En un tribunal cerrado y vigilado dentro de un complejo rodeado de alambre de púas, Jerome Rothschild, juez de inmigración, espera pacientemente.
Un intérprete de español está retrasado por culpa de un neumático pinchado. Rothschild les dice a los cinco inmigrantes que tiene delante que dispondrá un receso, incluso antes de que comience la visita. Su esperanza: retrasarla solo el tiempo necesario para que estos inmigrantes no se queden de brazos cruzados, sin comprender nada, mientras se decide su futuro.
«Estamos, atípicamente, sin un intérprete», le dice Rothschild a un abogado que entra al tribunal en el Centro de Detención Stewart después de conducir desde Atlanta, a unos 224 km.
En su desorden, este es, de hecho, un día típico en el caótico, abarrotado y confuso sistema judicial de inmigración de los Estados Unidos, del que el tribunal de Rothschild es solo un pequeño puesto remoto.
Envueltos en un manto de hermetismo, los tribunales de inmigración administrados por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos fueron disfuncionales durante años y no han hecho más que empeorar.
Un aumento en la llegada de solicitantes de asilo, la represión del gobierno de Donald Trump en la frontera suroeste del país y la inmigración ilegal, han llevado a más personas a los procedimientos de deportación, aumentando la lista de la corte a un millón de casos.
«Es un sistema enorme y engorroso, y, sin embargo, una administración tras otra llega y trata de usar el sistema para sus propios fines», dice la jueza de inmigración Amiena Khan en la ciudad de Nueva York, hablando de su condición de vicepresidenta de la Asociación Nacional de Jueces de Inmigración. «E invariablemente, el sistema no cambia ni un ápice porque no puedes cambiar el rumbo del Titanic».
Las agendas de los tribunales están abarrotadas
Associated Press visitó tribunales de inmigración en 11 ciudades diferentes más de dos docenas de veces durante un periodo de 10 días a fines del otoño pasado. En los tribunales desde Boston hasta San Diego, los reporteros observaron docenas de audiencias que ilustraban cómo las cargas abrumadoras y las políticas cambiantes han generado en los tribunales a una agitación sin precedentes:
En aras de la eficiencia, los jueces agendan a la vez dos o tres audiencias que no es posible completar, lo que provoca numerosas cancelaciones. Los inmigrantes reciben nuevas fechas para el tribunal, pero no por años.
Los niños pequeños están en todas partes y se sientan en el piso, permanecen de pie o lloran en los estrechos tribunales. Muchos inmigrantes no saben cómo llenar formularios, obtener registros traducidos o presentar un caso.
Los cambios frecuentes en la ley y las reglas sobre cómo los jueces manejan sus expedientes hacen imposible saber lo que el futuro les depara cuando los inmigrantes finalmente tienen su audiencia ante el tribunal. Los archivos de papel suelen estar fuera de su lugar y a menudo faltan intérpretes.
En Georgia, el intérprete asignado a la sala de Rothschild finalmente llega, pero la audiencia se atora momentos después porque la abogada de un mexicano no está disponible cuando Rothschild la llama para comparecer por teléfono.
A Rothschild lo dejan en espera, y un ritmo pegajoso con sintetizadores superpuestos llena la sala. Pasa a otros casos —un peruano que solicita asilo, un cubano que pide salir bajo fianza— y manda el caso de la abogada desaparecida a la sesión de la tarde.
Esta vez, está disponible cuando él la llama y se disculpa por no haber podido contestar antes, explicando mientras tose que ha estado enferma.
Pero ahora el intérprete se encuentra en otro tribunal, poniendo a Rothschild en lo que él describe como «la incómoda posición» de tener que juzgar a alguien que no puede entender lo que está pasando.
«Odio que alguien salga de una audiencia sin tener idea de qué ocurrió», dice, y le pide a la abogada que transmita la conclusión del procedimiento a su cliente en español.
Después de discutirlo un poco, la abogada acepta retirar la petición de fianza del hombre y volver a presentarla una vez que pueda probar que ha estado aquí más tiempo de lo que el gobierno cree, lo que podría mejorar sus posibilidades.
Por ahora, el hombre regresa a un centro de detención.
Una larga espera
En un edificio federal en el centro de Manhattan, las listas de casos se extienden a una segunda página fuera de los tribunales de inmigración.
Multitudes de personas esperan en los pasillos para que llegue su turno de ver a un juez, murmurando entre sí y con sus abogados, y pegándose a la pared para dejar pasar a otros.
Los guardias de seguridad caminan y los reprenden para que permanezcan a los lados y mantengan los pasillos despejados.
Los jueces de inmigración escuchan 30, 50 o hasta cerca de 90 casos al día. Cuando asignan fechas futuras, a los inmigrantes se les pide volver en febrero o marzo… del 2023.
El mayor número de casos de inmigración del país se encuentra en la ciudad de Nueva York, y están distribuidos en tres edificios diferentes.
Uno de cada 10 casos de inmigración se lleva a cabo aquí, de acuerdo con la Oficina de Información de Acceso a Registros Transaccionales de la Universidad de Syracuse (TRAC, por sus siglas en inglés).
En promedio, los casos de los expedientes de inmigración han pasado mecánicamente por los tribunales durante casi dos años.
Muchos inmigrantes esperaron mucho más tiempo, especialmente aquellos que no están retenidos en centros de detención.
Con tantos casos, los inmigrantes son atendidos de a dos o tres a la vez. Eso puede convertir a la corte de inmigración en un juego de sillas musicales de alto riesgo, donde ser quien queda fuera puede tener consecuencias de largo alcance.
Rubelio Sagastume-Cardona ha esperado dos años para que un juez de Nueva York considere si debe obtener una «green card» (tarjeta de residencia permanente).
El guatemalteco tenía una visita en mayo, pero fue pospuesta por otro caso. En este día, se encuentra compitiendo por un lugar en el calendario de la jueza Khan con el caso de otro. Un espacio que Sagastume-Cardona solo consiguió porque su abogado lo cambió con otro cliente, quien ahora debe esperar al 2023 para su audiencia.
«Ha sido más difícil conseguir la audiencia para el caso de mi cliente que litigarlo», dice su abogado, W. Paul Álvarez. «Es un poco loco».
Los retrasos prolongados son agonizantes para muchos inmigrantes y sus familiares, quienes lidian ansiosamente con la incertidumbre de lo que sucederá con sus seres queridos. Y cuándo.
Esto no se limita a Nueva York. En innumerables tribunales se desarrollan escenas similares con inmigrantes y abogados que compiten por un lugar en calendarios demasiado atiborrados.
Las cortes en San Francisco y Los Ángeles tienen más de 60.000 casos cada una. Y los casos han estado pendientes en promedio dos años más en las cortes de Arlington, Virginia y Omaha, Nebraska, según TRAC.
En Boston, Audencio López solicitó asilo hace siete años. El hombre de 39 años dejó una comunidad agrícola guatemalteca para cruzar la frontera ilegalmente cuando era adolescente en 1997 y pronto encontró empleo en una empresa de jardinería donde aún trabaja, manteniendo las áreas verdes de una escuela de la zona. Pero fue apenas en noviembre pasado cuando se dirigió al imponente palacio de justicia de Boston para conocer su destino.
Trae a su esposa y sus tres hijos a la sala del tribunal, incluyendo una bebé que come Cheerios sentada en el regazo de su madre hasta que llamen su caso.
López le habla al juez sobre su devoto cristianismo y estudios bíblicos, la educación de sus hijos en una escuela autónoma, que sueña con ir a la universidad, y que teme mudar a sus hijos a un lugar peligroso en el que nunca han estado.
Espera permanecer en el país bajo un amparo para inmigrantes que han vivido en el país durante más de una década y que tienen hijos estadounidenses que sufrirían si se fueran.
Después de aproximadamente una hora de preguntas, el juez Lincoln Jalelian le dice a López que tomará el caso en consideración.
La fiscal del gobierno dice que ella no se opondrá a otorgarle a López una visa debido a su historial «ejemplar» y su servicio comunitario, lo que significa que probablemente podrá quedarse.
Pero mientras sueña con el futuro de su familia en los Estados Unidos, López admite que la esperanza y la alegría se ven atenuadas por la incertidumbre porque el estado de su esposa aún no se ha resuelto. Ella solicitó asilo por separado hace cinco años y aún no ha tenido su audiencia en la corte de inmigración.
«Es un buen primer paso», dice López una semana después. Agradece a Dios, «pero esperamos que nos conceda otro milagro».
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