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Alimenta La Solidaridad: 6 años empoderando a las madres del barrio

Alimenta La Solidaridad llegó a Nuevo Horizonte por el hambre. En plena crisis, varias madres decidieron apostar por un proyecto que aseguraría un plato de comida caliente a niños vulnerables. Ahora cuentan cuatro comedores y trabajan con la certeza de cambiar el futuro de los pequeños

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Alimenta la Solidaridad

Tener un hijo era un sueño que Milagros Macayo intentó cumplir durante varios años. Tenía problemas para quedar embarazada, pero en el año 2016 se le dio:logró concebir al bebé que tanto tiempo buscó. Ella y su esposo, Jesús Hernández, tenían una razón para ser felices. Pero también había una realidad que se les escapaba de las manos: la crisis de Venezuela apenas empezaba a agudizarse.

Milagros Macayo, madre líder del comedor #11 de Nuevo Horizonte. La primera, junto a Jesús en crear un comedor en esa zona de Catia. Foto: Daniel Hernández

Para Milagros ese año se resume en la palabra hambre: «Estábamos pasando por una situación demasiado fuerte. Era a veces sentarte a comer y que algunos niños te tocaran la puerta para preguntarte si tenías un pedacito de pan, una arepa. Yo pensaba algo así como ‘si yo no tengo, ¿cómo le doy?'».

Milagros acompaña todos los recorridos que Alimenta La Solidaridad programa en la zona. Le gusta que todos los invitados vean lo que se ha creado en su comunidad. Foto: Daniel Hernández

De su memoria no se borran los rostros de los niños hambrientos, la preocupación de Jesús porque ella no estaba comiendo correctamente y la incertidumbre de cómo iba a nacer su hijo si no estaban cumpliendo con lo básico: atención médica y nutrición de calidad.

Todos los niños reciben un potecito cuando entran al programa de seguridad alimentaria. Cada día deben llevarlo limpio para comer sus almuerzos. Es una norma de todos los comedores. Foto: Daniel Hernández

Milagros recuerda que sufrió mucho, hasta que un día Jesús llegó con una idea que para toda la familia parecía ingenua, especialmente en aquel momento: crear un comedor de Alimenta La Solidaridad, un proyecto social que entonces se encargaba de garantizar un plato de comida a los niños de los sectores más vulnerables.

«Los conocí por redes sociales»

Jesús, que en ese momento era mensajero de un partido político, cuenta que conoció la labor de Alimenta La Solidaridad por redes sociales. Asistió a charlas formativas en activismo comunitario y decidió organizar al motor de cualquier comedor del proyecto: las madres colaboradoras.

Callejón para llegar al comedor #11 de Nuevo Horizonte. Algunos padres acompañan a sus hijos a recibir sus alimentos. A las madres del comedor las enorgullece cuando eso pasa, pues algunos prefieren quedarse en casa. Foto: Daniel Hernández

«La gente no lo creía, y una madre, Yelitza, le dijo a su hija: ‘Berro, yo no creo que ese chamo baje 500 escaleras, casi todos los días, para convocarnos a una reunión y sea embuste. Vamos a asistir a las reuniones», cuenta Jesús.

El comedor #11 fue el primero en crearse en Nuevo Horizonte. Al principio quedaba en una platabanda, luego pudieron construir un espacio mejor en la parte inferior. Foto: Daniel Hernández

Y al menos durante un mes esa fue la dinámica. ¿Por qué? Él mismo responde: «Los procesos de Alimenta La Solidaridad son voluntarios. En las reuniones se habla de la misión y las responsabilidades de cada una de las madres del comedor. Las madres no reciben ningún beneficio económico, sino alimenticio para sus hijos».

Los niños del comedor #11 bendicen sus alimentos antes de comerlos. Foto: Daniel Hernández

Y como, en efecto, Jesús no andaba con embustes, el proyecto se concretó. Se hizo un censo por varias zonas de la comunidad para evaluar qué niños requerían la ayuda. Se les tomaron medidas antropométricas (talla y peso). La madre de Milagros abrió las puertas de su casa para poner a funcionar el primer comedor. Y las primeras mamás buscaron sus mejores tazas, ollas y cubiertos para empezar a cocinar.

El menú del día: pasta con carne, zanahorias y queso. Foto: Daniel Hernández

María Fernanda Camacho es «madre nutricional», enfermera y antes de que llegara Alimenta La Solidaridad a Nuevo Horizonte, trabajaba en el área de inmunización del ambulatorio más cercano. Eso le permitió remitir a los niños en riesgo nutricional al comedor: «Algunos están en un listado, a la espera de que los incluyan en el programa de comedores».

María Fernanda Camacho es conocida por los niños como «la mala» o «la mamá de salud». Es la enfermera y la que los vacuna cuando llega la temporada de inmunización. Foto: Daniel Hernández

«Yo no creía que esto era así, pero siempre estuvimos dispuestos a trabajar para hacer realidad este sueño. Admiro el compromiso y entrega de todas las madres. Ellas dijeron que sí antes de que esto estuviera montado», admite la enfermera.

Y por decir que sí, del comedor #11 de Nuevo Horizonte se pasó a crear el #51 de Curva Azul y de allí el de la calle 7, sector La Cancha.

«El comedor pa’ la casa»

Yarelis Castaño, mejor conocida como «la negra», es la «madre líder» del comedor #51 de Curva Azul en Nuevo Horizonte. A pesar de que fue el segundo en fundarse en la zona, en la vía es el primero al que se puede acceder.

Para llegar a Curva Azul se debe alquilar un jeep, ya que no hay transporte que haga el recorrido completo. Desde la Plaza Catia hasta allá el recorrido puede durar unos 20 minutos, ya que las calles están deterioradas y llenas de basura. Foto: Daniel Hernández

Ella recuerda cuando Jesús le tocó la puerta para formar el comedor: «Fue hace tres años. Hizo un censo y el pesaje. El 17 de septiembre de 2019 se inauguró».

Estas son las madres colaboradoras del comedor #51 de Curva Azul, en Nuevo Horizonte. Estaban preparando el almuerzo para los niños. Foto: Daniel Hernández

Yarelis aclara que el comedor primero estuvo en una casa vecina pero luego lo mudaron a la suya porque las mamás no eran comprometidas con la misión de Alimenta La Solidaridad: la corresponsabilidad.

El comedor #51 de Curva Azul lo lidera Yarelis Castaño, la «negra», quien solicitó llevarlo porque podía cerrar y dejar a los niños del sector sin el beneficio. Foto: Daniel Hernández

«Allá no podía seguir funcionando, entonces yo dije: ‘El comedor pa’ la casa». Ofrecí mi casa porque aquí hay muchas necesidades. Es satisfactorio ayudar a muchos niños. Hay un grupo de hermanos aquí, que son 7 niños, y esos cuando llegan se comen hasta la ensalada. Nos sentimos alegres, felices, por esos niños. Comen alegres, con ganas», dice Yarelis.

Algunos niños que pertenecen al comedor #51 de Curva Azul. Foto: Daniel Hernández

«¿Negra cuándo vas a tener un cupo?», es la pregunta que más le hacen a Yarelis y ella siempre les explica que es un proceso complejo porque los niños registrados en los comedores están hasta los 12 años de edad. En su caso, hay 35 pequeños, y por los momentos no puede incluir a otros.

Yarelis, que se ha formado en materia nutricional, dice que lo que más le gusta de Alimenta La Solidaridad es que su labor va más allá de un plato de comida: «Ofrecen formación para niños y madres. Además hacemos reuniones cada 15 días para que las madres se comprometan más con sus funciones».

En todos los comedores las normas están visibles en la pared. No solo incentiva a los niños a leer, sino que también sirve a representantes para que programen su tiempo en función de las actividades del comedor. Foto: Daniel Hernández

Se refiere a la preparación de los alimentos; el acompañamiento para buscar los rubros que se van a cocinar, una tarea que puede tardar horas debido a que no hay jeep que trabaje hasta la zona más lejana de Nuevo Horizonte; la participación en jornadas de formación o seguimiento nutricional y educativo de los niños del comedor, entre otras.

«Aquí se hace todo por la comunidad»

Los niños del comedor de la calle 7 de Nuevo Horizonte, ubicado en el sector La Cancha, recogen su envase de comida de un tobo que bajan con ayuda de un mecate por la ventana.Es un método de entrega que nació con la pandemia y se quedó porque así ellos no tienen que subir escaleras.

Todos conocen la dinámica y llegan puntuales para recibir el potecito con comida caliente.

Yaritza Bastidas es la madre líder del comedor de la calle 7 de Nuevo Horizonte. Foto: Daniel Hernández

Ese comedor queda dentro de la casa de Yaritza Bastidas, una madre que se formó en gestión social para el desarrollo local y trabajó nueve años como vocera de los CLAP en su sector: «Me salí de ahí por la injusticia. Allí vi que le iban a quitar la bolsa a una muchacha que tenía tres niños. Yo reclamé y me dijeron que no le iban a dar la bolsa porque ella no pernoctaba en la zona».

Yaritza se enfrentó a la líder territorial: «Me dio tanta indignación y le dije nos iremos a matar, pero la bolsa se la das. Eso que estás haciendo no se hace. Le estás quitando el beneficio a unos niños. El que se muda, se muda con la bolsa».

La zona fue poblada por migrantes colombianos pobres. En esta zona, la cultura es diversa porque se mezclan costumbres de ambos países. Foto: Daniel Hernández

Un mes después de ese episodio, Yaritza Bastidas dejó de trabajar con los consejos comunales y conoció a Jesús Hernández, quien la invitó a un censo educativo en los sectores  San Ignacio, Ali Primera y Virgen del Carmen, más abajo de su casa. 

Jesús le propuso crear un comedor y en una noche Yaritza tomó la decisión: el 13 de noviembre de 2019 hicieron el proceso de medición y pesaje, y cuatro días después abrieron sus puertas a 56 niños de los sectores en pobreza extrema de Nuevo Horizonte.

«Aquí no queremos un comedor escuálido»

«Cuando yo inauguré esto por aquí, no fue fácil. La misma chica del consejo comunal me hizo la rosca para que yo no abriera el comedor porque era ‘escuálido'», cuenta Yaritza.

La invitaron a una reunión de la mesa técnica del consejo comunal, donde estaban presentes 35 miembros, y le dijeron: «¿Cómo es eso que tú abriste un comedor en tu casa y no hiciste una asamblea para decirle a la comunidad? Ese comedor es escuálido y aquí no lo queremos».

Por esa ventana, y con la ayuda de un mecate, bajan la comida de todos los niños del comedor. Es más cómodo para ellos y luego de la pandemia resultó ser un método más organizado. Foto: Daniel Hernández

Yaritza expresa que se calló por varios minutos hasta que hubo un silencio y se defendió: «Yo no tengo que hacer una asamblea para pedirle permiso para abrir un comedor en mi casa, yo ahí hago lo que yo quiera, y lo que estoy haciendo es darle gracias a Dios porque lo está viniendo para nuestra comunidad es una bendición. Yo te invito a ti a trabajar, no a restar».

Delante de sus vecinos expresó: «A  ti te quedan bolsas. El deber es agarrar esas bolsas y dárselas a las familias numerosas. Mi comedor no es escuálido. Son organizaciones, empresas privadas, que ayudan a nuestros sectores vulnerables». 

La madre líder del comedor de la calle 7 dice que actualmente la relación es llevadera: «Ahora sí me venden el gas. Ella solo me vendía la bombona de mi casa, pero conmigo no pudieron».

Aparte de los 56 niños, al comedor de Yaritza Bastidas asiste una madre lactante, una niña con discapacidad psicomotora y un adulto mayor. En el comedor no tienen una cocina adecuada para hacer tanta comida. Trabajan con un primo que tiene solo una hornilla y deben preparar primero una cosa para continuar con la otra. También se les dañó la nevera, entonces Yaritza debe pedir una prestada para congelar las proteínas.

Jeylenis Novoa tiene 21 años y es madre de una niña con discapacidad psicomotora. Colabora y es beneficiaria del comedor mientras intenta conseguir los recursos para hacerle los estudios médicos a su hija de dos años de edad. Foto: Daniel Hernández

A pesar de eso, Yaritza no se rinde: «Me paro a las 5 de la mañana, a las 7 abrimos el comedor y a las 10 está listo todo. Aquí si tenemos que reír, reímos todas. Si tenemos que llorar, lloramos todas».

¿Por qué enfrentarse a las adversidades? También tiene una respuesta: «No tenemos todas las condiciones, pero cada día hacemos nuestro mejor esfuerzo por esos niños que no sabemos a qué futuro van mañana. Quizás un día puedan decir: ‘Mira, en ese comedor yo comí. Esa muchacha que está allí hizo todo lo posible para darnos el alimento'».

La formación importa

Alimenta La Solidaridad cumple seis años este mes de agosto, y desde hace varios meses trabaja para expandir su alcance e impacto en las comunidades. Por eso señalan que no solo existe el programa de Seguridad Alimentaria, que tiene un alcance de 240 comedores en toda Venezuela, sino también el de Liderazgo Femenino – conocido como PLF por los voluntarios-, el de Educación, el de Perspectiva de Género, el de Sustento Gastronómico y Textil.

Saday Oropeza es enfermera, «madre líder» y una de las egresadas del Programa de Liderazgo Femenino de Nuevo Horizonte. Ella es quien dirige los talleres en su sector, la baranda 32: «Formamos a los chamos para que tengan una mejor calidad de vida. Es importante orientarlos en diferentes temas que los afecten en su vida diaria. Tengo 16 chamos a mi cargo, y cuando dejo de dar un taller, ellos me dicen un tema y lo trabajamos».

Saday Oropeza, madre líder del comedor de la baranda #32. Foto: Daniel Hernández

En paralelo, a su casa asisten 60 niños a buscar su comida cada día: «Todas las mamás cocinamos. No porque seamos líderes dejamos de asumir responsabilidades. Yo tengo dos nietos y los dos comen allí. Participo así sea picando o cocinando. Todas estamos comprometidas».

No es tarea fácil y Saday lo sabe: «A veces es fuerte, hay que llevarlos poco a poco. Les decimos que se deben comprometer. No es nada más un simple comedor, hay que darle gracias a Dios porque contamos con ese apoyo, ya que muchas personas pasan muchísimas necesidades».

Hay niños que solo cuentan con una comida completa al día y esa la garantizan las madres de los comedores. Foto: Daniel Hernández

Sin embargo, a sus 46 años, con dos nietos y varios niños vecinos llamándole «abuelita», Saday tiene una certeza: «Hay momentos en los que te sientes mal por x o y, pero piensas en ellos y ya no quieres tirar la toalla. Hay que seguir porque a quienes les estamos brindando felicidad y estabilidad es a los chamos. Ya uno vivió. Ellos merecen mejor calidad de vida y no todo esto por lo que han pasado».

La alegría en cada comedor es escuchar y ver a los niños disfrutar sus alimentos. Foto: Daniel Hernández
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