Cultura

El Padrino III: Coppola corrige sus errores en una nueva versión

En la nueva versión de El Padrino III, se conserva la atmósfera enrarecida, apresurada y atípica, pero los cambios esenciales de Coppola la sostienen como un aire renovado que se aprecia y se disfruta. Perdido entre espejos, aplastado, cansado, destruido, pero sin perder el vínculo esencial con su nombre y poder, Michael termina por ser un reflejo del mismo Coppola en busca de reivindicación. Y ambos la encuentran. 

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La trilogía de El Padrino es quizás, la historia con mayor peso mítico del cine. Lo es, por su capacidad para envejecer como un clásico de enorme potencia y además, por redefinir un tipo de discurso cinematográfico con acento independiente que en realidad, fue producida y pensada en un estudio estadounidense. Ya muy lejos de los rumores sobre las discusiones y enfrentamientos entre director y productores, la edición que debió lidiar con exigencias imposibles y al final, un mito que nació de las decisiones netamente cinematográficas de su creador, los tres films componen una instantánea a un tipo de discurso conceptual que sigue sorprendiendo. 

Hay una serie de matices de grises que sostienen el hecho que la obra de Coppola atraviese todo tipo de revisiones. Pero sin duda, una de las más importantes, es el hecho de su peso en la forma en que el cine dialoga con el poder, el crimen y la pérdida de la inocencia. Más allá de sus bondades como obra fundacional de un tipo de historias en que la violencia lo es todo, El Padrino es también una reflexión sobre la duplicidad de la naturaleza humana, sus pecados y la búsqueda de la redención, todo en el escenario de la codicia estadounidense. 

Mucho más complicado aún, es hacer — y responder — la inevitable pregunta de por cual motivo,  la tercera película es la más floja, complaciente y peor calificada de la trilogía. Se trata de una ruptura incómoda, como si los dos films anteriores crearan una unidad, que debiera enfrentarse a una conclusión que no estuvo a la altura de las expectativas y mucho menos, de las exigencias del público, seducido por la oscuridad encarnada por los Corleone. Durante casi dos décadas, el debate agrio sobre la mera existencia de una película que parece negar — disminuir — los logros de su predecesora hasta sólo ser considerada un argumento convencional luego de dos obras de arte, ha sido parte del mito que rodea la obra de Coppola. Ahora y en pleno 2020, el director decidió crear una impostura inesperada, una revisión a su propio mito que quizás, le permite enmendar el dolor de la decepción y la concepción de algo más elaborado. La nueva edición de Francis Ford Coppola de El Padrino parte III, quizás sea una forma de consolar la decepción cultural alrededor de una película a la que se le exigía ser el cierre perfecto a una historia generacional y también, un transcurrir enigmático a través del pulso de una película que, de entrada, podría ser analizada de forma independiente. 

Porque uno de los grandes retos de El Padrino III — a cuyo título se añade en el 2020 la ominosa frase La muerte de Michael Corleone — es la posibilidad que, de la misma manera que su personaje principal, el film sea una conclusión definitiva a un debate ingrato. Se trata de una disyuntiva pesarosa, quizás un intento de Coppola de encontrar la paz y un cierto equilibrio entre la estatura extraordinaria como leyenda de su trilogía y algo más sutil, relacionado con la forma en que el mundo del cine percibe sus propios monstruos. Al final, la decisión de Coppola de redimensionar y volver sobre su obra más criticada — y cuyo resultado está más relacionado con el estilo de contar la historia que con la fórmula de fondo — es un desagravio tardío a la búsqueda de significado de un mito. 

Se trata de un desafío mayor. La mayoría de los fanáticos y cinéfilos devotos de El Padrino I y II, desdeñan con absoluto desprecio su tercera parte. El film, vapuleado por la crítica, señalado en todos sus incontables errores, que sepultó la incipiente carrera como actriz de Sofia Coppol — para beneficio de sus ambiciones como directora — y además, que se considera un añadido de escasísima calidad a una obra monumental, es también una obra independiente que incluso antes de su estreno, debió luchar contra la rebelión en su contra.

El Padrino III no debió existir, en la medida que buena parte de los cinéfilos y críticos consideraban improbable e incluso, imposible que cualquier revisión posterior estuviera a la altura de las duología original. De modo, que no hubo un voto de confianza para la tercera entrega. Tampoco la posibilidad de redimirse con los escasos espacios de lucidez que Coppola añadió a una historia que transcurre entre la necesidad de encontrar su propia identidad sin desmerecer al mito que le precede. No hubo un momento de duda en la absoluta certeza que jamás podría superar, en planteamiento o en narración, a una versión enigmática sobre el mal contemporáneo y la conversión de lo temible. 

¿Cómo podría suponer Coppola que podría borrar la imagen final de la segunda parte del Padrino, en la que Michael Corleone (Al Pacino), permanece en silencio bajo el peso de sus pecados? ¿Cómo enmendar la dureza del final de su historia con Kay (Diane Keaton) destruida por el mero hecho de representar la moral real y norteamericana? ¿Cómo construir una historia en la que un poderoso hombre debe lidiar con el peor de los monstruos, su yo secreto, capaz de asesinar a su hermano y negarlo, con el rostro firme y severo? Las lecciones sobre el miedo y la perversión del poder de la duología del Padrino son inmensas y de un extraordinario valor. Y quizás, ese es el motivo que una tercera parte fuera rechazada como respuestas que nadie pidió o al menos, cuestionamientos que nadie deseaba hacerse. 

De modo que la película fracasó, como era inevitable. Recibió críticas lapidarias — Variety la llamó “un insulto” y un crítico del NYT dijo que no tenía valor “para ver semejante oprobio” — y además, convirtió al argumento entero de su fracaso en una discusión sobre la decepción. Coppola decepcionó a una generación que le idolatraba, su hija a quienes esperaban ver al clan familiar reverdecer el nombre mítico en pantalla e incluso los personajes, terminaron por ser trozos mal encajados en una historia que, al parecer, les sobrepasaba. 

Corría el año 1990, el primero de una verdadera revolución del cine existencialista y en especial, de una fórmula poderosa sobre la oscuridad de los hombres en el cine. Era el año de obras en que el miedo, lo inexcusable y lo perverso sostenían una versión de lo maligno por completo nueva. El Padrino III tuvo el aire de una reliquia mal conservada, sin verdadera capacidad para seducir o asombrar. Coppola debió defender su película, lo intentó en debates, artículos e incluso en una sonada entrevista para Vanity Fair, pero al final, tuvo que rendirse a la evidencia. El film era un fracaso, la saga había muerto de forma casi vergonzosa y Coppola era el culpable de una debacle de semejante envergadura. 

Quizás por eso, la llegada de esta revisión se tomó con incredulidad y de hecho, su estreno (directamente al bluRay y al VOD) pasó con una discreción impensable en otro momento. No obstante, esta nueva mirada a la obra bajo una luz tenue y con una edición mucho más formal, menos experimental y en especial, más encaminada a relatar la historia de Michael Corleone a través de Michael Corleone y no quienes le rodean, es un acierto. Lo es en varios puntos distintos y en específico, en el discurso que subyace en una obra que sostiene el poder que tuvo durante su estreno, pero sin las presiones que la agobiaron y la sepultaron por comparación.

Claro, han pasado 16 años y el tono de la película vuelve a parecer anacrónico, solo que esta vez, tiene el peso elegante de una antigüedad sofisticada. El discurso todavía es un poco superficial, pero Coppola encontró en el manejo de las líneas narrativas la forma de brindar mayor fluidez a la historia y de hecho, reinventar con cuidado el centro de toda la narración. Eso con apenas seis minutos menos y dos cambios esenciales (las primeras secuencias y las últimas), que brindan la sensación de peso a una historia de supervivencia que no termina por mostrar del todo su verdadera oscuridad. Michael es un sobreviviente a sí mismo, a la culpa, a la furia contenida y al deber familiar. Pero también es un personaje rico en matices, heredero de un gigante en las sombras que aun se recuerda, pero del que finalmente se libera. Quizás, la decisión más interesante de Coppola sea crear una película a mayor gloria del heredero sin recordar al formidable Vito (Marlon Brandon), algo que no pudo lograr en las dos anteriores películas. 

Coppola restructuró las piezas de su tablero y lo hizo, desde la convicción que la historia de los Corleone podía funcionar rompiendo lo que le unía a sus revisiones previas. De modo que el Padrino III editada para el 2020, comienza con asumir que Michael y los suyos necesitan la redención y que lo harán, desde el pilar fundamental de la fe. La escena — que en la versión anterior era lenta, farragosa y carecía de interés — se resume ahora en dos secuencias y quedan claras las intenciones del patriarca. El pequeño cambio permite a la estructura de la película funcionar de manera más elegante y, de hecho, aunque parezca un pequeño salto, en realidad es una forma de reconstruir el discurso sobre la búsqueda de la paz, que no llega, que no se alcanza y al final, sólo es sufrimiento. Lo mismo ocurre con el final, que aumenta en su impacto emocional y sacude por su significado, reunificado y reelaborado para mayor gloria de los Corleone, como perpetuo símbolo de un poder sucio pero consistente. 

La película regresa entonces al punto central de la II y de nuevo, Michael intenta buscar una salida legítima para su familia, aunque en realidad, su búsqueda tiene una relación más clara sobre la necesidad de perdonarse a sí mismo luego de matar a Fredo. “¿’Tan sencillo?” se preguntó un crítico del Times en 1990. En realidad, no lo es tanto. Y Coppola lo sabe, por lo que, para su nueva versión, hace hincapié en el tema. La culpa de haber asesinado al hermano y, de hecho, de haber cometido el sacrílego actor de conspirar contra la familia, convierte al guion del Padrino III, la muerte de Michael Corleone en un tránsito hacia las sombras, en una condena que jamás termina y, por último, en el viejo y doloroso truco de la incapacidad de encontrar la expiación. A Michael Corleone le rodea un contexto diferente y es esa percepción del tiempo y la concepción del dolor, lo que permite a la película fluir por lugares nuevos y crear una connotación sobre la bondad y la maldad que su anterior versión no pudo emular. 

Pero, sobre todo, El Padrino III, la muerte de Michael Corleone, muestra el motivo central por el que la anterior versión de la película decepcionó y desconcertó a partes iguales. La búsqueda de la redención — ahora como objetivo único — es un cuestionamiento sobre el sufrimiento, el miedo y como la familia Corleone poco a poco cede al peso de algo semejante. El film conserva su atmósfera enrarecida, apresurada y atípica, pero los cambios esenciales de Coppola la sostienen como un aire renovado que se aprecia y se disfruta. Michael recibe una muerte — espiritual, en este caso — y habita una nueva dimensión de sufrimiento, en la que no abandona el poder, pero si cede espacio y control a la incertidumbre. Perdido entre espejos, aplastado, cansado, destruido, pero sin perder el vínculo esencial con su nombre y poder, el personaje termina por ser un reflejo del mismo Coppola en busca de reivindicación. Y ambos la encuentran. 

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