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5 leyendas caraqueñas que espantaron la luz

Cuando la luz llegó a Caracas se escondieron los monstruos y los demonios. No quedaron más que tías bisabuelas que se acuerdan de los cuentos que les echaban a ellas para que no salieran de noche a encontrarse con sus enamorados bajo el amparo de las sombras del centro de la capital.

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Fotos: Andrea Hernández

La guía de la ruta “Cuentos de espanto y susto” en el casco histórico de la ciudad, Stefany Da Costa, apunta a plena luz del mediodía que todas las leyendas y los mitos que antes plagaban la Caracas colonial desaparecieron cuando la electricidad alumbró los rincones oscuros donde se ocultaban los espantos, los sustos y los pretendientes.

La ruta que recorre Da Costa abarca las nueve calles que antes componían la ciudad entera y rodeaban la plaza Bolívar. Ahora las calles son de asfalto, pero antes eran de piedra y servían de escenario perfecto para las leyendas y travesuras de quienes las transitaban: el ruido del tacón o de la pezuña en la roca hacía temblar la médula de los colonos.

Los cuentos de terror que perduran en la lengua del caraqueño son la del “enano de la Catedral”, “la mula Maniá”, “la esquina de las ánimas” y “el carretón de la Trinidad”. Su origen remonta a la época colonial -desde mediados del siglo XVI hasta de las Guerras de Independencia-, y su ubicación geográfica se limita a las adyacencias de la plaza Bolívar del centro de Caracas, municipio Libertador.

Estas son las leyendas y sus contradicciones:

El enano de la Catedral

Este es uno de los fantasmas más célebres de la Caracas colonial. Se le aparecía bajo la torre de la Catedral a los hombres que andaban fuera de sus casas a las 12 de la noche buscando mujeres de la “vida mala” en las tabernas. Se sentaba en la esquina con un puro y pedía fuego a los transeúntes. Cuando se le acercaban, crecía hasta alcanzar el tamaño de la torre. Los individuos corrían despavoridos a sus hogares.

Clemente Travieso opina en su texto Anécdotas y leyendas de la vieja Caracas (1971) que es posible que los padres que deseaban que sus hijos se alejaran de la vida nocturna les hayan suministrado una droga alucinógena y ellos en su delirio se hayan encontrado con alguien que les hablara tonterías.

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La mula Maniá

El nombre completo del animal es “la mula maniatada”. El cruce entre caballo y asno no fue siempre una bestia, sino una mujer transformada en mula por chismosa. Tenía las los dos pares de patas amarradas como castigo por husmear en la vida de los demás.

Caracas era un pañuelo y las familias se conocían entre sí. El chisme reinaba. Para asustar a los que curioseaban las vidas de los demás, se creó la leyenda de la mula Maniá. Supuestamente el animal corría por las calles de piedra atropellando a chismosos y a los enamorados que se reunían fuera de las horas “decentes”. Clemente Travieso señala que nunca se descubrió quién se disfrazaba de mula para aterrorizar a los curiosos.

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La esquina de las ánimas

En la avenida Urdaneta justo frente al edificio del diario El Universal, parroquia La Candelaria, una esquina suena distinto a las otras, según algunas personas que han hecho el recorrido de Urbanimia, cuenta Da Costa.

Quienes pasaban la noche en vela en la zona escuchaban cánticos fúnebres, llantos y Ave Marías. Decían que justo cuando alguien moría, se oían las voces femeninas que se lamentaban. Así se difundió el rumor de que los sonidos que emitía la esquina eran las ánimas del purgatorio cantando y que venían a buscar el alma del fallecido.

Da Costa relata en el recorrido que aquellas voces les pertenecían a un grupo de viudas que pedían por las almas de sus esposos. Rezaban juntas el Rosario y salían en procesión con velas para pedir por el descanso eterno.

El Carretón de la Trinidad

Cuentos más fantásticos que el de la exhumación de los huesos de Simón Bolívar salen del lugar donde hoy se erige el Panteón Nacional. Antes, allí se situaba el “Barrio de La Trinidad”. Desde allí bajaba hasta la avenida Urdaneta el Carretón de La Trinidad. Era negro, cerrado y sobre este se sentaba el mismo demonio echando fuego por los ojos y la boca. Ningún caballo jalaba la carreta.

A partir de la medianoche los que la escuchaban bajar se escondían porque la misión del diabólico personaje era robarle el alma al que se le atravesara. Rezaban por el clamor de su alma.

Otra leyenda que suena en Caracas, pero no por el centro, es la de la laguna “encantada” de La Bonita, municipio Baruta. Cuentos sobre ahogados que ahora son almas en pena abundan en la zona. Sin embargo, a diferencia de las cuatro anteriores, no comenzó en la época colonial y no pretende que las señoritas cierren las piernas ni que los maridos no monten cachos. Solo asustar.

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La laguna encantada

La leyenda cuenta que una joven se ahogó allí luego de ser plantada en el altar por su novio. Aparece caminando por el borde de la reserva. Pareciera que el relato se enturbia porque no se sabe mucho sobre el pozo. Ni siquiera cuál es su verdadera profundidad. Algunas mediciones llegaron a los 20 metros, otras a 30.

En 1967 se formó la laguna de La Tahona, municipio Baruta. Se generó con aguas provenientes del nivel freático -distancia a la que se encuentra el agua desde la superficie del terreno- del suelo. Antes el espacio lo ocupaba una cantera.

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Hoy, los vecinos aseguran que no hay novias despechadas bordeando la laguna en las noches. Solo “malandros” que si vas solo que hacen “un quieto”.

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Los mitos y leyendas que por varios siglos mantuvieron a las señoritas “señoritas” y a los maridos “picaflor” fuera de las tabernas repletas de “mujeres de la mala vida” se desbarataron con electricidad. Hoy, los lugares que transitaban los espantos y los demonios han sido modernizados con arquitectura que imita a la colonial, museos, fundaciones culturales y cafés con nombres de ayer.

Las faldas se acortaron y las horas de llegada se extendieron, pero a pesar de las luces led, los faroles y los bombillos ahorradores, todavía algunos relatos siguen vivos en la memoria de historiadores y vecinos del centro.

La joven comenta que en algunos recorridos, varios asistentes han confesado que cuando pasan por los sitios donde se dice habitan los espíritus, los han visto o los han sentido como un escalofrío de esos que recorren toda la espina dorsal. “De que vuelan, vuelan”, sentencia.

Esta frase ya no se escucha tanto para referirse a leyendas urbanas, sino a cuentos sobre brujas que leen el tabaco o la santería. Ahora los únicos relatos que hacen sudar frío al caraqueño son los que incluyen santos y malandros.

Gracias a Silvia De Mascarenhas Álvarez.

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