Economía

La verdad, el problema no son las colas

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FOTO: EFE | ARCHIVO

Más allá de la escasez, la familia venezolana sufre los golpes de una inflación desatada que pulveriza el ingreso y liquida el poder de compra. Muchas cosas hay, pero la plata no alcanza para comprarlas.

En el este de Caracas opera uno de los más grandes supermercados de Venezuela, el Excelsior Gama, cuyo local, del tamaño de un mayorista Makro, es equiparable a los de Euromercado, Super Líder y San Diego, en Aragua.

Todas las noches, en los alrededores de la estación Miranda, del Metro de Caracas, enfrente del Parque del Este, comienzan a hacerse las colas de familias enteras que pernoctan para cruzar la calle la mañana siguiente y entrar de primeros al Excelsior. La fila muchas veces da la vuelta a la manzana de este enorme local que una vez albergó una planta cervecera.

Nadie sabe qué venderán el día siguiente, ni a qué hora. Pero igual se quedan, estoicamente, como ocurre en otros lugares de Venezuela, porque esperan que aparezcan los productos de la cesta básica regulados, y con ese esfuerzo estirar sus flacos ingresos.

La explicación primera de las colas es la escasez que llega a 80% de algunos productos básicos, según estudios de opinión privados (el Banco Central esconde los suyos, porque no tiene como rebatir los amargos números).

La escasez se explica por una caída de las importaciones en torno al 65% en lo que va de año con respecto al año pasado; y por el hundimiento de la economía nacional, que solamente este año producirá 10% menos riqueza que el año anterior.

La parálisis de la producción local también es causada por la escasez, pero de divisas y de materias primas importadas, en medio de los estrictos controles militares y civiles sobre las empresas; caída de la demanda; apagones constantes; problemas de transporte e infraestructura, y miedo al futuro, un temor que inhibe muchas inversiones grandes y pequeñas.

– Nada y de todo –

Pero en los pasillos del Excelsior, en términos generales, hay muchas cosas. Tal vez, como en todas partes, escasean el azúcar, el aceite, las harinas, las salsas preparadas industriales, papel higiénico, shampoo, desodorante y varios otros bienes regulados.

Pero aparte de eso, el problema es otro: lo que escasea es la plata para usted comprar el resto de las cosas que sí hay en abundancia y con los que podría sustituir algunos de los acostumbrados.

De modo pues que –tomando como ejemplo este supermercado- en Venezuela se ha creado una especie de segregación económica, un Apartheid, que segrega entre los que tienen algo de plata para comprar y los que no tienen más que la paciencia, algo de energía y unos churupos para esperar por bienes regulados.

En algunas partes de Venezuela, hay muy pocas personas con acceso a dólares o euros, ya sea porque circulan en el mundo de la diplomacia, porque trabajan para empresas extranjeras o porque tienen un tigrito afuera.

Por ejemplo, algunos programadores de computadoras y portales de Internet pueden ganar 300 dólares por mes, un sueldo de miseria en cualquier país (en Estados Unidos la hora está más o menos en $14 para los empleos menos calificados).

Pero si usted aprovecha aquí en Venezuela las distorsiones cambiarias podría conseguir con esos $300 el equivalente a 10 sueldos de un profesor universitario con años de carrera, o a unas cinco veces lo que consigue un gerente bancario.

Pero en fin, hasta para quien consiguiera esa plata, las cosas se han puesto caras, y con menos de 100 mil bolívares no se hace un mercadito medio decente para tres personas.

Entonces, el drama real es la extinción del poder adquisitivo de la moneda venezolana, pulverizada por la inflación más alta del mundo. Lo que ganan los asalariados venezolanos dura lo que dura un suspiro en un chinchorro y como dice el Cendas, un centro de investigaciones del magisterio venezolano, al cierre de junio hacían falta 24 salarios mínimos solo para pagar una canasta básica para una familia de cinco miembros.

Cuando uno ve las personas que logran salir del Excelsior Gama después de horas de colas, sol, lluvia, hambre y humillación, se pregunta si vale la pena tanta tragedia por dos kilos de harina, un pote de nociva margarina, un litro de aceite para las fritangas…Pero para la gran mayoría de estas personas, en efecto esta es la única opción para comer algo. Una arepa con “mantequilla” que no es mantequilla, sino una mezcla de grasas vegetales con colorante, puede resolver un desayuno.

Justamente, esta semana un estudio minucioso de la firma Venebarómetro, citado por El Estímulo recoge que 17% de los consultados solo come una vez al día.

“El porcentaje de quienes comen solo dos veces al día se ha duplicado hasta 44% en junio contra 30,3% de abril en el promedio nacional. Oriente es la región más golpeada, allí 49,1% de los habitantes come solo una vez por día y 47% dos veces”, según los datos de Venebarómetro.

El drama de toda esta gente no solo es que no se consiguen las cosas, sino que no pueden comprar lo que sí se consigue.

Los productos regulados son como una de esas reliquias que buscaba Indiana Jones: se quedaron atrapados en el tiempo, enterrados por la pasmosa inflación más alta del mundo. Mientras el gobierno no sincere esos precios, esos productos no aparecerán en el mercado formal, sino que seguirán siendo desviados por la codicia o la supervivencia humana hacia el mercado negro, ese llamado de los bachaqueros.

Pero si usted consigue cómo pagar, puede olvidarse de las colas y conseguir en el Excelsior Gama jojotos a Bs 945 el kilo con todo hojas y tusa, para hacerse una cachapita. Podrá comprar un kilo de papas por Bs 1.310 en lugar del arroz como contorno del almuerzo; podrá pagar Bs 1.500 por el kilo de tomate, para juntarlo con un poco de maicena y preparar su propia salsa para la pasta; que consigue el kilo en Bs 3.000, importado de Italia. Y si quiere ponerle su quesito como manda la receta de la Nona, el pecorino le vale Bs 9.140 el kilo.

Ok, póngale queso blanco: Bs 4.185 el de telita.

Si le provoca tanto su pollito guisado, el kilo de muslo vale Bs 3.621. Si la receta pide zanahoria, además de las papas, deberá pagar Bs 2.890 el kilo, más Bs 1.825 por la cebolla y Bs 1.885 por el kilo de pimentón y Bs 1.180 el kilo de plátanos, por si quiere unas tajaditas en baranda.

Si la plata no alcanza para el pollo sino para el bistec de pobre, sepa que el medio cartón de 15 huevos vale Bs 2.215 bolívares. Y si quiere un camburcito de postre, pague Bs 985 el kilo.

Por cierto, si se quiere tomar su cafecito, sepa que sí se consigue, pero a Bs 3.200 el medio kilo de marca Brasil. Como no hay azúcar, se usa papelón rayado, pero la panela de 495 gramos vale Bs 2.895.

Estos precios, por cierto son de la semana pasada. No hemos verificado si se mantienen…

PD: los cálculos de inflación del FMI prevén 700% para este año y 2.200 para 2017. Pero como ya usted se habrá dado cuenta, estamos en ese tobogán desde hace tiempo. Según el Cendas, los precios de la canasta básica suben a un ritmo de Bs 2.000 por día. Y eso que no se han sincerado los precios reales de los productos regulados, que deberían estar bastante por debajo de los que aplican los llamados bachaqueros.

El gobierno ya ha asomado esta semana que viene otro aumento de sueldos (apostamos que para septiembre). Pero mientras no se corrijan las causas reales de la inflación en vez de sus efectos, esos aumentos serán inútiles, una mera ilusión que contribuye a generar nuevas alzas de precios, aunque el Gobierno los venda como un gran logro de esto que ellos llaman socialismo.

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