El club social: un alto en la cotidianidad donde se fraguan historias
El ser humano, gregario por excelencia, siempre ha tenido la necesidad de compartir sus intereses comunes, intercambiar ideas, tener nuevos afectos y un lugar de esparcimiento para cordializar amigablemente. Por eso nacieron los clubes sociales. Alberto Veloz cuenta historia y anécdotas de los primeros clubes de Caracas (Parte I)
Las ansias del hombre por estar acompañado de sus congéneres, de sus iguales en intereses y comportamientos y, al mismo tiempo, tener un lugar seguro y confortable para hacer un alto en la vida cotidiana y entretenerse en sus ratos de ocio, alejados del hogar y de las obligaciones laborales diarias que le causan inquietud, angustia y aburrimiento, encuentran en el club social el lugar idóneo para hacer realidad esta convivencia de confraternidad.
La partida de nacimiento de los clubes tuvo lugar en Londres a mediados del siglo XVIII, cuando un grupo de señores pertenecientes a la aristocracia y miembros de la realeza, cansados de una intensa pero muchas veces aburrida vida social y de la cotidianidad en sus hogares, buscaron refugio entre ellos mismos y comenzaron a reunirse privadamente.
Esto dio origen al club social, donde más tarde se unirían acaudalados hombres de negocios, comerciantes de alto vuelo, intelectuales de gran valía y prominentes políticos. Lo más “granado” y exclusivo de la sociedad londinense. Lo que se llamó originalmente “club de caballeros” donde la consigna se cumplía a rajatabla: members only.
Caracas, ciudad de clubes
A pesar de ser una capital pequeña, lo que se podría decir un pueblo grande, Caracas tuvo clubes de muchísima importancia.
Sus actividades hicieron eco en la opinión pública y traspasaron sus muros en un afán del hombre por sentirse importante, lucir su brillo y agitar el ego íntimamente que le proporcionaba prestigio e imprimía carácter de solidez económica y social. El hombre había alcanzado el éxito.
La Tertulia en la Caracas de 1841
Remontarse a lo que podría ser uno de los primeros clubes de Caracas nos lleva al año 1841 cuando en el diario El Venezolano apareció un curioso aviso convocando a participar en los salones de La Tertulia:
“Con este nombre ha establecido Mr. Faget una sociedad de personas cultas, en la sala en que estuvo la que se denominó Bolsa; prestando por su parte:
1 El salón expresado, con un ajuar competente, y buen alumbrado por la noche. 2 Un hermoso billar, en un extremo de la sala. 3 Juegos de ajedrez, dominó, y demás que se acostumbran en buenas sociedades; y 4 Un apuntador para el billar, y un mozo para atender a los Sres. concurrentes, á quienes se servirá inmediatamente, por los precios comunes y en el mismo salón, los licores, refrescos y bebidas del mejor gusto, con la mayor decencia y prontitud.
La pensión mensual, con que se han abonado y deben abonarse los Señores suscriptores, es de 10 reales; y solo podrán concurrir a la Tertulia los Sres. abonados, personas todas de respetabilidad y concepto”. (sic)
La trinidad: Unión, Concordia y Venezuela
Las guerras intestinas en la lucha por el poder político, caudillismo por doquier, desavenencias entre los partidarios de Cipriano Casto y su Revolución Liberal Restauradora en contra del gobierno de Ignacio Andrade no eran terreno propicio para el antiguo Club Unión que más bien desembocó en una inquietante desunión entre sus miembros.
Castro y sus allegados decidieron que debían dar otro giro a ese club, más político que social, donde reinara la concordia entre sus socios, de allí que le cambiaran el nombre por el de Club Concordia, ubicado en un principio entre las esquinas de Principal a Conde. Posteriormente ocuparon la casa de la familia Bruzual, de Madrices a Ibarras.
Luego se instaló en la que fue residencia de Andrés Palacios, en la esquina de Jesuitas, con un grupo importante de nuevos socios para crear, a fines del siglo XIX, el Club Venezuela. Posteriormente la sede del club se asentó en la espaciosa y solariega casa colonial de los descendientes del Marqués de Mijares y Solórzano, de Mijares a Santa Capilla (antes San Mauricio), adquirida por el general Manuel Antonio Matos, quien la cedió en alquiler para que fuese sede del nuevo centro social.
Por razones económicas se mudó a San Bernardino para terminar sus días en una casa de la avenida Los Manolos de la urbanización Las Palmas, donde se conserva una placa que recuerda su existencia.
Banquetes, recepciones y suntuosos bailes
Cuando ostentaba el nombre de Club Concordia, en sus espaciosos y lujosos salones decorados a la usanza europea, El Cabito ofrecía fastuosos bailes que las parejas iniciaban al compás del vals “Club Concordia” de Sebastián Díaz Peña.
En ocasiones el mismísimo Cipriano Castro dirigía la tradicional cuadrilla, baile de salón muy en boga en esa época, heredada de la antigua contradanza francesa.
Los socios hacían lo imposible para ser seleccionados y participar en la cuadrilla que dirigiría el Presidente de la República, quien siempre estaba dispuesto y a la caza de alguna “damisela encantadora” que, obviamente, conseguía con prontitud y facilidad.
Los almuerzos servidos al estilo de grandes banquetes en el patio y jardines -de marcada influencia morisca- convocaban a todos los miembros y sus familiares, amén de los amigos, previa autorización.
“A rey muerto, rey puesto”
…así reza el refrán, y en los mismos salones y corredores del Club Concordia, donde se adulaba constantemente a Cipriano Castro, volvieron las discordias y muchos socios fueron testigos de algo que en nuestros días se ha puesto de moda: derribar la estatua del caudillo.
Juan Vicente Gómez aprovechó la ausencia de su compadre Cipriano Castro, quien viajó a Alemania para someterse a una delicada intervención quirúrgica, y dio el zarpazo, al tomar las riendas de la Presidencia del país, donde permaneció dictatorialmente durante 27 años.
El club cambió de nombre nuevamente y hasta su desaparición se llamó Club Social Venezuela.
La regia araña de cristal se reflejará en los espejos venecianos e iluminará nuevamente el salón central donde se daban los grandes bailes para sus socios e invitados, entre los que se contaban embajadores y representantes diplomáticos acreditados en el país.
Valiosos, refinados y opulentos bienes
José García de La Concha en su libro Reminiscencias refiere la intensa vida social que tuvo el Club Venezuela (ver primera foto de esta nota):
“Se dieron bailes suntuosos, picnics, almuerzos y comidas elegantes, recepciones y admirables eventos deportivos entre afamados jugadores de ajedrez, de billar, de dominó. Allí luce en su salón el célebre cuadro de Tito Salas “Una juerga en Sevilla”, y entre bellos cuadros y estatuas, la mesa redonda de revistas y periódicos para distraer la murria de los que no han querido entrar en las mesitas de juegos”.
“Este club siempre ha sido el primer centro social de Caracas, y para un caraqueño era hasta como un honor ser miembro de ese centro”, agrega García de la Concha.
Entre el mobiliario de pulida madera de caoba, consolas fileteadas en dorado, cuadros de alto valor artístico, mullidas alfombras, lámparas de cristal, estatuas, bustos, vajillas y cubertería con monograma, y demás objetos decorativos, sobresalía la valiosa y rica biblioteca que contenía casi 3.000 volúmenes empastados, con toda la literatura mundial y algunos ejemplares incunables, de extraordinario valor histórico y bibliográfico.
Bola negra
Siempre ha existido la bola negra en los clubes y el Venezuela no iba a ser la excepción. Para admitir un nuevo integrante entre sus filas, su postulación debía ser hecha por dos socios y revisada por los miembros, quienes decidirían si el candidato no presentaba tacha alguna en su hoja de vida familiar, moral, profesional o de cualquier índole.
La explicación de la bola negra o bolear a un posible futuro integrante del club la ofrece detalladamente el conocido periodista, cronista social y experto en el tema, Leopoldo Fontana Briceño:
“Si un aspirante deseaba pertenecer al club, debía ser propuesto por dos de sus miembros para la aprobación general. De ahí sale la costumbre de “la bola negra”. Había tantas bolas blancas como miembros del club a quienes estaba sometida la aceptación del aspirante, pero una sola bola negra, bastara que esta fuera echada para que anulara todas las bolas blancas y el aspirante rechazado. El objetivo era preservar la unidad del club, en el que sus miembros no podían compartir con nadie que no fuera de su agrado”.
Debido a una boleada, un grupo de socios del Club Venezuela, en venganza porque su pupilo no fue favorecido, decidieron montar carpa aparte y crear el Club Caracas, como lo confirma Carmen Clemente Travieso, en un texto periodístico titulado Clubs caraqueños. Pero el citado club social no tuvo mucho éxito ya que su vida activa fue muy efímera.
Tragedia en el club
Las actividades del Club Venezuela aparecían reseñadas en la sección de sociales de los diarios capitalinos, pero un hecho lamentable cambió las noticias festivas por una en las páginas rojas.
Un joven colombiano, del cual las crónicas no recogen el nombre, tenía viejas rencillas con el socio Eduardo Viso. Se cree que fue por el honor de una dama que ambos pretendían. En una hora aciaga se encontraron en uno de los corredores de la casona y salieron a relucir sendas pistolas. Aureliano Otáñez, para proteger a su amigo Eduardo Viso, se colocó delante, pero en medio de la encarnizada riña y confusión, un balazo le segó la vida.
Nace el Club Paraíso
Referirse al legendario Club Paraíso no es tarea fácil por lo entrañable y cercano que resulta para los que lo conocimos y disfrutamos. Por más que se escriba con detalles, investigue y narre con rigor histórico, siempre habrá algún lector que dirá que faltó esto o aquello.
El general Alejandro Ybarra Rivas, hombre culto, refinado, amigable y dado a la vida social estaba casado con Elena Russell, hija de Thomas Russell, jefe de la Misión Diplomática de los Estados Unidos. Tuvieron tres hijos: Thomas, Leonor y Alejandrito.
La familia Ybarra Russell vivía en una casa de dos pisos de Conde a Piñango. Posteriormente el general Ybarra compró una antigua casona situada en la colina de Los Laureles, al final de la avenida El Paraíso, hoy avenida Páez frente a la actual Plaza Madariaga. La casa se llamó Monte Elena, en honor a su esposa.
La residencia fue refaccionada tanto en su interior como los espacios externos. Sembró árboles y dispuso de bellos jardines. Aprovechó que por el medio pasaba una acequia y con piedras mandó hacer una pequeña cascada. Igualmente construyó unos bancos para sentarse con el fin de disfrutar los atardeceres y el benigno clima de la zona.
Se corrió la voz entre los paseantes de las tardes caraqueñas y, los domingos, cada vez llegaban más personas hasta los jardines de la familia Ybarra Russell.
Una tarde del año 1908, en medio de la concurrencia espontánea, al general Ybarra se le ocurrió que era el momento de formar un club social. Cedió parte de su terreno entre Monte Elena y Los Laureles, para que se reunieran los primeros amigos que se manifestasen a favor de conformar el nuevo centro. Así nació lo que de ahora en adelante se llamará Club Paraíso.
En ese terreno se organizó el primer juego de tenis del club y el cronista e historiador José García de La Concha, en su libro Reminiscencias, comenta que el trofeo fue para Alejandro Sanabria Boulton quien le ganó a su hermano Gustavo.
La primera presidencia lógicamente recayó en el general Alejandro Ybarra y entre los socios se encontraban Miguel Antonio Castillo Plaza, Oscar y Nicomedes Zuloaga, Antonio José Castillo, Gustavo Machado Morales, Eduardo Travieso Paúl, Mercedes Pietri, Sofía Valentiner, Gustavo Sanabria, Bernardino Ruiz Miranda.
El éxito de este nuevo centro de reuniones fue tan grande que el pequeño parque no era suficiente, por lo que había que mudarse a un lugar más espacioso.
En la avenida Francisco de Paula Santander
En el terreno Este de la avenida Santander, de 28 mil metros cuadrados, antiguamente existía un pequeño lago y ese fue el lugar escogido para la construcción de la casona estilo neocolonial español, proyectada por los ingenieros-arquitectos Ricardo Razetti y Alfredo Jahn López para que sirviera de sede del recién constituido Club Paraíso.
En 1918 se abrieron las puertas para recibir a los socios quienes ahora dispondrían de canchas de tenis, piscina semi olímpica, vestidores, pista de bowling, salones para juegos de naipes y dominó. Posteriormente se incorporarán los servicios de barbería, la biblioteca, fuente de soda y un área con canchas de golfito.
Un gran patio central rodeado de una hermosa arcada y corredores que conducían al bar, el comedor y, por supuesto, al gran salón de baile que todavía conserva intacto el logotipo CP con el escudo del club en el piso de granito pulido, y era el centro neurálgico de las fiestas más suntuosas, alegres y rumbosas que se dieron en la Caracas social de aquel momento.
Decir Club Paraíso era pensar en diversión, deportes, encuentro con los amigos, días de piscina y juegos. Los caballeros en el dominó y las señoras en tardes de romy, panguingue, continental, canasta uruguaya en compañía de té y bebidas varias.
Vale decir que la solidaridad estaba presente en esas tardes de juegos porque siempre tenían fines benéficos. Fueron muchos los asistidos en educación, salud y alimentación, gracias a las verbenas, tómbolas y demás rifas que se organizaban puertas adentro. Los socios se entretenían, actividad justa para el equilibrio del ser humano, pero a la vez se hacía el bien en favor de las comunidades desasistidas.
Bailes hasta el amanecer
Lo más esperado eran los dos grandes bailes anuales: el de Carnaval y el regio baile de fin de año, que comenzaba después de la 1:00 de la mañana, una vez que se recibiera el nuevo año en las casas.
Los socios e invitados iban llegando al club de estricta etiqueta, ellos de frac o smoking y ellas de traje largo, engalanadas con lujosas joyas y estolas de mink, así le decimos los caraqueños al visón. En esa época las madrugadas caraqueñas eran frías.
En los extremos del gran salón de baile se colocaban las tarimas para las orquestas, porque la fiesta de año nuevo era por todo lo alto. La sociedad de Caracas se conocía bien entre sí, muchos unidos por lazos familiares, profesionales o de negocios.
La competencia musical era entre las grandes orquestas del momento: Billo´s Caracas Boys que comenzaba cada set con un alegre pasodoble. Terminaba su actuación y, de inmediato, arrancaba Los Melódicos con Emilita Dago. También alternaron las famosas orquestas de Luis Alfonso Larrain y Dámaso Pérez Prado.
Llegado el amanecer del 1° de enero y trajeados de etiqueta, los fiesteros continuaban celebrando en el hotel Tamanaco que ya tenía preparado un espléndido desayuno y las bebidas para sacar el “ratón”. Allí se encontraban todos los madrugadores de los demás clubes y fiestas privadas de una Caracas donde la diversión estaba a la orden del día.
Recordemos un poco de la música que sonaba en Club Paraíso con el Mosaico 7 de Billo’s:
Coronación de la reina
La otra gran fiesta era el alegre baile del sábado de Carnaval cuando en medio de los disfraces de fantasía y numerosas comparsas, el presidente del Club Paraíso coronaba a la reina escogida en reñida competencia. El reparto del espléndido cotillón aumentaba la alegría. El enorme salón se llenaba de serpentinas, sombreros y antifaces adornados con plumas y lentejuelas, mientras que la algarabía de los pitos y matracas se confundía con los acordes de la orquesta.
Se recuerdan entre las bellas reinas del Carnaval a Morella Wallis Landáez (ver foto más arriba), Lucía Alarcón Ramírez, Irene Bottger, Cecilia Delgado, Yolanda Pietri, Elena Berti Cupello, Ana María Carreño Laghi y Laly Ascanio, entre otras.
Era una fiesta divertida y de mucho ingenio. El club adornado con todo lujo era testigo de las comparsas temáticas, como una que recuerdo llamada “Emperatrices del trono del dragón de Pekín” que presidía Elena Berti Cupello y desfilaban junto a los disfraces de fantasía, donde no tenían cabida las “negritas” ni los “mamarrachos”.
El 6 de enero, Día de Reyes, se organizaba la gran fiesta infantil. Los niños desde temprano estaban ansiosos por darle palo a la piñata y apoderarse de la mayor cantidad de juguetes y golosinas. Seguidamente en una mesa dispuesta con motivos alegóricos era servida la merienda. Luego venía el baile para los adultos.
Un rojo comienzo de año
Un joven socio, hijo de una honorable familia trujillana, llegó al Club Paraíso y en el bar saludó con abrazos y el tradicional Feliz Año a todos lo que estaban celebrando. Ya había comenzado el 1° de enero de 1945. De improviso, otro socio comenzó a insultarle sin razón alguna, testigos cuentan que los agravios fueron subiendo de tono.
El joven calladamente se retiró, fue a su casa y al rato apareció entre los invitados, dirigiéndose a la mesa del pendenciero quien compartía con su familia. Un tiro certero segó ipso facto la vida del agresor. Una bala dejó coja de por vida a una socia, otra atravesó la falda larga de una amiga, quien guardó por años ese vestido como recuerdo de la fatídica noche.
Se vende el Club Paraíso
Con el cambio urbanístico y el desplazamiento de la mayoría de sus socios hacia zonas más valoradas en el este de la ciudad, aunado a que El Paraíso perdió su encanto de urbanización elegante y señorial, comenzó la decadencia de uno de los mejores clubes de la capital. La última junta directiva decidió poner en venta sus instalaciones, cerrándose un ciclo de esplendor de la sociedad caraqueña.
El 23 de julio de 1970, la señorial casona del Club Paraíso pasó a ser la sede del Hogar Canario Venezolano, lo que significa que está en buenas manos. Los canarios, pueblo honrado y trabajador han sabido conservarla y respetar su estructura con muy leves cambios para su mejor confort y funcionamiento.
Sirva esta crónica para agradecerles a los hermanos canarios el respeto por ese patrimonio arquitectónico de la ciudad y bien inmaterial por estar grabado en la memoria de varias generaciones de venezolanos que disfrutamos parte de nuestras vidas en sus instalaciones.
De La Quebradita a Chacao
Parafraseando el título del libro del recordado Rafael Díaz Casanova, De las Barrancas a Blandín, la sede del Caracas Country Club se levantó en el mismo sitio que ocupaba la casona de la hacienda propiedad de Bartolomeo Blandín, donde se sirvió la primera taza de café en Caracas.
El periodista y cronista social, Leopoldo Fontana Briceño, en su estilo directo y minucioso comenta el momento de la creación del Caracas Country Club:
“El otro gran club de Caracas, el Country Club, nació en el Club Paraíso, al convocarse en él la asamblea para fundar el 13 de febrero de 1918, el Caracas Golf Club en Las Barrancas de La Quebradita (terrenos ubicados al final de la actual avenida San Martín) para que los ‘musius’ de las recién constituidas compañías petroleras, y otros deportistas venezolanos, tuvieran dónde jugar golf2.
«El Caracas Golf Club quiso mudarse para los terrenos de la Hacienda La Vega, pero el rehusar vendérselos su dueña, Carolina Uslar de Rodríguez Llamozas, optaron por los de otra hacienda, Blandín, de la familia Rodríguez Eraso, en el este, no lejos del pueblo de Chacao, cambiando su nombre más apropiadamente por el de Caracas Country Club, por entonces encontrarse en pleno campo, rodeado de cañaverales. La casa-club fue diseñada en 1928 al estilo de las misiones franciscanas de California (neohispano), por el arquitecto Clifford Wendehack que pertenecía a la firma de arquitectos que había diseñado los planos del Central Park en Nueva York, y realizada por el arquitecto venezolano Carlos Guinand Sandoz, adecuándola al clima de Caracas”, continúa Fontana.
Este centro nació fundamentalmente como un club deportivo para la práctica del golf con su campo de 18 hoyos, canchas de equitación y piscina semiolímpica. En el tiempo se fueron agregando cada vez más actividades sociales que incluyeron la misa dominical, salones de juegos, celebraciones de bodas, el servicio de comidas, tanto en su elegante comedor como en el hermoso patio de inspiración sevillana y el bar “El pingüino” que se ha convertido en lugar obligado de encuentros.
Nunca fueron competencia el Club Paraíso y el Caracas Country Club y precisamente para que esto no sucediera el gran baile anual se celebraba días antes de Navidad, también de rigurosa etiqueta. En los días navideños, la alegría que caracteriza esta época se festeja con conciertos de aguinaldos presididos por el enorme árbol adornado ubicado en la recepción del club.
Charles Lindbergh agasajado en Blandín
Durante su visita a Venezuela, el coronel Charles Lindbergh fue objeto de innumerables agasajos. En la época que vino a Caracas aún se estaba proyectando la construcción de la casa club.
El Comité Venezolano de la Sociedad Panamericana organizó un espléndido almuerzo en honor al famoso visitante, el cual se llevó a cabo el 30 de enero de 1928, en los terrenos de Blandín, futuro Country Club.
El presidente del Comité, Rudolph Dolge, quien era agregado de la Embajada de Estados Unidos, encargó la organización del almuerzo a Pierre René Deloffre, exprófugo de Cayena, curioso personaje que en ese momento era el centro de la alta gastronomía francesa, de la vida nocturna y dueño del mejor restaurante de Caracas llamado La Suisse.
El mismo Deloffre, cuenta entusiasmado en sus confesiones a Oscar Yanes: “Mr. Rudolp Dolge acude a mí y es una gran prueba de confianza, quiere que le organice un banquete como Caracas no lo haya visto nunca, comprendo y me comprometo en el negocio, movilizo a todo el restaurante, gasto más de lo que gano, pero deseo que la sociedad de Caracas pueda recordar el banquete de Lindbergh”.
Entre los miembros del Comité Venezolano de la Sociedad Panamericana, grupo precursor del Caracas Country Club, figuraban Rudolph Dolge, Pedro Manuel Arcaya, Juan Arcia, Francisco Arroyo Parejo, J. M. Bance, John Boulton, A. J. Calcaño Herrera, Diego Carbonell, Isaac Capriles, C.N. Clark, Vicente Dávila, Alejandro Fernández García, José Gil Fortoul, Francisco González Guinand, R.G. Hawley, Alfredo Jahn, Vicente Lecuna, Manuel Matienzo, Cristóbal Mendoza, Carlos Morales, Manuel Antonio Matos, Luis Teófilo Núñez, Henrique Pérez Dupuy, William H. Phelps, Henry Pittier y Rafael Requena.
¿Qué comió Lindbergh?
Este cronista tiene en su colección el menú original del almuerzo organizado en Blandín, obsequio de Carlos F. Duarte.
Lunch en homenaje al Coronel Lindbergh ofrecido por el Comité Venezolano de la Sociedad Panamericana.
Terrenos del Country Club Caracas: Enero 30 de 1928
(sic)
Fundación Blandín y solidaridad
No todo es diversión y fiestas. Un grupo de socios desarrolla una labor callada pero de gran trascendencia como es el apoyo constante a los caddies y trabajadores que atienden todas las actividades de esta hermosa y placentera casa.
“Haz bien y no mires a quien”, reza el dicho popular y en el caso del Caracas Country Club, la sensibilidad y generosidad de los miembros ha podido resolver problemas de vivienda, salud y educación para su gente y el entorno de la comunidad adyacente a las instalaciones, que devuelven con trabajo diario y constancia.
La historia de los clubes sociales caraqueños es larga, llena de detalles dignos de contarse, por lo que están invitados a la segunda entrega donde conoceremos clubes solo de equitación, otros con mangas de coleo, casas regionales, de comunidades extranjeras y hasta un club que inscribió socios, invitó a su coctel inaugural, pero nunca abrió sus puertas.
Agradecimiento
Esta crónica ha sido posible gracias a la desinteresada colaboración y acuciosa investigación de mi amigo y colega, el periodista y escritor de aguzada pluma Leopoldo Fontana Briceño, cronista social de alto vuelo, observador detallista y de larga experiencia en la vida social caraqueña.
Bibliografía
Leopoldo Fontana Briceño. Ensayo sobre los clubes, Caracas 2020
Rafael Díaz Casanova. De las Barrancas a Blandín. Edición Caracas Country Club, abril 2006
Oscar Yanes. Cosas de Caracas. Editorial Planeta Venezolana. Caracas 2003
José García de La Concha. Reminiscencias. Caracas 1962
Eleazar López C. Club Venezuela. Caracas 2020
Crédito de fotos
José Gabriel Escala Méndez, Nicomedes Febres Luces, Juan Avilán, Alberto Veloz Guzmán, Caracas en retrospectiva II y Club Paraíso.
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