"Llaman a la puerta", la historia de un apocalipsis familiar
La nueva película de M. Night Shyamalan es un ejercicio de suspense a pequeña escala y una reflexión sobre la naturaleza humana enfrentada a lo inevitable. Entre ambas cosas, con “Llaman a la puerta” especula otra vez sobre lo sobrenatural
En dos o tres de las escenas de “Llaman a la puerta”, de M. Night Shyamalan, el miedo es una idea relacionada con el amor. Y con una tragedia inminente. Un vínculo peculiar que marca el tono de una circunstancia inexplicable. Andrew (Jonathan Groff) y Eric (William Ragsdale) son un matrimonio que deberá tomar una decisión imposible: uno de ellos debe matar al otro o a su hija Wen (Kristen Cui) para evitar el fin del mundo.
Al menos, es lo que asegura Leonard (Dave Bautista) y el motivo por el que el grupo de desconocidos que le acompaña exige que una muerte inminente suceda. “No les asesinaremos”, dice el personaje de Bautista: “Ustedes tomarán la decisión de quién derramará la sangre”.
Por supuesto, es un acto de fe, una caída en el desastre a la altura de un acto religioso. De hecho, el primer tramo de la película tiene mucho de un ritual y la connotación claustrofóbica de un culto siniestro que recuerda a la atmósfera de la serie Servant, también dirigida por el director. Pero en esta ocasión, Shyamalan quiere enfrentar a la audiencia con un hecho espantoso, que no es otra cosa que un precio a pagar por la esperanza.
¿Cómo combina ambas cosas el argumento? A través de la urgencia de proteger, de un sentimiento tan profundo que construye la premisa a partir de la imposibilidad. Poco a poco, el guion deja claro que lo que parece una idea disparatada, podría ser cierta. Un punto ambivalente que el realizador mantiene a través de los límites sofocantes de la cabaña titular. Los rehenes están aislados del exterior y son sometidos a una presión agónica. De pronto, la mera insinuación de que son –podrían- ser responsables de una hecatombe global, les resulta plausible. No importa tanto el cómo, que el film no explica, sino la certeza cada vez más firme de que el destino de cada hombre y mujer de la humanidad depende de su fortaleza.
La historia logra sostener inicialmente que la percepción sobre la posibilidad del fin del mundo, parezca cierta. No se trata solo de un cataclismo a gran escala: es una tragedia en la que una familia perderá, haga lo que haga, el elemento que la mantiene unida.
De cierta forma, el secuestro y la petición del grupo de “salvadores” que intentan evitar el destino final de la humanidad son el punto menos importante de un recorrido hacia el sufrimiento total. Matar o morir, porque la familia no sobrevivirá tampoco al desastre que se avecina. “Ustedes decidirán cómo entrar en las tinieblas”, explica uno de los personajes.
Una frontera hacia la oscuridad
Shyamalan regresa a sus temas favoritos: explorar las razones por las cuales alguien sería capaz de la bondad o la maldad absoluta. Al mismo tiempo, la percepción de lo sobrenatural como un escenario en el que se desencadenan hechos más relevantes. “Llaman a la puerta” intenta analizar con cuidado la idea acerca de lo que alimenta al miedo y al mismo tiempo, plantear en un único escenario, la creencia en lo invisible.
Lo que incluye, por supuesto, el amor. La combinación se transforma en las manos del cineasta en una pregunta inquietante acerca de la naturaleza humana: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué nos impulsa a los actos más bondadosos y los más temibles?
En 1999 el director indio planteó un razonamiento idéntico, aunque a partir del enigma de lo que habita más allá de la muerte, en la que es con toda probabilidad una de las escenas más espeluznantes del género del terror, aunque no hay seres sobrenaturales ni tampoco criaturas temibles que aparecen desde las sombras: la cámara -convertida en un observador tenaz e incómodo- se acerca hasta enfocar el rostro de Cole Sear (Haley Joel Osment) en un primer plano directo. El niño mira aterrorizado, los ojos llenos de lágrimas, el rostro pálido. Mueve los labios temblorosos, pero solo logra pronunciar unas cuantas palabras cuando lo intenta de nuevo: “Veo gente muerta”, murmura…
Con “El sexto sentido”, Shyamalan logró crear un clásico inmediato que se convirtió en una referencia a un nuevo tipo de terror elegante e intuitivo que cautivó a buena parte de la audiencia. También tuvo la audacia de contar una narración acerca de la comunicación, el dolor y la angustia, a través de la muerte y una clásica historia de fantasmas. Lo mismo ocurre en “Llaman a la puerta”, en cuya premisa lo fundamental es la posibilidad de comprender lo desconocido. ¿Sería alguien capaz de asesinar para proteger al mundo? ¿O preferiría morir para salvaguardar, incluso sin posibilidades de redención, lo que considera más preciado?
De nuevo, se trata de un dilema acerca de cierta idea sobre creer, confiar y la donación absoluta. El Cole de Shyamalan deseaba ser escuchado, o al menos poder expresar en palabras el horror de poder ver a los espectros de los fallecidos. Pero el centro de la premisa no eran los fantasmas y horrores de ultratumba: era el amor, sencillo y triste, de un niño traumatizado. En “Llaman a la puerta”, Leonard desea evitar que la humanidad muera. Sin embargo, Eric y Andrew, únicamente quieren proteger a su familia. Entre un punto y otro está un sentimiento desesperado, profundamente humano y al final, definitivo.
Shyamalan y los espacios de la tristeza
Para sus últimos minutos, el director no tendrá otro remedio que revelar los secretos que guarda la historia. La adaptación de la novela “La cabaña del fin del mundo”, de Jacob Tremblay, avanza en el conocido terreno del terror combinado con el suspense, el favorito del director. De la misma manera que en el libro, el espacio de lo inverosímil no es evidente sino en pequeños detalles. Todos, un anuncio directo de la inminencia del desastre. Ya sea en la muerte de un inocente como la destrucción mundial.
Lo importante es algo más: ¿puede alguien cometer un sacrificio semejante? La interrogante es muy específica, también más escalofriante que cualquier premisa de terror. ¿Quién es capaz de matar para preservar la esperanza del futuro? La cuestión puede parecer filosófica, incluso abstracta. Sin embargo, el film logra construir una versión sobre el sufrimiento tan realista que desarma. Poco a poco este relato lúgubre sobre el apocalipsis se aleja de otros tantos parecidos, para concentrarse en lo que realmente quiere explorar. ¿Qué es el amor y cómo nos une y nos sujeta a su importancia vital en nuevas vidas?
Como en otras tantas ocasiones, Shyamalan decepciona al final, pierde el pulso y se extravía en sus ambiciones. Pero “Llaman a la puerta” es mucho más que su conclusión ambigua. Es también, las preguntas que se hizo durante el recorrido y la agridulce sensación de que las tragedias, grandes o pequeñas, parten de lo invisible. Se llame amor o predicción, el desastre avanza a través de aquello a lo que conferimos importancia y lo que sostiene cómo entendemos lo que consideramos valioso. Un inesperado mensaje en medio de una película en la que un asesinato es una forma de liberación.
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