Deportes

Errores de altura

A la actualidad dicotómica del equipo nacional hay que sumarle dos errores que quedaron de manifiesto la tarde del martes cuando Ecuador, contrario al silencio y las versiones alcahuetes, dominó a placer a la Vinotinto. Dos equivocaciones que en principio no debían haber existido.

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Esa realidad tan cambiante a la que hago referencia tiene que ver con el juego. Para nadie es un secreto que desde la presentación en la Copa América Centenario, este equipo no ha logrado hilar un par de presentaciones similares der manera consecutiva. Cada partido ha sido una ventana a la decepción o a la ilusión, sin que se haya podido sostener una regularidad, esa que necesitan los equipos para confirmar aquello que se conoce como identidad. Aún no existe un punto medio, una versión tipo que permita definir a este grupo.

Pero en la travesía meridional hubo dos desaciertos que no deberían repetirse.

Comencemos por la altura, esa especie de monstruo indomable que a la misma vez sirve de excusa para justificar todo – hay un entrenador criollo, creador del manual entero de las excusas y las descalificaciones, que seguro ya está escribiendo unas líneas que justifiquen su próximo desaguisado- pero que puede enfrentarse siempre que se entiendan sus verdaderos efectos.

La primera medida que llamó la atención fue la decisión de que el equipo llegara a Quito el 11 de noviembre, cuatro días antes del duelo. Digo que fue sorpresivo porque, como el mismo Rafael Dudamel explicó en la rueda de prensa previa al encuentro, para adaptarse a esta circunstancia se necesita estar por lo menos tres semanas antes del compromiso.

Permítame exponer algunos cambios que sufre el organismo humano en la altura:

El cuerpo humano puede adaptarse a la altitud mediante una aclimatación inmediata o a largo plazo… A gran altitud el corazón late más rápido; el volumen sistólico (volumen de sangre bombeado por un ventrículo) decrece ligeramente y las funciones no esenciales del cuerpo son suprimidas. La digestión se vuelve menos eficiente debido que el cuerpo suprime el sistema digestivo en favor de incrementar las reservas del sistema cardiorrespiratorio”.

Cómo menciona el texto citado, existe una aclimatación inmediata, la cual consiste, en el caso del fútbol, en llegar una hora antes del compromiso para que las acciones de los deportistas, en esos noventa minutos, no estén tan comprometidas o influenciadas por este factor.

Lo que aquí menciono no es novedoso y ha sido tomado en cuenta en otras oportunidades por la misma Federación Venezolana de Fútbol y sus distintos cuerpos técnicos, como cuando en los ciclos de César Farías y de Noel Sanvicente se programaron logísticas para llegar a la altura con esas previsiones. Claro que esto significa sumar una nueva inversión económica porque, en el caso ecuatoriano, el equipo podía hacer base en Guayaquil y posteriormente, el día del partido, generar un nuevo despegue y aterrizaje del vuelo chárter para llegar a Quito, pero tampoco se trata de un gasto superlativo que no pueda costear la FVF.

Esos días de más que pasó el seleccionado nacional en la altura, lejos de ayudar a la aclimatación, fueron contraproducentes, porque como explican los expertos, el cuerpo humano se encuentra en un período de adaptación en el cual se observarán reacciones como mareos, vómitos, problemas para conciliar el sueño, indigestión, etc. Razón por la cual llama la atención que se haya consentido semejante decisión. El error fue de tal magnitud que el propio seleccionador se vio en la obligación de obviar la altitud entre las razones por las que el equipo no tuvo respuestas ante su rival.

La altura no fue el condicionante principal en la mala presentación del combinado criollo, pero fue la propia conducción vinotinto la que le abrió la puerta y le dio carta blanca para que jodiera como sólo ella sabe.

La otra medida que en una sociedad futbolística medianamente madura debería llenar espacios para la reflexión fue la conformación de la plantilla. No se puede soslayar que la lista inicial sufrió importantes bajas como las de Juan Pablo Añor, Salomón Rondón y Alejandro Guerra, pero esta circunstancia, lejos de alimentar el “excusómetro” de los comerciantes, debía ser resuelta para que los sustitutos elegidos realmente fuesen opciones en la planificación y no parches.

Ante Bolivia, el equipo criollo se mostró capaz de adoptar distintas formas de juego, ya que no solamente presionó al rival en su propio campo, sino que además supo aprovechar los contragolpes, y como si fuera poco, tapó las líneas de pase del rival. Pero cada respuesta ofensiva contó con Rómulo Otero como hilo conductor. Es necesario explicar que el volante del Atlético Mineiro identificó perfectamente cuando correr, cuando aguantar la pelota, cuando jugar hacia atrás o cuando enviar un pase largo para que Murillo, Martínez o Kouffati explotaran los espacios que dejaba el rival. En Quito, ante un rival dispuesto a atacar y avanzar en el campo, se antojaba aún más necesaria la presencia de Otero, ya que esas virtudes que menciono, así como su disparo de media y larga distancia, eran las respuestas justas a la propuesta contraria.

Carlos Peucelle, maravilloso futbolista argentino en la década de 1930, y uno de los mayores contribuyentes a la creación de la inolvidable “Máquina” de River Plate, afirmaba que “el gol nace por las puntas. Si la pared es la jugada más vieja del fútbol, la jugada fundamental del juego ofensivo es la profundidad de los punteros”. Esa maniobra, en una buena cantidad de ocasiones, forma parte de la siguiente dinámica: comenzar en el centro del campo, jugar por las bandas y definir por el centro. Los rápidos atacantes criollos, ante la ausencia de Otero y de un jugador con una comprensión similar del juego, sólo recibieron pelotas para propiciar duelos uno contra uno, y la alternativa que mencionaba Peucelle no fue parte de la ecuación criolla.

Una lesión le impidió a Otero formar parte del once inicial y aquí apareció el segundo gran error: el jugador que debía sustituirlo, aún con sus diferencias naturales, debía compartir algunas de las virtudes de Otero, para que el equipo, teniendo en cuenta el rival y su estilo de juego, pudiera atacar y hacer buena la máxima de Peucelle. Pero la elección fue sumar un futbolista explosivo como Peñaranda, maravilloso atacante pero que no tiene aún esa capacidad de leer bien los partidos. Peñaranda, Martínez, Murillo y Kouffati componían un ataque rápido y punzante, pero carecían de compañeros que los habilitaran.

Igual de sorprendente fue que la respuesta a la lesión de Kouffati fuera la entrada de Luis González antes que Yeferson Soteldo, siendo el segundo un jugador que se adapta mejor a lo que Otero podía ofrecer: pase gol, identificación de espacios, etc.

La crítica no va dirigida exclusivamente a la sustitución que dio entrada al volante del Monagas, sino a la conformación del banco de suplentes. Ante Ecuador, la selección contó con Soteldo y González como únicos volantes con llegada y pase gol, mientras que para los dos mediocampistas centrales (Tomás Rincón y Renzo Zambrano) había hasta tres posibles reemplazantes, lo que puede entenderse como una manera conservadora de enfrentar un partido. Esta ingeniería se mostró ineficiente ante la intervención del azar, entendida esta como la lesión del CD Cuenca ecuatoriano.

Una selección no debería ser un banco de pruebas, pero también hay que comprender que ante la realidad vinotinto, alejada de la competitividad y de la meta inmediata, los ensayos tienen un valor importante, claro está, siempre que de estos se saquen las conclusiones necesarias para no repetir errores y crecer a partir de los mismos.

Si desde el cuerpo técnico se mantiene la voluntad por potenciar la evolución de la selección, el “episodio” ecuatoriano debe convertirse en un punto de estudio y no de señalamientos a determinados rendimientos individuales. El pedido no es para los operadores sino para quienes están encargados de tomar decisiones.

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