un día sí, un día no. El conflicto del arraigo golpea por temporadas”, señala. Y es, precisamente, ese sí y no, ese neurótico equilibrio entre arraigo y distancia, el tema que gravita en sus novelas. Sea tomando forma de evasión, como en Blue Label; o de nostalgia, como en Liubliana, pero siempre acompañado de un desencanto frente a ese país al que se abandona o al que se regresa.

La nostalgia es un asunto cotidiano. Intermitente, pero cotidiano. Y ha aprendido a canalizarla a través de la escritura. Y refugiándose en reductos que le traen los sabores del terruño. “Voy con frecuencia a La Candelita. Ahí suelo matar todos los despechos gastronómicos: tequeños, pabellón, torta tres leches. Y hay otro restaurante de parrilla y cachapas llamado Antojos Araguaney. O sumergiéndose en los sonidos que salen de su iPod, donde lo esperan “desde las tonadas de Simón Díaz, pasando por mi siempre admirado universo baladológico ochentero-noventero, hasta lo último de Americania o Nana Cadavieco”, confiesa.

La nostalgia tiene el tamaño de la felicidad que se deja atrás. “Para el oficio de escritor, tuve la desventura de tener una infancia feliz. Mucha familia, de parte y parte, clanes matriarcales maravillosos en los que todo giraba alrededor de las abuelas. Muchos de mis primos son mis mejores amigos. La palabra infancia, inmediatamente, me remite a las reuniones y los viajes en familia”. Y en esa familia que se sigue ramificando, su madre dice contabilizar siete nietos: Ivana y Miranda —hijas de María José, su hermana mayor, que vive en Miami —y los cinco libros de Eduardo.

Eduardo es licenciado en Letras por la UCAB (2003), en Filosofía por la UCV (2005), y dos masters en España: Estudios Latinoamericanos por la Universidad Autónoma de Madrid (2009) y Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid (2010). Durante años se desempeñó como profesor de Educación Media, en Caracas. De los recuerdos de esa época surgen los personajes de Blue Label, la cual escribió luego de su primer intento consumado: Transilvania Unplugged. En 2012 se publica Liubliana, que obtuvo el primer lugar en la mención Novela del Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario, Sor Juana Inés de la Cruz 2011, en México.

Ese mismo año, Blue Label sería finalista del Premio de la Crítica a la Novela del 2010, que ganó Victoria De Stéfano. “Todo sucedió muy rápido. Me costaba asimilarlo. Soy un profundo admirador de la obra de Victoria de Stéfano. Leer mi nombre al lado del suyo me impresionó mucho”. Esa fue una novela fundamental en su carrera como escritor, ya que el respaldo —económico y anímico— que supuso el Premio Uslar Pietri, “me permitió trabajar a tiempo completo en el manuscrito de Liubliana”, la cual se haría del Premio de la Crítica a la Novela del 2012.

Y si bien Blue Label le hizo tomar en serio su carrera de escritor, fue Liubliana la que escribió con conciencia de oficio. “Es el trabajo que, desde el punto de vista de la disciplina, hice con más rigor. El proceso de preproducción fue largo. Tenía muchos escenarios, personajes, historias secundarias. Liubliana es mi tragedia más preciada”.

Y no solo le dio mayor conciencia del oficio, sino que le ofreció la oportunidad de conocer la mismísima Ljubljana. El asunto comenzó cuando Marko Jensterle, periodista y asesor del Ministerio de la Cultura de Eslovenia, tropezó con la portada de su libro en una librería del aeropuerto de Maiquetía. La foto del puente de los dragones y el nombre de su ciudad llamaron poderosamente su atención, por lo que lo compró y lo leyó en el vuelo que lo llevaría de vuelta a su país, no sin dejar de preguntarse qué motivaría a un caraqueño a ubicar parte de su historia en esa discreta y remota ciudad eslava. Al llegar a casa buscó los datos de contacto del autor y fue así como, a los días, Sánchez Rugeles recibió un correo en el que le informaban que la editorial Študentska založba / Beletrina Academic Press, estaba interesada en traducir y publicar en lengua eslovena su novela. El correo incluía una invitación a participar en el prestigioso Festival Fábula Literaturas Mundiales, que tendría lugar en febrero de 2013, lo que le permitió “contrastar la ciudad real con la imaginada, la que encontré con aquella que había construido por instrumentos”. Es decir, ver en persona esas locaciones que construyó valiéndose de Google Maps.

La obra de Sánchez Rugeles ha gozado de gran aceptación en los lectores venezolanos, sobre todo entre los más jóvenes. Además del tema de la nostalgia y el desencanto, sus personajes se caracterizan por una impúdica naturaleza kitsch y melodramática. ¿Es kitsch el venezolano?, le pregunto. “Que el verso ‘en una noche tan linda como esta’ tenga el impacto cultural que tiene en nuestra sociedad, es un claro indicio de patetismo. Y no lo digo en sentido discriminatorio. En su obra De la Patria boba a la teología bolivariana, Luis Castro Leiva define lo patético como ‘aquello que mueve al sentimiento’, la mera apelación a la emoción sin presencia de la inteligencia. En este sentido, creo que hay muchas cosas que forman parte integral de nuestro imaginario y que, aunque no nos gusten o nos parezcan indecentes, están ahí”, explica.

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Y, aunque las ediciones de sus libros tengan buenas ventas y su presencia en los eventos relacionados con sus novelas cause furor entre sus lectoras, ese muchacho de lentes de montura de metal y rostro lampiño que escribe en la Dámaso Alonso, pasando por un estudiante, ve lejos el mercado editorial español. “Hace un par de años conseguí un agente literario. Pensé que con eso lograría entrar, pero no salió nada. Toqué muchas puertas con Liubliana, pero no ha habido suerte. Yo soy un tipo bastante tímido y reservado, soy muy mal promotor de mi trabajo. No lo supe hacer antes de publicar y no lo sé hacer ahora”, confiesa.

Por lo pronto se sigue concentrando en su trabajo y en atender sus lectores en Venezuela, a la que visita este mes para presentar la nueva edición de Blue Label, y recibir el premio de la Crítica por Liubliana. De resto, mantiene la misma estrategia y ambición que antes de la publicación “Trabajo, lectura, relectura, autocrítica, diálogo y paciencia”. Bajo esas premisas se encuentra en estos momentos en la post-producción de Julián, su proyecto editorial para 2014, con el cual sigue manteniendo el ritmo de un libro por año.

Regresa a casa entrada la tarde y se prepara algo de comida. Es el comensal por necesidad de ese cocinero por supervivencia en el que se reconoce. Luego de una siesta de unos quince minutos, otro café y una partida de FIFA “contra la máquina”, se dedica a leer como hasta las ocho, nueve de la noche. A partir de esa hora, como suele hacer, esperará el sueño frente al televisor. Cuando no aparece el insomnio, esto ocurre entre la una y las dos de la madrugada. Cuando aparece, todo orden colapsa y las carcomas de las nostalgias, las dudas, las preguntas y los recuerdos le roen el sueño, para recordarle que todo orden es aparente y que se esté donde se esté, una parte de uno siempre estará en otro lugar. Ya tendrá ocasión de crear otro personaje al cual trasladarle esas angustias a fin de sentirse menos solo.

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