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Simeone ganó el duelo; Zidane la Champions

Decía Gabriel Batistuta en la transmisión de TV: “Revancha, otra oportunidad o como se llame, lo que hay que hacer es ganar”. Aunque usted no lo crea, ese triunfo es una consecuencia y no el punto de partida, y por ello vale la pena repasar qué sucedió en Milán cuando se volvieron a enfrentar los vecinos madrileños.

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(Reuters)

Diego Simeone apostó a dar el primer golpe, o lo que en boxeo se conoce como pegar primero: presión alta sobre los defensores blancos y Casemiro para desesperarlos, así como tapar las vías de comunicación hacia Kroos y Modric. En caso de conseguirlo, cualquier recuperación colchonera o pérdida merengue sería muy cerca de arco de Keylor Navas.

El segundo cambio del guión pensado por muchos se produjo en el minuto 6 cuando el Real estuvo cerca de batir a Oblak tras un saque de pelota quieta. Esto es fútbol y no hay sino esto que ambas situaciones demuestran: inexistencia de lo previsto y mucho de imprevisible. Ay, los especialistas…

Allí nació el primer gol blanco. Juanfran cometió una infracción innecesaria y los de Zidane aprovecharon, por medio de Sergio Ramos, para pegarle una bofetada a quienes hablan de especialistas y/o segmentos del juego. Así, de pelota parada, con movimiento y dinámica antes que tamaño, los merengues batían a los colchoneros con un poco de su propia medicina .

El gol obligó al Atlético a ubicarse en un territorio en el que normalmente no se siente cómodo: tener que proponer ante un rival muy potente en los contragolpes. Ambos equipos han sacado resultados importantes apoyándose en la herramienta de los contraataques, pero el Real lo hace con una rapidez que pocos, muy pocos equipos, pueden descifrar. El gol de Ramos potenciaba la posibilidad de que los blancos se hiciera potentes desde su mayor fortaleza, algo que no supieron aprovechar.

La llegada de Zinedine Zidane al banquillo merengue supuso la vuelta de la tranquilidad. Para quienes subestiman la importancia de los estados de ánimo en el cumplimiento de las tareas imaginen, por un par de minutos, cuan diferente es recibir órdenes de un superior al que se respeta, a hacerlo de parte de alguien a quien no se tolera. Por ello hay que insistir en que este es un juego que protagonizan seres humanos, no esquemas ni robots. El francés no tuvo tiempo de armar su equipo ni tan siquiera preparar a éste según sus ideas. Por ello hay que reslatar que su triunfo es el de la normalidad; supo devolverle a sus futbolistas la libertad necesaria para manejarse bajo las reglas básicas del colectivo y la convicencia. Cuando el cerebro y el espíritu están en paz, lo demás llega solo.

Simeone es lo contario al francés. Lo suyo es electricidad, explosión, drama y exposición, y vaya si le ha funcionado. Pero cuando sus jugadores cayeron en un bache casi depresivo en la primera etapa, las reacciones futbolísticas tardaron en aparecer, como si la levantada colchonera dependiera exclusivamente de la rebeldía de su entrenador y no tanto del juego que pudieran generar. Por ello les costó tanto resolver situaciones de ataque posicional, tan distintas de las transiciones que tanto gustan en el bando colchonero.

Aún así, desde el minuto 28, los rojiblancos empezaron a crecer, sintieron posible agredir a su rival, y recordaron que en el inicio, empujados por ese estado anímico, pelearon el dominio del partido. Sorprendentemente, como para seguir sumando argumentos en contra de los pronósticadores y adivinos, el equipo blanco no supo ni quiso aprovechar el avance colchonero; no gestó un solo contragolpe y se fue diluyendo en la aparente zona de confort que el gol supuso. Su acercamiento al área de Keylor Navas se convirtió en una película de terror.

Y así fue creciendo el Atleti, casi como poseídos por una cuestión mística, sin importarle el penal desperdiciado por Antoine Griezmann. Porque más allá del fallo del mejor cobrador colchonero -otro guiño al espíritu indomable del juego y de la vida– los de Simeone se mantuvieron arriba peleando, nadando contra una corriente que les impidió ser ellos mismos y los obligó a serenarse. Jugar con el marcador en contra, fallar un penal y mantener la cabeza fría no es cualquier cosa. Lo tuvo Savic pero la noche estaba para otras cosas.

Mientras tanto, Zidane permanecía petrificado, sin encontrar respuestas a la modorra de su equipo, partido en dos por la ausencia de Cristiano, Bale y Benzemá en fase de recuperación. El galés intentó sumarse a las labores defensivas un par de veces, pero la tentación de ser opción para las carreras pudo más que la obligación natural de auxiliar a sus compañeros. El entrenador marsellés abandonó su indiferencia con la entrada de Isco y Lucas Vázquez, dando a entender que se inclinaba más que nunca por regalar el balón a cambio de potenciar esas corridas que se le habían perdido en la final. Pero su equipo estaba en una dinámica de la cual no saldría.

Decía Johan Cruyff: «Si nosotros tenemos la pelota, ellos no pueden marcar». La sentencia del inmortal holandés tiene vigencia hasta en un equipo de Simeone. Tanto ir, tanto buscar soluciones a partir de la tenencia del balón, encontró sus frutos con el gol de Yannick Carrasco. Lo que llama la atención es que tras el tanto, los colchoneros cedieran en su asedio y le dieran oxígeno a un Real Madrid que hasta el momento no tenía respuestas ni oxígeno.

Uno debe preguntarse, más allá de que todas las formas de juego son válidas, si tanto Zidane como Simeone compraron el pescado podrido de que las finales se ganan, no se juegan. De ser así, permítame, estimado lector, recordar que para ganar hay que jugar y además, hacerlo mejor que el rival. No basta con mostrar estadísticas ni morir con la de cada quien; el juego exige flexibilidad para adaptarse a lo que cada partido requiere, y hoy, estos dos equipos, cuando tuvieron la posibilidad de dejar de lado esquemas y otras ataduras en favor de aprovechar la corriente, tuvieron temor o no supieron adaptarse.

Al final el triunfo fue para los merengues, con algo de épica porque Cristiano Ronaldo, su jugador santo y seña, el mismo que hace unos días pidió que una nueva renovación de su contrato, convirtió el penal del triunfo, aún cuando las piernas no le respondían desde el final del tiempo reglamentario.

En el duelo de entrenadores, Simeone supo levantar a su equipo con sus herramientas y los cambios que hizo, pero Zidane, el tipo tranquilo que había afirmado que perder la final no sería un fracaso, se va a casa con una medalla más, la primera como entrenador y quizá la más importante de todas: aquella que le permite adquirir fuerza para hacer su propio proyecto, salvo que el ser superior no lo considere.

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Luego de 120 minutos y los disparos desde el punto penal, el Real Madrid consiguió la undécima Copa de Europa, un torneo que para muchos es el carnet de identificación del club de Concha Espina.

Un último apunte: da para pensar que estos equipos, que hacen de la preparación física su bandera (el Real hizo aquello que llamaron como mini pretemporada, mientras que el Atleti dice sostenerse en los métodos del profesor Óscar  Ortega) hayan jugado a un ritmo tan limitado. Hace una semana, Sevilla y Borussia Dortmund, cada uno en la final de la copa doméstica, dejaban claro que no hace falta ser el Barcelona o cualquier equipo de Guardiola para llegar a final de temporada en plenitud de condiciones. Supongo que la lección no será aprendida y los comerciantes y fariseos seguirán hablando de preparación física antes que de preparación futbolística.

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