De Interés

Limosnas, lealtades y perniles

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Lo más seguro es que la joven Alexandra Colopoyn pensaba celebrar el año nuevo comiendo pernil. Quién sabe cuánto tiempo tendría sin comer proteínas, cuando por su embarazo de 25 semanas debía tener una dieta rica en prótidos. Pero Alexandra no comió pernil y su embarazo no llegó a feliz término: un “guardia del pueblo” la asesinó de un disparo.

Relatan testigos presenciales que había –como era de esperarse- menos perniles que gente. Y quienes quedaron sin perniles armaron una trifulca y con razón. Les habían ofrecido perniles a cambio de votos y cuando la gente tiene hambre, el instinto arropa a la dignidad. Así de simple.

El “guardia del pueblo”, en vez de poner orden por las buenas, no tomó mejor decisión que disparar contra la multitud, hiriendo de muerte a Alexandra y en el glúteo a otro joven. Han esgrimido como excusa que estaba ebrio… Digo como decía mi papá: “in vino, veritas”. Cuando uno está rascado sale a relucir la verdad: lo que uno siente, lo que uno quiere, quien uno es. El asesino se destacó. Una vez más constatamos con qué criterio escogen a la fulana guardia que debería cuidar al pueblo…

El régimen de Nicolás Maduro sigue sosteniéndose a punta de comprar lealtades. Lo malo de la compra de lealtades es que siempre hay que abonar. No hay lealtad que dure más de uno, máximo dos abonos. Es la eterna historia de las limosnas. Y cada vez hay menos dinero. Porque de lo que entra a las mermadas arcas nacionales, una parte va a quienes terminan de raspar la olla y la otra a esos perniles que nunca llegan porque nadie sabe si es que de verdad los compraron, ni dónde los compraron, si los pagaron, si vienen con certificados de sanidad (imprescindible cuando se compra cerdo) y mucho menos, cuánto costaron.

Hace años, intercedí a favor de una madre soltera con dos hijos a quien conocía. Necesitaba un dinero urgente que yo no tenía para terminar de pagar su casa. Era una mujer muy trabajadora quien a punta de esfuerzo había levantado a sus muchachos. Llamé a Marietta de Bolívar, para entonces Primera Dama del Estado Aragua, quien es mi amiga, y le expliqué el caso y por qué valía la pena ayudarla. Ella habló con su marido y arreglaron para que la Gobernación le diera el dinero. Años después, un día que vino a mi casa, me dijo que “iban a revocar a Didalco”. Me sorprendió que alguien que le debía su casa a Didalco Bolívar estuviera diciendo eso y se lo hice saber. “No seas malagradecida”, le espeté. Ella me respondió muy pancha “yo tengo casa gracias a usted que fue quien llamó”. Le expliqué que, a pesar de que era verdad que yo había llamado, el dinero se lo había dado el gobernador. Entonces me dijo algo que me sirvió como lección de vida y que viene como anillo al dedo a lo que deseo exponer aquí: “pongamos que es verdad lo que usted dice que él me dio el dinero… eso fue hace seis años y desde entonces no me ha dado más nada”. Recuerdo que un día después de aquel episodio desayuné con Ramón J. Velásquez y Germán Carrera Damas. Estaba tan impresionada que se los conté. Ambos coincidieron en que la limosna crea dependencia, pero no lealtades.

Es verdad que es fácil manipular a un pueblo que tiene hambre. Pero también es verdad que “a todo cochino le llega su sábado”. Digo, por aquello de los perniles…

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