Íconos

La segunda vida de John Lennon

Este 9 de octubre se cumplen 77 años del natalicio del fundador de Los Beatles, y 42 desde que terminó su "fin de semana perdido", los 18 meses en los que John Lennon vivió el segundo acto de su intensa historia, una época que concentró lo mejor y lo peor del músico que marcó para siempre la cultura pop. Una historia para recordar y contrastarla con la pistola humeante de Mark David Chapman John Lennon tuvo varias cárceles. La fama, el matrimonio, su propio legado, Los Beatles, la noción de familia. Elementos que lo encerraron y hasta llegaron a asfixiarlo. Por eso en los años 70 tuvo un momento de liberación: el fin de semana perdido, que duró 18 meses. Momento para mostrar un rosto hasta entonces reservado, quizá oculto o censurado para él mismo, y uno que no mostraría nunca más cuando aquél 8 de diciembre de 1980 Mark David Chapman le segó la vida frente al edificio Dakota de Nueva York.

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Su final fue en medio de días felices con Yoko, a los que llegó luego de 18 meses de estar harto de  sí mismo. Se había casado con Cynthia Powell —a quien conoció a los 17— cuando tenía 22 años y se convertía en padre; enlazó su relación con sus primeras salidas con Yoko Ono a los 26 y un año después se divorció para contraer nupcias de nuevo a sus 28, cuando Yoko tuvo un primer aborto. Brian Epstein decidió por él durante casi una década. Yoko abortó cuando él tenía veintiocho. A esa edad ya había confiado su espiritualidad al Maharishi Mahesh Yogi mientras EMI y Capitol desgarraban a bocados todo cuanto producía Apple Records.

Grabó por última vez con The Beatles en las sesiones del Abbey Road a punto de cumplir 29 y publicaron su último disco un año después. Como escribe el autor Manuell de Lorenzo, «Lennon necesitaba dejar de ser marido, padre, empresario y más grande que Jesucristo». La montaña rusa emocional que vivía el compositor llevaba una racha decadente. En 1970, apenas separados los Beatles, produjo John Lennon/Plastic Ono Band, su primer álbum solista, considerado uno de sus mejores. Grabado junto a Yono Ono y con canciones escritas para expurgar tensiones usando métodos de la terapia de pareja a la que asistían.

Luego llegó Imagine, con su reencuentro con George Harrison y su producción compleja, con su sencillo emblemático y su piano blanco, con su rabia y tristeza contra Paul McCartney, en medio de la turbulencia, con su fotografía de portada de Andy Warhol y su infaltable Yoko. Y después,  Some Time in New York City, producido por Phil Spector y grabado a la par de protestar injusticias en Estados Unidos y soportar las investigaciones del FBI que buscaba motivos para expulsar a Lennon del país. El álbum no funcionó.

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En 1973 había hastío de la música, de su pareja y de su vida. Por eso Yoko lo manda al exilio y lo empareja con su asistente personal, May Pang, 10 años menor que él y de origen chino. «Yo era muy consciente de que estábamos arruinando la carrera de cada uno y me odiaba y John era odiado por mi culpa», Ono dijo al Telegraph . «Necesitaba un descanso. Necesitaba espacio».

La liberación fue en Los Angeles, a donde arribó el exbeatle la tarde del 15 de septiembre de 1973, deprimido y quebrado: Yoko maneja las finanzas de la pareja y él apenas tiene un puñado de dólares. Con Capitol Records negocia un adelanto de 10 mil dólares de regalías y le vende a Ringo casa su casa en Tittenhurst, donde había vivido y grabado «Imagine» -usada luego por el venezolano Jorge Spiteri para vivir y grabar bajo contrato con EMI.

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Con dinero en el bolsillo comienza el «fin de semana perdido»—»the lost weekend»—, en obvio homenaje a la película de Billy Wilder protagonizada por Ray Milland. Un largo y tortuoso camino de año y medio hacia el ‘delirium tremens’ de su propia vida, como lo describió el columnista Julián Ruiz. Fue tiempo para ver en vivo, en Las Vegas, a su ídolo Fats Domino; y para planificar un álbum de «chatarritas» con Phil Spector -en la casa donde asesinaría una camarera- que para completarlo debió superar grabaciones caóticas, amenazas de muerte y secuestro de las cintas grabadas por parte del productor a quien Lennon luego dijo odiar, cuando en realidad le temía.

Serían 18 meses de reencuentros, con amigos y músicos, con la vodka y la cocaína, con Cynthia -quien le pide otro hijo- y Julian, y con Paul McCartney con quien retoma la amistad, tocan juntos, reviven la camaradería y hablan de reunirse en público (hasta una grabación pirata existe con su último compartir musical juntos). Harry Nilsson se convierte en la gran adicción de John, su mayor influencia narcótica, su compañero de locuras, su aliado en farras y en grabaciones -muchas veces fueron lo mismo- junto a David Bowie, Mick Jagger, Keith Moon, Elton John, Stevie Wonder y hasta Ringo Starr y su sempiterno brandy. Es también el proveedor del «polvo de ángel» que haría huir a McCartney de aquella mansión del nihilismo, y al propio Lennon quien apura la grabación del álbum Pussycat de Nilsson para noverlo nunca más, agotado en su humanidad, odiándolo.

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Pero hay sombras. Por eso Lennon escribe, canciones y postales, como la que mandó a Derek Taylor, antiguo jefe de prensa de los Beatles: «Estoy aquí, en ‘Lost Assholes’, sin motivo real. Yoko y yo estamos en el infierno, pero al menos sigo siendo famoso». Alguna vez agrede a Pang y también regresa a Nueva York para felicitar a Ono -quien está en el edificio Dakota con David Spinozza, guitarrista y amante- por su 45 cumpleaños, y para atender asuntos legales: el divorcio, la querella contra su manager Allen Klein, el fin legal de los Beatles y una demanda por plagio.

La guerra tiene varios frentes. Cuando baja su consumo de polvos y alcohol, se le ve feliz, como en la fotografía que le hace Bob Gruen frente a la Estatua de la Libertad en Nueva York con el símbolo de la paz. Lennon se rencontró con Paul. Nilsson ya no está en el panorama. También graba con Ringo y se contenta con George Harrison. Los Beatles respiran de nuevo el mismo aire de cordialidad, aunque no expiran notas. De hecho, se cuenta que el 18 de diciembre de 1974, John tenía que firmar un documento sobre la disolución total de la sociedad The Beatles, acabarlos para siempre, pero no quiere. Se niega. No firma. Unas semanas después, y luego de visitar a Yoko, toma la decisión de firmar el documento de la disolución de la banda. ¿Se lo aconsejó Yoko? Nunca se sabrá.

El «fin de semana perdido» fue quizá la época más fértil de John Lennon luego de los Beatles. Tres discos lo atestiguan: Mind Games (1973), Walls and Bridges (1974) y Rock ‘n’ Roll (1975), sus mejores como solista, incluyendo el segundo el tema «Whatever Gets You Through The Night», un tema cantado a dúo con Elton John y que al terminar de registrarlo el pianista le dice que será número 1. Es una apuesta a cambio de tocar un concierto juntos. Elton ganó. 200 mil personas en el Madison Square Garden lo atestiguaron.

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En febrero de 1975 Lennon se reencuentra con Ono. May Pang se topa con un muro, y con una oferta de trabajo en Apple Records sugerida por Yoko, pero en Londres. En marzo ya la esposa del cantante está embarazada de Sean y éste acepta tomar el papel de amo de casa, abandonar la música y dedicarse a su hijo mientras que la mujer cuidaría de la fortuna familiar, que hizo cuadruplicar. En abril de ese año, daría su última entrevista televisada en la historia.

Es el final del «lost weekend». 18 meses repletos de vida, drogas, sexo y alcohol, pero también de creatividad, genialidad, irrealidad. Los siguientes cinco años serían de encierro, del Dakota, de hacer pan, de Yoko. Dentro del Dakota -a la vez casa y oficina- escuchó a Donna Summer y su “The Wanderer», cautivado; adelgazó unos 12 kilos «por la dieta macrobiótica de ‘madre’. No me deja saltármela ni un día», según le confesó al periodista Robert Hillburn con quien compartió un chocolate escondido; y preparó su tercera vida: el nuevo álbum Double Fantasy (1980), grabado junto a Yoko en un ambiente de felicidad y enamoramiento. Un tercer acto que no completaría porque solo tres semanas después de la publicación del disco, cuando apenas debía comenzar su promoción y quizá la organización de conciertos, una bala lo segó.

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