Día de la Mujer

Lucy Quero, la mujer maravilla de la selva venezolana

Después de jubilada, y por azares de la vida que asumió como un reto, Lucy Quero se ha dedicado a ayudar efectivamente a las comunidades de Amazonas y Bolívar. Gracias a ella, 13 comunidades indígenas pueden vender sus productos en Caracas, Hoy, Día de la Mujer, contamos esta historia de empeño

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Daniel Hernández

Lucy Quero trabajó 25 años en la Administración Pública, como jefe de Publicaciones de la antigua Corte Suprema de Justicia. Después de jubilada, y sin buscarlo pero asumiendo el reto, empezó a trabajar en su verdadera misión de vida: ayudar efectivamente a las comunidades indígenas de Bolívar y Amazonas.

En este momento, 13 comunidades indígenas venden sus cosechas y productos semiprocesados a través de Lucy y su marca Sabores Aborígenes. Entre ellos están los piaroas, yekuanas, pemones, sanemá, baré, waraos, piapocos y jibis, entre otros. Y tiene tres empleados fijos en Puerto Ayacucho y dos en Caracas. Pero lograr todo esto no fue nada fácil.

La sonrisa dulce de Lucy disimula su temple de acero, el necesario para irse a vivir sola a Puerto Ayacucho, aunque no conociera a nadie allí. Corría el año 2010 y era necesario que ella estuviera presente para poder levantar su centro de acopio, a donde las comunidades indígenas llevarían sus productos para que ella, después, los trajera en autobús a Caracas.

Todo comenzó por casualidad. En 2008 estaba recién jubilada cuando una amiga, que en ese entonces trabajaba en la Cámara de Restaurantes, le preguntó qué estaba haciendo. «Nada. Las colas para pagar la luz, el teléfono…», le respondió. La llamada derivó en una propuesta de trabajo freelance: que la ayudara a organizar un evento gastronómico.

Lucy Quero se reinventó por completo después de jubilarse. Fotos de Daniel Hernández

Resultó y Lucy, como organizadora, conoció a dueños de restaurantes y de escuelas de cocina y a chefs. Uno de ellos fue Nelson Méndez, mitad baré, y quien en ese entonces se enfocaba en dar a conocer la comida de la selva.

Y fue así como esta maracayera jubilada comenzó a aventurarse en un mundo que pocos venezolanos conocen: el de la selva amazónica y sus muchos secretos.

«Este año no hay regalo para nadie»

Al principio, Lucy Quero era solo un apoyo para Nelson Méndez. Lo ayudaba con la puesta en escena de sus conferencias, lo ayudó a escribir un libro sobre la comida amazónica y, más adelante, a hacer catering para películas que se grababan en la selva, como la de Patricia Velásquez, Cenizas eternas.

En esas andanzas se dio cuenta que muchos alimentos del Amazonas se perdían, pero que había curiosidad entre los caraqueños por probarlos y hacerlos parte de su despensa.

«Después de las presentaciones de Nelson, la gente quedaba entusiasmada y se preguntaba dónde podía conseguir esos alimentos», recuerda Lucy.

También se percató que las comunidades indígenas podían hacer mucho más con sus productos. Por ejemplo, con el copoazú, un cacao ancestral. Ellos abrían la mazorca del copoazú, chupaban la semilla para sacarle el mucílago y luego la escupían. Es decir, la parte del grano de cacao se perdía por completo.

Así fue como Lucy decidió ser un puente entre las etnias y los caraqueños.

Lucy muestra los granos de copoazú que ahora procesa en su centro de producción en Caracas. Foto Daniel Hernández

Ese diciembre, junto sus ahorros y todo lo que recibió por «aguinaldos» y le dijo a su familia: «Este año no hay regalo para nadie». Con eso se marchó a Puerto Ayacucho a empezar su centro de acopio y producción.

«Vivía tres meses allá y una semana aquí en Caracas», recuerda Lucy. Todos sus viajes los hacía en autobús. «Yo manejo pero no me atrevía a llegar hasta allá», dijo.

Poco a poco, y gracias a algunas actividades, se fue ganando a los pobladores, incluso a las autoridades locales. Los productos fueron llegando, y fue fluyendo el conocimiento de un lado y de otro.

Por ejemplo, Lucy les enseñó a aprovechar el copoazú: a sacar el mucílago que es la pulpa y sirve para muchos productos y a secar y descascarillar las semillas. Y ella comenzó a procesar las frutas amazónicas para convertirlas en pulpas que se podían vender congeladas y en mermeladas.

Mermelada de túpiro. Foto Daniel Hernández

Procesarlas, incluso en algo que puede parecer tan fácil como una mermelada, resultó complicado. El problema es que las frutas amazónicas tienen su propia personalidad, sabores únicos y mucha pectina natural. Lucy tuvo que investigar sobre ellos. Muchas de las respuestas las encontró en documentos colombianos. La práctica logró que entendiera a esas indómitas frutas.

«Dios mío, dame una señal»

Pero las cosas no eran fáciles. Lucy iba y venía y, para poder hacer caja y financiar los equipos y pagos de las cosechas, trabajaba haciendo catering para películas, algunas muy lejos de allí.

En una de esas ocasiones pasó tres meses haciendo el catering de una película en el estado Falcón. Aunque había dejado a una persona encargada en el local de Puerto Ayacucho que recibía los productos que llevaban las comunidades, la alcaldía de turno estuvo a punto de quitarle el local. «Yo regresé en época de cosecha de copoazú. Estando en el sitio se abrió la puerta violentamente y eran altos funcionarios de la alcaldía. Se sorprendieron cuando vieron la faena de recepción, peso y pago del copoazú», cuenta Lucy.

Fruto, granos y copoazú ya procesado en tabletas. Foto Daniel Hernández

Pero el retorno del esfuerzo y la inversión era escaso. En uno de esos largos viajes hacia Caracas, le pidió a Dios una señal para continuar. Y para ella, llegó.

«A la altura de Apure sonó mi celular. Era un número desconocido. Resultó ser Pedro Dahdah, de la heladería Fragolate. Una periodista, Daniela Carrascal, le habló de mí y de las frutas amazónicas que yo traía a Caracas», recuerda.

Con visión, Pedro y Ramón Dahdah percibieron que las frutas amazónicas le darían un giro diferenciador a su heladería, y así fue. Pero también fue el trampolín para que Caracas conociera a Lucy y su enorme esfuerzo por traer los alimentos de la selva a la capital.

Un lugar en Caracas

En su trajinar por colocar los alimentos, Lucy se reunía con muchas personas y participaba en numerosos proyectos. En uno de ellos coincidió con una persona que elaboraba galletas y golosinas. Al ver su empuje, le ofreció un local en Boleíta para que pudiera tener un buen centro de producción en Caracas.

Lo aceptó porque, hasta ese entonces, funcionaba en un anexo de una casa, pero era un lugar pequeño, y complicado para entrar y salir de noche, cosa que hacía con frecuencia porque continuaba haciendo catering.

«Así que, desde  hace cuatro años, tengo este lugar en Boleíta», cuenta. Aunque no funciona como una tienda a puertas abiertas, el sitio es espacioso y le permite tener algunas paredes de exhibición, tener un área apartada para la cocina y un cuarto para almacenar en frío. Allí tiene lo que llama una «cava cuarto» que también tiene una bonita historia.

Sabores Aborígenes no tenía una buena cava para mantener sus pulpas y productos en frío. Y no podía costearla. Pero un día, María Evans, de Azú Pastelería, llamó a Lucy y le ofreció casi regalada una cava-cuarto.

«María y su equipo viajaron conmigo a Amazonas cuando aún trabajaba artesanalmente en San Bernardino. En ese momento estaba en proceso de abrir la tienda en Las Mercedes y se le ocurrió que yo podía necesitar la cava que ella no iba a utilizar allá. Cuando la fui a buscar, no lo podía creer: estaba casi nueva. Y no era una sino dos cavas», cuenta.

«La estoy contando»

Solo pudo instalar una de las cavas y guardó la otra que, unos pocos años después, en 2021, le permitió sufragar parte de los gastos para superar el covid. El año pasado, en marzo, Lucy estuvo 30 días entubada en terapia intensiva. «Llegué a tener solo 5% de probabilidades de vivir. Realmente la estoy contando. Debe ser que aún me faltan cosas por hacer aquí», se estremece.

Y es lo que pareciera porque esta mujer, madre de tres hijas y abuela de tres nietos, no deja de innovar con productos amazónicos para hacer más mercado para las comunidades a las que ayuda. En su centro de acopio en Boleíta procesa y vende mermeladas de túpiro; mañoco; pulpas de copoazú, túpiro, manaca (conocido en otros países como acai), arazá cuando es cosecha; polvo, manteca y tabletas de copoazú (el cacao de la selva) en todos los tamaños e incluso saborizadas; hormigas limoneras; el picante cumache; vinagre de túpiro y semillas de sarrapia. También tiene artesanía indígena que le guarda a mujeres de las comunidades warao y yekuanas para que las vendan en la capital.

Barquillas de mapuey y batata y gomitas y grageas de manaca. Foto Daniel Hernández

Lo más novedoso son las gomitas de frutas del Amazonas y las grageas de chocolate con corazón de esas gomitas. «Me costaron muchas pruebas», asegura Lucy. Las hay de túpiro y manaca. Son blandos caramelitos que potencian el sabor particular de la fruta amazónica.

Lucy Quero es la escenificación de esa mujer venezolana que, sin importar la edad, asume los retos con los que la vida la sorprende, que empeña lo que tiene y ella misma con tal de ayudar a otros y que, a la vez, sigue pendiente de sus hijos y nietos. Feliz día de la mujer.

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