Economía

José Guerra: "Este es un capitalismo de amigos"

El exparlamentario hace un recuento de las principales políticas económicas tomadas en el país durante los últimos 100 años: «Anatomía de una catástrofe», su nuevo libro publicado por Editorial Dahbar, es una invitación hacia el pasado económico de Venezuela. ¿Qué hicimos mal y cómo llegamos aquí?

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José Guerra

José Guerra todavía recuerda sus años mozos. Años que, lejos de estar marcados por las tensiones de la Guerra Fría, estuvieron signados por otro suceso ocurrido a muchos kilómetros de su casa: la guerra del Yom Kippur. El conflicto árabe-israelí de los 70, que impactó en los precios del petróleo y convirtió a los venezolanos en los ciudadanos más ricos del continente.

Entonces, tenía 16 años. Hoy tiene 65 y revive su adolescencia en una entrevista desde el exilio en el que se encuentra desde 2019: “Era apenas un muchacho y viví toda esa bonanza económica impresionante en Guayana. Gente llegando del cono sur, huyendo de las dictaduras de Argentina, Chile y Perú. Buscaban trabajo en Venezuela y conseguían. El que buscaba encontraba”.

Carlos Andrés Pérez se estrenaba en la Presidencia de la República y Venezuela vivía un auge económico sin precedentes en la región. Nadie se imaginaba que en aquel derroche de petrodólares estaba la génesis de la peor crisis de su historia económica, una crisis que, aunque arrancó a fines de esa misma década, se agudizó 40 años después entre 2013 y 2014, llevándose consigo a la propia democracia.

El nuevo libro de José Guerra Anatomía de una catástrofe es un diagnóstico de aquellos años. Un examen que empieza en 1920, con la institucionalización de las finanzas bajo la administración del tirano Juan Vicente Gómez, y termina en 2020, con las medidas de otro mandón, las decretadas por Nicolás Maduro, quien heredó el poder tras la muerte de Hugo Chávez y hundió al país en su peor tragedia.

—En 1936, se abrió una etapa histórica para Venezuela. Las acciones tomadas en ese entonces fueron cruciales para el futuro. Desde lo que concierne a las políticas económicas, ¿cómo evalúa esa etapa? ¿Cuáles decisiones fueron favorables o desfavorables?

—Ciertamente en 1936 hubo un punto de inflexión, de ruptura, con la llegada del presidente Eleazar López Contreras, tras la muerte de Juan Vicente Gómez el 17 de diciembre de 1935. Pero la verdad es que los cambios comenzaron antes, lo que pasa es que hay una especie de leyenda negra sobre la figura de Gómez. Una leyenda que tiene algo de verdad en el sentido de que fue un tirano y un dictador, pero no fue un analfabeto. Creo que Gómez manejó las finanzas públicas con rectitud. Hizo de la hacienda pública su hacienda personal, pero dejó una institucionalidad de la mano de un hombre que fue extraordinario para Venezuela: el doctor Román Cárdenas.

En ese lapso se aprobó la primera ley de Hacienda Pública venezolana, se disciplinó el fisco, se empezaron a cobrar los impuestos de manera regular, el gasto público a partir de 1920 se empezó a regularizar. Venezuela obtuvo un orden monetario y fiscal a partir de esa fecha. Entonces, la leyenda negra de Gómez es eso, una leyenda negra. Fue un dictador: reprimió, encarceló y exilió, pero creó una institucionalidad para la Venezuela de la época.

Fueron tres figuras fundamentales las claves dentro de ese cambio histórico en Venezuela: Román Cárdenas, Gumersindo Torres y Vicente Lecuna. Ellos tres permitieron que Venezuela diera un salto en materia de infraestructura. Articularon todo el país. Con presos políticos, claro, pero Gómez institucionalizó al país gracias a ellos.

—Como una reacción al chavismo hay quienes alaban a otro dictador, a Marcos Pérez Jiménez. Dicen que con él hubo estabilidad económica. Conocemos las violaciones a los derechos que cometió esa dictadura, pero, ¿considera usted que, al igual que pasa con Gómez, existe una leyenda en torno a la dictadura perezjimenista que opaca esa estabilidad?

—En el caso de Pérez Jiménez no hay tal leyenda negra. Son hechos más contemporáneos, hay más literatura. El país ya tenía televisión y la radio era masiva. Pérez Jiménez fue un militar nacionalista y desarrollista cuya orientación fundamental fue crear una gran base de infraestructura en el país, moderna, a través de carreteras. Obras grandes, monumentales. Aprovechó la riqueza petrolera para realizar enormes planes de infraestructura, entre los cuales destacan grandes autopistas, en Caracas el Centro Simón Bolívar, la Universidad Central de Venezuela, el Paseo Los Próceres, el Hotel Humboldt. Obras que están allí y las vemos. Avenidas como la Bolívar, la Urdaneta, la Baralt, la Páez, que no existían porque eran calles. La Roca Tarpeya que aislaba el centro con el sur de la ciudad. Pérez Jiménez la dinamitó, abrió ese conducto que se llama igual, Roca Tarpeya, y conectó, a través de la avenida Nueva Granada y Fuerzas Armadas, el norte con el sur de Caracas. Trató de crear una obra monumental que al final no se pudo realizar: El Helicoide que es un símbolo nefasto para Venezuela.

En esa época de Pérez Jiménez la producción petrolera aumentó muchísimo porque se echó para atrás la política del trienio adeco de no más concesiones petroleras. Él entregó concesiones petroleras y el país experimentó un boom en materia de petróleo y eso le permitió financiar esas obras. Tenía una política según la cual debía haber en cada capital de estado un cuartel, un hospital militar y un gran liceo. Y en cada municipio un gran centro de salud, una escuela y un liceo. A todos esos colegios les puso nombres de países latinoamericanos. Ciertamente el plan de obras de Pérez Jiménez fue extraordinario, pero el costo político fue una represión significativa. Las cárceles estaban llenas de presos. Entonces, cada quién juzga de acuerdo a su criterio.

—¿Y cuál es su criterio?

—Hubiera preferido que un régimen democrático hiciera esas obras.

—Justamente, el régimen democrático que le siguió a Pérez Jiménez alcanzó un boom petrolero a principios de los años 70. Sin embargo, al finalizar esa década el país entraba en una crisis de la cual sigue sin recuperarse. El historiador Tomás Straka comenta, por ejemplo, que esta crisis tiene sus orígenes en los 70. ¿Cómo pasamos de esa bonanza a la crisis de los 80?

—Cuando cae Pérez Jiménez en 1958, le sigue la junta provisional de gobierno encabezada por Wolfgang Larrazábal. Esa junta recibe un país en crecimiento, con pleno empleo y baja inflación, pero con una deuda que se les debía a los constructores. Pérez Jiménez tenía la costumbre de financiar las obras con las deudas que tenía con los bancos. Se le debía una gran cantidad de dinero a los bancos producto de esas obras.

Cuando llega la junta de Larrazábal, se paralizan las obras de repente y empieza el desempleo a aumentar. Empiezan las protestas y se lanza el plan de emergencia, que era para construir pequeñas obras y darle continuidad, en la medida en que fuera posible, a las obras que había dejado Pérez Jiménez. El país estaba muy inquieto y agitado. Después de 10 años de estabilidad política, las calles estaban llenas de protestas.

Cuando Larrazábal se lanza de candidato ocurre un hecho importante: lo sucede Edgar Sanabria, quien aumenta los impuestos a las petroleras. Ellas se quejaron, pero el país necesitaba recursos para atender esa demanda social que había dejado Pérez Jiménez. Al final lo terminan pagando, pero Betancourt, quien ganó las elecciones en diciembre de 1958, encuentra un país con unas altas demandas sociales. Ahí empieza el desempleo. No hay plata en la tesorería como se esperaba. La deuda que había dejado Pérez Jiménez la junta la canceló. Casi mil millones de dólares, que para la época era un dineral. Él aplicó un programa de austeridad muy fuerte. Le decían el plan del hambre, en 1960. Aplica también un control de cambio y logra un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional tal como lo había previsto.

Ese plan contó con el respaldo de sus ministros de Hacienda, primero José Antonio Mayobre, Tomás Enrique Carrillo Batalla y finalmente Andrés Germán Otero. Redujeron el sueldo de los empleados públicos. Eso no lo había hecho ningún presidente. También subió las tasas de interés. La economía entró en una etapa de recesión. Las calles se llenan de protestas. El Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) entran en una conspiración para tumbar a Betancourt, con el apoyo de la dictadura cubana en dos invasiones: Machurucuto y Falcón. Más tres intentos de golpes de Estado. Aparte de un atentado desde el gobierno de República Dominicana. Betancourt resistió y contuvo todas esas intentonas.

En 1963, la economía ya se ha estabilizado. Las elecciones las gana Raúl Leoni porque la oposición estaba dividida. Ahora es un país que está recuperándose: crece y la inmigración que había recibido de la posguerra en Europa se consolida. Esa normalidad dura hasta 1973, cuando los precios petróleos experimentan un salto cuántico por la guerra del Yom Kippur. Carlos Andrés Pérez, que sucedió a Rafael Caldera en la presidencia, emprende un conjunto de obras importantes. Para mí, fue ahí, al final del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, cuando comenzó a gestarse la crisis, pero no fue por falta sino por exceso, que es distinto.

José Guerra

—¿Su sucesor, el gobierno de Luis Herrera Campins, intentó surfear esa situación? ¿Qué medidas tomó al respecto?

—Los altos precios del petróleo comenzaron a declinar en 1977. La crisis empezó a asomarse. El país no ahorró ni un céntimo de los recursos que le ingresaron. La deuda pública se triplicó. En 1979 asumió Herrera Campins con un programa distinto al de Carlos Andrés Pérez para revertir aquel crecimiento del Estado y ordenar la economía, pero ocurre un hecho imprevisto: en Irán ocurre la revolución islámica y se cierra el mercado petrolero.

En esas condiciones, el gobierno vuelve a recibir grandes cantidades de recursos y el presidente Luis Herrera Campins libera las tasas de interés y los precios que estaban congelados desde el gobierno de Carlos Andrés. Aplicó un plan con sus ministros, primero Luis Ugueto Arismendi y luego Leopoldo Díaz Bruzual, que buscaba enfriar la economía. Pero ya venía enfriándose, entonces viene una fuga de capitales gigantesca, entra en recesión y eso termina el 18 de febrero de 1983, cuando el Banco Central de Venezuela (BCV) cierra el mercado cambiario, aplica un control de cambio y ocurre el llamado “Viernes Negro”. Se funda esa oficina nefasta para el país: Recadi (Régimen de Cambio Diferencial), la cuna de la corrupción.

Ese control de cambios vino antecedido por una discusión muy fuerte entre Díaz Bruzual, entonces presidente del BCV, quien era partidario de una moneda sin control de cambio, y Arturo Sosa, ministro de Hacienda, quien pujaba por el control de cambio. Ahí fue cuando el país se descarriló y la corrupción fue rampante. Eso hasta que gana Jaime Lusinchi en 1984 y empieza un programa económico de expansión: la economía comienza a crecer con control de cambio.

—Habla de Lusinchi y de la recuperación económica. Pero se dice mucho, y se recoge también en el libro La rebelión de los náufragos de Mirtha Rivero que el gobierno de Lusinchi fue muy estatista. ¿En qué sentido lo fue?

—Estatista, más que Lusinchi, fue Carlos Andrés Pérez. Dejó un conglomerado de empresas públicas. Recuerda que fue él quien nacionalizó el petróleo. El estatista fue Carlos Andrés, Lusinchi lo que hizo fue un programa de muchos controles de precios y de cambio que al final colapsaron. La economía empezó a crecer porque el gasto del Estado fue muy grande y el sector privado invirtió. Pero no era sostenible: ese crecimiento se estaba llevando las reservas del Banco Central y al final se quedó sin reservas. ¿Por qué? Bueno, porque si tienes un tipo de cambio oficial a 14,50 y uno paralelo a 34, todo el mundo querrá el oficial.

El BCV estaba sobredemandado en reservas, las autoridades cometieron un error garrafal: entregaron dólares preferenciales que después no tenían como ahorrarlos. Cuando llega Miguel Rodríguez a la Oficina de Coordinación y Planificación, encuentra que la economía había crecido sobre un saldo deudor, acumulándose por reservas que ya estaban comprometidas. No había reservas en el BCV. Había que pagar la deuda. Entonces, se declaró la moratoria de la deuda y el país entró en la crisis. Fue una ficción, una ficción de prosperidad.

—¿Fue el programa de Carlos Andrés Pérez liberal? Pareciera ser sosa la pregunta, pero la hago porque Colette Capriles me comentó en una entrevista que no era liberal, porque seguía existiendo un gasto público importante. Usted que es economista, ¿qué responde?

-Claramente tiene elementos liberales. Quitar el control de precios es una medida liberal, sobre todo porque veníamos con controles de precios de 1983. También se elimina el control de cambios, cada quién podía comprar o vender las divisas que quería. Esa es otra medida liberal. Quien diga que no es una medida liberal vive en otro mundo o no sabe lo que está diciendo. Carlos Andrés Pérez también eliminó las trabas de las importaciones. También se privatizaron empresas que eran rémoras para el Estado. Todas esas son medidas de liberalización económica. Por eso, insisto, quien diga que no hubo una liberalización de la economía en esa época de verdad no sé qué estará hablando.

—Y después de Carlos Andrés Pérez, ¿hubo algún esfuerzo por insertar en Venezuela una economía de corte liberal?

—El gobierno de Carlos Andrés Pérez fue satanizado, sobre todo por ese torneo de demagogia, encabezado por Rafael Caldera y que le siguió Hugo Chávez. A partir de entonces, Venezuela dejó atrás esas medidas de liberalización, o, mejor dicho, de desestatización, porque la libertad de empresa siempre ha existido, solo que ha estado muy restringida por los gobiernos.

Con el segundo gobierno de Caldera, Venezuela entra en un encierro. Ese fue un gobierno nefasto para el país. Caldera no sabía qué hacer. Al punto de que entró en una crisis financiera provocada por él mismo y destruyó casi un tercio del sistema financiero y marcó ese gobierno. Caldera empieza a dar tumbos: en 1996 aplica la Agenda Venezuela que, en el estado casi catatónico en el que se encontraba, entiende de la mano de Teodoro Petkoff que tienen que hacer algo: privatizar algunas empresas, quitar el control de cambios, pero lo hace muy tímido.

Con Chávez se revierte todo esto y empieza a reestatizar la economía, sobre todo a partir de 2005, para que ahorita ya se estén regalando las empresas al mejor postor, en una especie de reprivatización, sin reglas, sin competencia, en un capitalismo de amigos. Es decir, lo contrario al segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez.

—¿Cómo nos recuperamos de este capitalismo de amigos?

—Venezuela necesita un gran plan de reformas económicas para lograr varios objetivos: primero, abatir la hiperinflación; segundo, poner la economía a crecer; y tercero, un gran programa social para sacar a los venezolanos de la pobreza y de la postración en la que se encuentran.

Hay tres instituciones que son fundamentales para esto, obviamente la primera es la Presidencia de la República. Si un presidente no está ganado para ello, las reformas económicas no van, aunque los ministros estén de acuerdo. Es el presidente de la República el que debe incentivar el cambio de modelo económico. La segunda, es un ministerio de economía, vamos a llamarlo de planificación o finanzas, que trace un rumbo económico basado en la apertura al mercado internacional, con los menores controles posibles. Y finalmente, en tercer lugar, un Banco Central que tenga una función fundamental: estabilizar la moneda, darle valor esa moneda, que prácticamente ya es inexistente porque ha sido sometida a varias reconversiones. Y eso es crucial: no hay progreso económico ni social sin una moneda estable.

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