Literatura

Annie Ernaux se cuenta a sí misma

Annie Ernaux, ganadora del Nobel 2022, cultiva la memoria a través de la literatura. Es lo que ha hecho en buena parte de sus libros. A mitad de camino entre la ficción y la biografía, cada obra de la escritora es una deconstrucción singular sobre la identidad, la visión sobre lo que recordamos y la vida cotidiana

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Annie Ernaux
Julie SEBADELHA / AFP

En el libro “A Girl’s Story” (2016) de Annie Ernaux, el sexo es un punto que permite reconstruir la memoria. Lo hace a través de todo lo que representa, sostiene y profundiza un acto erótico. Como historiadora de su propia vida, se hace preguntas sustanciales acerca de la dimensión de cada uno de los actos que recuerda. La lujuria, el ser deseada y desear, son, claro está, puntos esenciales en un enfoque semejante.

El libro también habla sobre cómo afectó a la adolescente Annie descubrir el poder del orgasmo, la potencia de la insatisfacción carnal. Va más allá de lo que pudo comprender de sí misma a través de un evento en apariencia intrascendente. La novela es una de las tantas formas en las que Ernaux, ganadora del Nobel de Literatura 2022, utiliza el ámbito de lo personal para relatar el mundo que le rodea.

La escritora de 82 años ha dedicado buena parte de su obra a profundizar en su biografía para encontrar conexiones con ideas culturales mucho más amplias, una percepción singular acerca de la memoria como un hilo conductor hacia lugares profundos de la personalidad colectiva. Pero a diferencia de otros tantos autores que emplean el mismo método narrativo, Ernaux cuestiona. No del método como los recopila, con el cuidado de un coleccionista de objetos preciados y frágiles que ordena con cuidado, sino de su verosimilitud. De si lo que evoca, lo que encuentra perdido entre voces y palabras, pueda ser una remembranza reconstruida en favor de lo literario.

Ese fallo en la sustancia, la ruptura de la materia básica de la reminiscencia, define mucho mejor a Ernaux que su hábito de profundizar en situaciones que la definen pero no considera suyas. En la narración, el espacio y el estrato de lo verídico se descompone en todo tipo de facetas. Tanto, para que su punto de vista pase desde ser un personaje a un observador. Una construcción que se elabora con cuidado y no siempre de manera lineal.

Somos lo que recordamos, no lo quesucedió

Ernaux escribe para reconocerse. Como si la hoja fuera un espejo y no un lugar que permite recopilar hechos concretos. La escritora se toma todas las salvedades para que cada una de sus narraciones -cortas o extensas, minuciosas, específicas, a través de las décadas- recorran su vida como escenario. Uno que sostiene la imagen de la Annie que pudo haber existido o en cualquier caso, la que la escritora –que no se considera la misma persona que relatan sus libros- concibe de ella.

¿Ernaux es en realidad una mujer en sus obras? ¿O es un recurso, un artefacto, una reconstrucción, un modo de contar que se afianza en la mirada de lo íntimo? Es la pregunta sin respuesta sencilla que atraviesa sus libros “La mujer helada” (1981), “No he salido de mi noche” (1997), Perderse (2001), “El uso de la foto” (2005). En cada uno de ellos, utiliza la memoria como un elemento que subyace bajo la condición de lo que se cuenta como requisito para existir y estar.

Esta historiadora de lo cotidiano que esconde lo trascendental, argumenta contra su propio método. Annie Ernaux desconfía de lo que cuenta. De modo que sus novelas bien podrían ser obra de la ficción o, en cualquier caso, elementos sublimados, idealizados o demonizados sobre su vida. Un elemento singular que explora en el método de Ernaux para encontrar un espacio específico a través del cual narrar el mundo. ¿Cómo lo vivió? ¿Cómo es, en realidad?

Son las grandes incógnitas que rodean a la obra de la autora nacida en Normandia en 1940. Una serie de especulaciones que la convierten en un narrador poco fiable de varios de los acontecimientos trascendentales que vivió y que sostienen un tono y ritmo literario de una personalidad única. Lo verídico, lo imaginario, lo que se reconstruye a través de las aspiraciones y dolores. Todo se mezcla en la obra de Ernaux en un cuestionamiento vivo acerca de cómo reconstruimos -paso a paso y dato a dato- lo que nos pertenece como legado intelectual y emocional.

En “Los años” (2008), la escritora atraviesa su memoria hecha de habitaciones desiguales que se reconstruyen y cambian de espacio, apariencia y sentido a medida que la emoción impacta sobre ellas. La novela da un paso atrás en lo realista y encuentra un lugar intermedio entre el dolor, la belleza y el asombro que puede provocar analizar lo que nos pertenece a la distancia de décadas.

“¿Quién soy?”, se pregunta en cada uno de sus libros esta memorista que no admite serlo, historiadora de regiones complicadas de la individualidad y al final, relatora de un universo construido a su medida y en beneficio de su ambición.

La obra que sublima lo cotidiano

“¿Cuál es el punto de escribir?”, dice Annie Ernaux en “Los años”: “¿Para qué lo hacemos si no es para desenterrar cosas?”. Los relatos de la escritora pasan por todos los estadios del memorista puntilloso. Las novelas plantean cuando lo que recuerda no es del todo exacto y a qué debe recurrir para verificar. Pero incluso esa salvedad hace que lo que cuenta cobre vida, se haga más vital, profundo, sincero. Lo que no está en la memoria -borrado, devastado, inalcanzable- vuelve al papel a través del esfuerzo del escritor.

Ernaux se ha dedicado a mirar su vida como una imagen lejana, distante. Una imagen que es suya, pero a la vez solo es un recuerdo incompleto. Lo que hace esencialmente poderosa su capacidad para narrar lo que pudo haber existido.

Mientras tanto, el trayecto literario que recorre le llevó a dejar claro el valor de lo biográfico: reconocida por el Premio de la Lengua Francesa 2008 y por Premio Formentor de las Letras 2019, al momento de ganar el Nobel se le considera una de las grandes narradoras de Europa. Pero, la gran pregunta sigue sin ser respondida: ¿Qué es en realidad lo que narra Ernaux? Un misterio que hace de su extenso recorrido por las letras un apasionante paisaje engañoso a través de lugares poco comunes sobre el individuo.

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