Venezuela

Crónicas Descalzas | Decepcionada

Todo se enrarece cuando aparecen las motos y las camionetas que llevan a los hombres uniformados de negro comienzan a subir cerro arriba. Con los rostros cubiertos con pasamontañas, equipados con armas de los más diversos calibres, se mueven entre las intrincadas calles de las barriadas en manadas que presagian enfrentamiento, pólvora y muerte. Cuando ella los ve siente un sudor frío que le empapa la frente y luego un vacío gigante se le abre en el estómago y se enferma de un miedo que se le instaló en el cuerpo desde la madrugada del 27 de mayo del 2018, cuando los funcionarios estuvieron a punto de malograrle a su hijo.

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Por Nirma Hernández

A su casa, en una barriada empinada del suroeste caraqueño, llegaron dos camionetas y varias motos a las 4:30 am y le tumbaron la puerta en un allanamiento en el que le informaron que venían a buscar al menor de sus cuatro hijos, acusándolo de que había matado a un hombre. Cuando comenzaron a registrar toda la casa trató de explicarles una y otra vez que su muchacho no estaba involucrado en eso y que allí no habían armas, ni drogas, ni lujos, tres síntomas de la delincuencia que, gracias a Dios, ellos no tenían. “Cállate la boca vieja cabrona! Que todas ustedes son iguales defendiendo a los hijos malandros como si fueran unos angelitos” recuerda que le gritó la mujer policía entrenada para arrinconarla en su propia casa. Mientras ella seguía intentando desvanecer esa inmensa pesadilla, hablando con un comisario más educado, los vecinos comenzaron a defender afuera su inocencia. Todo era tan rápido. Los diez hombres revolvían toda la vivienda y ella los veía ir a la parte superior donde encontraron a un muchacho de 19 años, desesperanzado, desempleado y asustado. “Allí le pusieron la capucha y comenzaron a pegarle. Yo no lo ví, pero mijo me contó que le pegaban y le pegaban en el estómago y le decían “corre maldito que aquí te vamos a matar”. Sus dos hijas mayores y unos vecinos se fueron a Propatria, al comando donde lo trasladaron y en el que después de unas horas sería liberado con una disculpa y la promesa incumplida de repararles los daños. “Aquí registraron todo y se robaron lo poco que les gustó para llevarse, unas gorras de mi hijo, unas cremas de mi nieta de 4 años, unos cigarros para la venta y un dinero que yo tenía guardado. Pero yo te digo quién le recoge a uno su dignidad después que te han humillado y te han puesto por el piso, que te levantan sospechas ¿Quién te recoge tu dignidad?”

Los ojos se le humedecen de la rabia, de la impotencia y del desencanto. Ha visto tantos operativos policiales en sus 66 años. “Yo tengo 50 años viviendo aquí y he visto redadas desde cuando Carlos Andrés Pérez, cuando Caldera, (cuando Chávez no era así) pero cuando se desató el hampa estos se desataron también y aquí ya no hay respeto a la vida. Estos son los poderosos, son de un cuerpo policial nuevo que se creen muy poderosos y matan al que es y al que no es. Hace un año un niñito estaba comprando la bombona y ellos llegaron disparando y cayó muerto. Que culpa tenía ese inocente. Eso nadie lo paga. Como si mataran a un perro. Se ha perdido el valor de la vida. ¿Cómo vas a confiar en una policía si ellos matan a un ser humano como matar a un perro?”

La vejez la encuentra con una pensión de 18 mil bolívares, sin seguridad ni tranquilidad, dos bienes que para ella son más apreciado que la riqueza. “Yo me siento decepcionada. Decepcionada del sistema, decepcionada de la economía, decepcionada de todo. Uno lo que pide es seguridad y respeto al ser humano. Respeto, porque uno el pobre lo que tiene es su dignidad y si eso lo pierdes lo pierdes todo”.

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