Cultura

Manuel Silva-Ferrer, entre el ojo del extranjero y la experiencia del nativo

El cuerpo dócil de la cultura es el nuevo libro de la colección Visión Venezuela de ABediciones (Universidad Católica Andrés Bello). Su autor, un investigador venezolano residenciado en Berlín, rompe el silencio y brinda una panorámica sobre las transformaciones culturales, resultado de los cambios mediáticos en el país.

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Texto: Lucía Jiménez @luciajimper | Fotografía: Vasco Szinetar

“En el fondo nada ha cambiado y, sin embargo, es todo tan distinto”. Así se resume el trabajo que Manuel Silva-Ferrer presenta en El cuerpo dócil de la cultura: poder, cultura y comunicación en la Venezuela de Chávez.

Publicado este año por ABediciones y centrado en las relaciones entre el poder y el sector comunicacional, el libro se embarca en una minuciosa revisión de los acontecimientos culturales que se van desarrollando con el nacimiento de “la revolución bolivariana” en el país.

Así, el investigador venezolano, asociado al Lateinamerika-Institut de la Freie Universität de Berlín, se inserta con este estudio como una de las primeras referencias bibliográficas que abre la gran panorámica sobre las últimas dos décadas en Venezuela.

Para ello, tal y como lo escribe en el libro, Silva-Ferrer intenta ordenar “entre informes, leyes, reglamentos, entrevistas, videos, libros montañas de papeles y periódicos” –y su experiencia– algunos de los procesos y fenómenos más relevantes que tuvieron lugar entre 1999 y 2013.

Pone como uno de los antecedentes fundamentales el cambio a la modernidad motorizado por el petróleo, “a partir del cual cada presidente se ha creído con la capacidad de decretar el progreso”.

—En el prólogo, el profesor Fernando Rodríguez hace referencia a la labor que tendrán los historiadores en el futuro de registrar el período de Chávez y la crisis actual una vez que todo termine. Sin embargo, describe este estudio como uno de los pioneros en el área. ¿Cómo se puede enmarcar una investigación de este tipo, de algo que continuamente se consigue variantes porque es un fenómeno que vive aún?

—Fue todo un reto y planteó un problema metodológico significativo. Este fue un proceso que vivo desde 2005 incluso desde fuera de la academia porque en Venezuela trabajé por muchos años dentro de instituciones de la cultura. Cuando comienza la investigación, estaba centrado en el tema de la comunicación comunitaria y en el cine.

—¿Qué hace que tome el salto al complejo tema de la transformación cultural?

—La perspectiva cultural me la dio el doctorado. Me doctoré con un filólogo de origen colombiano llamado Carlos Rincón, que es alguien muy importante para los estudios culturales de América Latina. Comenzar el proceso de formación con él me dio una perspectiva mucho más amplia, así como trabajar en el instituto de América Latina de la Universidad de Berlín, que también me brindó la oportunidad de ver otros autores y darme cuenta de que el tema de la comunicación era algo que ya otros estaban trabajando, sobre todo en el caso venezolano. Conseguí que había muchos otros elementos que era muy importante observar y que casi nadie había investigado. De hecho, casi no hay un ensayo significativo sobre la cultura venezolana en términos globales, sino que se ha quedado en esos trabajos tipo ensayístico como los de Mariano Picón Salas, y otros; pero sobre el espacio institucional en el ámbito de lo cultural o sobre los procesos vinculados a la comunicación-cultura, hay muy pocos. De ahí surgió la idea de intentar algo mucho más embarcador. Me di cuenta de que seguir hablando de la cultura y quedarme solamente en las instituciones de las artes no tenia sentido y por eso planteo una mirada transversal e incluso incorporo un capítulo sobre la educación. Porque, en general, cuando hablamos de la cultura, la educación siempre queda como un capítulo aparte.

—Y parece mentira que no se vea el vínculo entre ellas…

—Sí, porque en medio de la segmentación cultural, la educación queda en un espacio; las ciencias y las universidades, en otro; los intelectuales, a su vez, son un mundo aparte; las instituciones son otro espacio, y los medios de comunicación, que son un tema tan complicado y un campo de las ciencias de investigación por sí mismos, quedan súper aparte. Entonces, claro, todos hablamos de la cultura, pero luego nos remitimos a nuestro “pequeño” espacio de estudio. Ahora, eso sería “lo correcto”: que se trabaje desde cada uno de estos espacios, pero lo que hice yo fue como un reto y afortunadamente no salí tan mal parado.

—Es una visión que no se hacía antes en Venezuela y agrega una perspectiva distinta. ¿Esto también se ve influenciado por haber trabajado el tema desde Alemania?

—No. Sería engañoso decir que lo hice desde Berlín porque viví y crecí en Venezuela, y trabajé muchos años en espacios de la cultura. Aunque yo me matriculé aquí [en Berlín] y ciertamente escribí casi todo el trabajo aquí, hice un trabajo de campo constante en Venezuela. Hasta el 2013 viajaba regularmente y pasaba hasta 3, 4 o 5 meses. Así que es un trabajo que se hizo entre los dos países. En el Instituto Iberoamericano conseguí todo el arsenal teórico y la literatura que no podría conseguir en Venezuela y que te permite estar una plataforma como la de una importante universidad europea pero todo el trabajo numérico, las entrevistas y la revisión de materiales fue hecho en Venezuela. Más bien, fue un trabajo que se hizo a dos tiempos: una parte entrando a Venezuela con los ojos de un etnógrafo extranjero, y la otra en la que salgo a Alemania a escribir con la experiencia del nativo.

—Y ¿qué trae la mirada del extranjero en Venezuela?

—La mirada del otro y la distancia que te permite observar los procesos con un margen de relativa objetividad. Mientras que la experiencia del nativo trae esa dualidad que, si se sabe aprovechar, puede ser muy favorable.

—“En el fondo nada ha cambiado y, sin embargo, es todo tan distinto”. Si esta referencia es sobre un país atado al petróleo, entonces ¿seguiremos condenados a una visión estadista?

—Se trata más bien de una idea de la preponderancia del Estado, en nuestro caso del petro-estado, en la sociedad y la cultura venezolanas. Este es un elemento central: la preeminencia del estado que –como lo describo a lo largo del libro– es uno de los agentes fundamentales en la cultura venezolana. Este papel del Estado como determinante de nuestra cultura, sobre todo en el ámbito de las artes y de los intelectuales, es una característica muy propia y muy singular de nuestro caso en América Latina, donde el sector privado ha jugado un rol prácticamente inexistente o marginal y donde el estado petrolero es la potencia. Cuando digo que nada ha cambiado es una observación a que a pesar de los discursos eufóricos que hablaban de una revolución cultural durante el período de Chávez, y de los cambios que uno puede ver en la monopolización de las instituciones, en los logotipos, o en el cambio de las políticas culturales, en lo puramente estructural, digamos, la circunstancias siguen siendo relativamente parecidas. Es decir, en lo sustantivo, en la macroestructura, la cosa pareciera ser idéntica: el rol preponderante del estado que simplemente cambia de unos sujetos por otros.

—Habla del cambio de los medios de comunicación desde lo privado que pasan a ser del Estado. Pero también se ha vuelto cada vez más evidente la transformación de los medios a las plataformas más personales que tienen que ver con las redes sociales. ¿Es esto parte de ese cambio que se comienza a leer en su libro?

—Sí, es algo muy importante. En el libro me dedico, por una parte, a la tarea de describir minuciosamente cómo cambió el panorama de los llamados old media (medios tradicionales) y cómo ocurre el proceso de monopolización y transformación del sistema de la comunicación en Venezuela: pasa de ser mayoritariamente privado y dedicado a la producción de contenidos para el entretenimiento a un sistema dominado por el Estado y por la producción de contenidos ideológicos. Por otra parte, en simultáneo, se cruza una transformación muy compleja que se refiere al salto a los nuevos medios. Sin embargo es algo que no termino de agarrar en este trabajo precisamente porque está ocurriendo en el momento. Entonces, lo que hago es incorporar referencias que tienen que ver con la transformación en el panorama comunicacional mundial. Por ejemplo, si vemos la crisis a la que está sometida la prensa tradicional: la están viviendo The New York Times, The Guardian, incluso El País de España, y toda esa gran prensa internacional que muta a los nuevos medios. Lo que pasa es que, en Venezuela, esa mutación no se ve porque estamos tan enfocados en nuestra situación que pareciera que todos los cambios son el resultado de la crisis del chavismo. Claro, en nuestro caso tenemos a una prensa sometida a la censura, pero lo que intento mostrar es que es una crisis que se cruza con la otra y la hace doblemente compleja y muy particular.

—El profesor Rodríguez describe su estudio como aporte sustancial a la bibliografía sobre este momento histórico en Venezuela. Para el instituto iberoamericano en Alemania, ¿cómo se posiciona el país como tema de estudio en las ciencias sociales?

—Desde el punto de vista de la investigación, el país sigue siendo un tema marginal. Un país pequeño para el interés académico internacional. Sin embargo, una de los puntos que señalo en este libro, es que estos cambios inducidos por la llegada de Chávez al poder van a producir un reposicionamiento de Venezuela en el espacio académico y eso se va a reflejar en la cantidad de foros, publicaciones, seminarios, ensayos, etc; porque va a haber un interés incrementado por saber qué es lo que está pasando en Venezuela y los efectos que se expanden por Latinoamérica y llega incluso hasta las izquierdas europeas como con el partido Podemos. Sin embargo, una vez que se produce la ruptura del idilio, volvemos al estado original.

—¿Continúa una tendencia a pensar que este es el espacio de cronistas, de trabajos periodísticos más allá de grandes análisis como el que se plantea en este libro?

—Sí, sobre Venezuela se han publicado en los últimos 20 años miles de ensayos y libros periodísticos; pero digamos que trabajos a profundidad y en el ámbito académico no son muchos. Aunque comienzan a aparecer, por ejemplo en Inglaterra, un recopilatorio de la literatura venezolana, que es de gran interés en estos últimos años.

El cuerpo dócil de la cultura fue publicado en Alemania en 2014 por Iberoamericana Vervuert. ¿Qué demoró su llegada a Venezuela?

—Se pubicó en Alemania en un momento en el que precisamente todo este proceso estaba sucediendo. Ocurrió la muerte de Chávez, lo que me permitió dar un cierre a la investigación y que generó mucho interés como acontecimiento. Se tardó en llegar a Venezuela por los mismos procesos de crisis del sector cultural y las dificultades para las interconexiones entre el mercado global y el mercado local, lo que impide que bibliografía como esta llegue al país.

Libro Silva-Ferrer

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