Opinión

La contrarrevolución burocrática

Una de las causas que determinaron el fracaso del Socialismo del Siglo XX (en adelante SSXX) fue el control central y la censura sobre los medios de comunicación. Lejos de ser un medio para la expresión popular, estos fueron convertidos en un instrumento gubernamental para difundir una visión propagandista y apologética de la realidad. Este férreo control estatal impidió a los trabajadores y ciudadanos expresarse con libertad y sin miedo para criticar las desviaciones y errores que suelen cometerse en todo proceso social. Pero esa falsa impresión que la propia nomenklatura burocratizada terminó creyéndose, la aisló cada vez más del clamor popular, les impidió enmendar a tiempo y así terminaron cavando su propia fosa.

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En el SSXX, la falta de unos medios de comunicación de masas verdaderamente independientes facilitó los abusos de poder y el encubrimiento a la corrupción y la ineficacia de la contrarrevolución burocrática. Estos problemas -comunes a todos los sistemas burocráticos de corte soviético-, fueron exacerbados debido al control central de la burocracia y la nomenklatura sobre los medios de comunicación, lo cual condujo sistemáticamente a la desinformación y la manipulación. Así, durante décadas políticos, activistas, escritores, poetas y hasta cantantes -al criticar u oponerse al gobierno- fueron declarados enemigos del socialismo y traidores a la patria y, por lo tanto, censurados en las emisoras de radio, canales de televisión, librerías y teatros. Recordemos que en el SSXX no fueron pocos los disidentes que, por el solo hecho de expresar un pensamiento contrario fueron considerados agentes del imperialismo, vendidos a las grandes corporaciones transnacionales y potencias enemigas. En lugar de haber sido tratados como una expresión del debate político e ideológico, fueron encarcelados o expatriados por actividades de una naturaleza esencialmente pacífica.

Superar esta perniciosa herencia del SSXX significa estimular el pensamiento crítico, desarrollar una cultura del debate tanto en los medios de comunicación públicos como en los privados. Estas son cuestiones claves para repensar y reinventar el proyecto socialista en el siglo XXI. El socialismo será nuevo y superior en la medida que pueda garantizar la libertad de expresión y de acción del ser humano, sin la retaliación del burocratismo enquistado en los cargos públicos que se siente dueño de la verdad absoluta. Un supuesto socialismo sin democracia ni libertades civiles, donde la igualdad se limita a compartir la escasez y la pobreza, no es muy diferente a las dictaduras del SSXX.

Cuando las fallidas experiencias de construir el SSXX se comenzaron a derrumbar, nadie salió a defender lo que la propaganda oficial presentaba como una conquista y construcción popular. La principal conspiración contrarrevolucionaria que socavó las bases de apoyo social no vino del imperialismo sino del burocratismo y la nomenklatura que, al secuestrar para su provecho el poder, manipularon ventajosamente los medios de comunicación para prolongar y reproducir sus prácticas antidemocráticas, generando así un creciente e irreversible malestar que se evidenció en la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, cuando nadie salió a echar un tiro en defensa del llamado socialismo real.

Cuando la cúpula dirigente se arroga el privilegio de decidir qué, cuándo y cómo se debe y puede informar y asume de manera unilateral y arbitraria la tarea de evaluar y decidir sobre lo que se puede pensar, decir, escribir o publicar, esa forma de actuar reedita claramente la naturaleza antidemocrática que caracterizó al SSXX, donde para tener la razón solo basta con decir que los demás no la tienen. Quienes se niegan a debatir, negando el derecho de otros a pensar y exponer libremente sus opiniones y puntos de vista, no creen ni en sus propios argumentos y por eso no los someten a prueba: apelan al dogma de fe, a la lealtad a ciegas. De allí la importancia de que los medios de comunicación no queden solo en manos del Estado, del poder central, sino que se profundice el desarrollo de portales independientes y medios de comunicación comunitarios y alternativos, que brinde a las personas plena libertad para pensar y expresarse sin temores, sin miedo a ser analizados por desviaciones ideológicas o, lo que es peor, ser declarados agentes del imperialismo y traidores a la patria. No solo de pan vive el ser humano, el debate y la expresión de las ideas sin censura ni controles son imprescindibles para sentirse realmente libres.

El carácter unitario y democrático de una verdadera revolución humanista se comprueba en la consideración y el respeto, en la comprensión y la tolerancia para quienes piensan y opinan de manera diferente. Solo así será posible consolidar una gran fuerza en la que quienes teniendo el mismo objetivo de construir un país libre de desempleo, pobreza y exclusión social, con igualdad de oportunidades para todos, aunque no siempre coincidamos en las estrategias y ritmos, podamos ser fraternales críticos, incluso rivales, más nunca enemigos. Se trata de reconocernos en lo que nos une y no por lo que nos separa, donde la crítica a los errores y desviaciones no se etiquete de actitud sospechosa, de quintacolumna o saltatalanquera, de traidor a la patria o vendido al imperialismo. La única talanquera tiene que ser la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela: dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada.

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