Y eso que se valió de un looper, la caja de música digital que le ha permitido a la artista procesar, intervenir y grabar su voz buscando las conocidas “capas” que han servido como soporte rítmico y armónico a cada una sus canciones.
Ese “collage sónico” como denomina su interesante propuesta musical, Borges lo construyó a partir de pasajes de la música tradicional venezolana, poemas y lugares como Nueva York, los llanos de Venezuela o Berlín. El resultado fueron canciones con mucha carga emocional que transitaron con facilidad el inglés, el alemán y el español.
El concierto de más de una hora de duración, Borges nunca utilizó pistas grabadas y se apoyó en el escenario con dos excelentes invitados: Armando Álvarez en la percusión; y Gabriel Figuera en el saxofón y la flauta. Ambos del grupo Gaélica.
Juguetona, alegre, improvisada, pero con un concepto vocal y estético muy estudiado que recuerda a lo hecho por la islandesa Björk, Borges mezcló sus ritmos con las luces que dirigía a lo lejos del escenario su padre y una de sus mayores influencias artísticas: el pintor Jacobo Borges.