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La Eurocopa de la cola del pan

De lo poco que transmitió del torneo Meridiano TV, cuando no había cadena de Nicolás Maduro, no quedó ningún partido realmente memorable. Se mire por donde se mire, la versión descristianizada de Portugal no será recordada mucho más allá de la anécdota del capitán que lloró de impotencia y celebró sin los tacos puestos    

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FOTOGRAFÍA: AFP

Recordaré la Eurocopa 2016 como una en la que no pude ver todos los partidos, solo los que transmitió el binomio Meridiano TV-Telearagua (por ejemplo, solo tres en los octavos de final), supongo que en medio de muchas dificultades como todas las que atraviesa la empresa privada, y eso cuando no se atravesaba la cadena vespertina diaria de Nicolás Maduro. Recordaré la Euro 2016 como una en la que, con frecuencia, tuve que interrumpir esos pocos partidos para hacer la cola del pan de las 5:00 pm y garantizar que mi papá, que nació hace más de siete décadas en la isla portuguesa de Madeira pero que es mucho menos famoso que Cristiano Ronaldo, tuviera algo para cenar.

Recordaré la Euro 2016 como una que no me dejó ningún partido realmente memorable. Quizás el primer tiempo de Italia ante España. Quizás algo de la semifinal Francia-Alemania. Recordaré la Euro 2016 como una que ganó el país de mis ancestros, a pesar de que no tenía en cancha ni a Cristiano Ronaldo, ni a Figo, ni a Rui Costa, ni a Eusebio, ni a Deco, ni a Futre, sino a uno de los peores equipos portugueses de los que tenga memoria. Y en uno de los momentos más tristes para la colonia portuguesa en Venezuela, con las estanterías peladas de su ramo comercial más emblemático (las panaderías: el pan venezolano suena a la imitación del acento madeirense por Emilio Lovera en Radio Rochela), y con un gobierno que, en vez de solucionar el problema de la escasez de materia prima, envía a 1.200 burócratas a fiscalizar y poner multas. El socialismo resumido.

El fútbol está lleno de paradojas. Portugal es un país históricamente lleno de paradojas. Sus alegrías como nación siempre tienen un dejo melancólico, pasajero. Recordaré la Eurocopa 2016 como una en la que quizás el mejor jugador portugués de todos los tiempos, Cristiano Ronaldo, se despidió del torneo llorando porque ya no podía jugar fútbol, mientras una mariposa salía volando simbólicamente de su rostro como un espíritu abandonando su cuerpo (y no me refiero al banco quebrado del que fue patrocinante). ¿El último gran torneo para un auténtico campeón, el extraño caso de un portugués que no tiene nada de humilde?

Por supuesto, a lo mejor me estoy pasando de dramático. Cristiano “solo” tiene todavía 31 años. Y al final, llanto y todo, se salió con la suya (como de costumbre), tuvo su gran acto dramático de teatro, se robó el show y levantó la copa. E igual la tristeza me invade más que la alegría del triunfo del teórico equipo pequeño. Recordaré la Eurocopa 2016 como una que siempre pensé que Cristiano no debía jugar. Su estado físico en los últimos meses ha sido alarmante. Una sombra del Cristiano de costumbre. Igual es tan grande que llevó a su selección a la final. Después de los 30, siempre comienza el descenso indetenible de la curva de rendimiento. Y el desgaste de Cristiano ha sido mayor que el de un jugador normal, incluida la intensidad de su preparación atlética. Ha acelerado los latidos de varias vidas mientras el resto de los mortales mal llevamos una.

De Renato ni un rato

Escuché con atención los comentarios de Ignacio Benedetti en el cierre de la transmisión de Meridiano TV. El fútbol es un asunto de apreciación. Los iniciados pueden disfrutar mejor un buen andamiaje defensivo, la presión en el mediocampo o una modificación en el esquema táctico, así como un cerrado duelo de pitcheo en el beisbol, o la cuidadosa construcción de un personaje en una película. La gran mayoría de los espectadores son más básicos: quieren ver un pase de taquito, un túnel, muchos goles, un festival de jonrones o escenas de acción con efectos especiales.

Y aún tomando eso en cuenta, estoy en desacuerdo con Benedetti: para mí, Portugal no fue un campeón nada memorable, ni tampoco jugó bien, cualesquiera sean las definiciones subjetivas de “jugar bien” y “jugar mal”. Portugal llegó a la final gracias en gran parte a un extraño emparejamiento que dejó en la otra llave a todos los teóricos favoritos (Francia, Alemania, Italia, España, etcétera). Al menos en los partidos que yo vi, no constaté nada extraordinario en la supuesta estrella del futuro, Renato Sanches, aparte de su parecido físico al más bonito de los integrantes del dúo Milli Vanilli (los que bailaban, no los que cantaban). OK, Rui Patricio es un buen portero. OK, Pepe es un central de esos que se escupe las manos antes de salir a la cancha y Fonte fue una grata solución. OK, unos laterales aceptables con nombres de artistas y cortes de cabello modernos. OK, William Carvalho es un cabeza de área o mediocampista número 5 con bastante criterio. OK, Cristiano resuelve. Pero hasta ahí. El fútbol, y el deporte en general, siempre tiene un componente de azar (de leche, pues), de centímetros que tuercen el curso de la historia y sobre todo la narrativa de esa historia. Pocas veces he visto un partido de eliminatoria directa de dos rivales con tan poca ambición de ganar como el Portugal-Croacia de los octavos de final. En ese juego quizás se definió la Eurocopa.

Francia no hizo un mal torneo. Fue creciendo con el paso de la Euro y quizás alcanzó su punto más alto ante Islandia, con todo y advirtiendo el tipo de rival que es Islandia, a esa altura ya haciendo una fiesta aunque la golearan (Islandia eliminando a Inglaterra fue la noticia más divertida). Fue quizás el único gran juego de Pogba. En los primeros partidos había destacado Payet. La semifinal fue para Griezmann y quizás Matuidi. En la final, el único que salió a comerse la cancha fue el impresionante Sissoko. Quizás Francia no jugó la final como un equipo campeón, pero la derrota, tan temida en nuestro sistema de valores, no debe echarle Typex a todo lo que hizo en la Euro. Tampoco al juego en general abierto de Alemania.

Recordaré la Euro 2016 como un gran torneo que, a pesar de su desenlace inesperado, nuevamente me dejó un mal sabor. Afortunadamente la final no se definió por penales como la Copa Centenario. Afortunadamente hay mucho más fútbol en el mundo aparte del Mundial, la Eurocopa y la Copa América, así como hay muchas buenas películas que no son postuladas al Oscar. E igual no deja de preocuparme el futuro de este deporte, lo poco vendibles que se están volviendo las citas importantes. Los equipos parecen tener más miedo de perder que ambición para ganar. Los realmente talentosos son muy pocos. Los sistemas defensivos parecen más sólidos que las llaves que abren esas cerraduras. Tampoco nada demasiado nuevo bajo el sol, excepto que tenemos un integrante inédito en la siempre breve galería de los campeones (Chile también estuvo afuera hasta 2015) y los pocos panaderos que quedan celebran aunque ya no tienen harina para trabajar.

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