Cultura

La madre de las batallas monstruosas: Godzilla vs King Kong

Godzilla Vs King Kong es un duelo de intereses. Adam Wingard imprime la condición básica: el enfrentamiento entre el bien y el mal. Aglaia Berlutti le da contexto y reseña el film

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Cortesía

Hasta la fecha, Godzilla ha protagonizado un total de 33 películas en su natal Japón. Convertido en un símbolo nacional, la figura de la enorme criatura se ha hecho parte constitutiva de la cultura pop nipona y también, de su manera de comprender lo extravagante y lo colosal. Tal ha sido su impacto que, finalmente, Godzilla cruzó el mundo y protagonizó tres películas estadounidenses.

Por otro lado, King Kong, el legendario y más ilustre habitante de la Isla Calavera, apareció por primera vez en el cine en el año 1933 y se ha convertido en una especie de gran fresco de nuestra época. Cada una de sus películas muestra una historia semejante, pero en un contexto que refleja las pulsiones culturales a su alrededor. Con cinco films a cuestas, es un símbolo perdurable de lo salvaje, lo incontrolable y la persistencia sobre el tiempo. Un tipo de poder primigenio que asombra por su cualidad monumental y peligrosa. De la misma forma que Godzilla lo es en Japón, en Occidente Kong es una metáfora sobre la amenaza de la naturaleza fuera de todo control humano, de toda concepción sobre los límites racionales y algo más demoledor.

Por supuesto, era más que evidente que en algún punto de su complicado recorrido por la pantalla grande y chica, Godzilla y Kong terminarían por enfrentarse. Ya ocurrió en Japón, pero el encuentro más espectacular parecía el anunciado por el mosterverse hollywoodense. Al menos, los antecedentes lo anunciaban: ya el director Jordan Vogt-Roberts había mostrado en Kong y la Isla Calavera (2017), las posibilidades del simio gigante más famoso del cine en toda su aterradora potencia. Lo hizo, además, al explotar las posibilidades tecnológicas que permitían que Kong se convirtiera en una amenaza auténtica de proporciones incalculables.

godzilla vs king kong

Por su parte Godzilla 2: el rey de los monstruos (2019) de Michael Dougherty parecía un poco menos espléndida en recursos y propuestas. A pesar de eso, Godzilla nunca pareció tan real, tan cercano a su raíz de desastre natural prodigioso. La promesa de una película que uniría a ambas criaturas en una batalla fuera de todo parangón, comenzó a gestarse casi de inmediato. Para Hollywood, las bestias míticas eran una asignatura pendiente y una que, además, que querían aprobar con máxima calificación.

Pero entonces, la pandemia se interpuso en el camino. El estreno de la fabulosa lucha quedó a medias y llegó a temerse que la película no llegaría a la pantalla grande. Y, de hecho, en esencia no lo logró: su estreno estuvo condicionado a la HBOMax y en especial, a su cualidad de rareza cinematográfica. Pero, por último, el peso de la posibilidad que el género Kaiju tuviera su gran momento en el mundo del cine estadounidense, contribuyó a que la película fuera el gran momento fílmico anticipado por los fanáticos. O al menos, el primer gran intento de serlo, en medio de una situación atípica y que, de alguna forma, logró socavar el impulso consistente de crear un gran evento fílmico.

A pesar de eso, la película de Adam Wingard (You’re Next, Blair Witch), es un despliegue de energía y poder. Y lo es mucho más en durante esta época en que el cine se ha contraído a su mínima expresión. Godzilla vs King Kong basa su efectividad no en la forma en que narra la historia, más bien plana y corriente, sino su autoconsciente cualidad de símbolo peculiar en medio de un momento complejo. Wingard se siente en especial cómodo en sostener el discurso abierto a la percepción de lo monstruoso como un desafío, pero también, una ficticia inyección de optimismo.

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Hay algo grotesco en el enfrentamiento de dos colosos cinematográficos, pero en esta ocasión, esa noción del desastre roza lo hermoso. El equilibrio entre la concepción de lo enorme  — en la película de Wingard todo depende de la escala en que se mire — es lo suficientemente ingenioso como para recorrer una percepción más poderosa y profunda sobre lo espectacular.

El juego de espejos de un guion rudimentario en combinación con la concepción de dos personajes que encarnan algo inexplicable, es lo todo lo osado que podría esperarse. Pero, además, también es un tipo de diversión delirante, sencilla y sin búsqueda de un significado ulterior. El contraste de ambas cosas, hace a la película un fenómeno difícil de entender de inmediato. ¿Se trata sólo de goce y maravilla, de un mensaje en subtexto, de una celebración a lo absurdo del cine de monstruos?

Godzilla vs King Kong podría ser cualquiera de esas cosas, pero también, un recorrido por la forma en que Hollywood concibe ahora mismo el cine.

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La necesidad de romper un molde básico en la forma de narrar historia y llevar a lo cinematográfico al espacio de puro entretenimiento. Y Wingard lo logra, a través de una relación de ideas mucho más elaboradas y conscientes sobre las metáforas que utiliza. Ajena a los códigos del cine de terror originales de tanto una como otra franquicia, el director está decidido a asombrar. Y para hacerlo, crea una mirada sobre lo que está a punto de contar que comienza desde lo obvio. ¿Quiere mostrar un mero recorrido por el hecho de lo asombroso o lo contextualiza?

Depende como se mire, Godzilla Vs King Kong es un duelo de intereses, tanto dentro de su argumento como fuera de él. Porque más allá de la concepción de lo fastuoso, Wingard imprime la condición básica: el enfrentamiento entre el bien y el mal ocurrirá. Y aunque las dos fuerzas en disputas sean en esencia, dos bestias salvajes e incontrolables, tanto las anteriores cuatro películas como la actual, establecen contrincantes.

En un extremo, Godzilla es una especie de presencia benigna sin otra motivación que una cierta capacidad para discernir el peligro y el miedo. Al otro lado, Kong es un arma utilitaria que puede ser utilizada con una facilidad casi denigrante. De modo que la lucha está al borde de ambas cuestiones. Además de, por supuesto, en las manos equivocadas.

Wingard replantea el motivo y el objetivo del monstruo como elemento seminal de los grandes poderes ocultos de la naturaleza. Lo hace, además, sin sutileza alguna, que por otra parte, la película no necesita en absoluto. Desde las primeras escenas, el director deja establecido el endeble conflicto y a partir de allí, el argumento se desplaza en una única línea narrativa: la premisa del monstruo que evade toda explicación y que atacará a no tardar. Pero en una decisión creativa ingeniosa, Wingard analiza la mirada sobre lo que ocurrirá desde dos puntos de vista dispares.

¿Realmente Godzilla es el pretendido defensor del bien? ¿O el gran Kong solo una bestia embrutecida y sin control? En realidad, la escasa profundidad de film no permite un análisis más elegante, pero es innegable que Wingard parece convencido que bajo toda la rutilante muestra de destellos, cielos naranjas y sacudidas primigenias, persiste la noción del misterio.

Además, el director juega con la posibilidad de que, al final de cuentas, lo salvaje es incontrolable. Durante las primeras escenas y fiel su larga tradición de héroe atípico, Godzilla emerge del mar para atacar Apex Industries, cuyo cabeza visible Walter Simmons (Demian Bichir), tiene la noble y dudosa intención de mantener el equilibrio entre las bestias asombrosas que pueblan el mundo.

El hecho que Godzilla abandone de inmediato su pátina de supuesta bondad, tiene el antecedente inmediato del mosterverse japonés. Y de hecho, toda la película parece sostener su tránsito a la gran batalla (centro de todo el guion) a través de las referencias. Hay considerables guiños a su célebre etapa Shōwa y también, a la Heisei. Lo más intrigante, es la forma en que ambas versiones del monstruo (el que destruye y el que protege) convergen en algo más elaborado que Wingard intentó mostrar con mayor elocuencia sin lograrlo.

Porque, a pesar de las buenas intenciones del director, la película es sólo su capacidad para impresionar. Y no las tiene todas consigo cuando intenta desbordar el límite de esa concepción de lo absurdo.

Las escenas en que los personajes de Rebecca Hall y Alexander Skarsgård, intentan brindar un aire adulto y casi sobrio a la narración, parecen triviales en comparación a la única intención de la trama. La necesidad de contemplar en toda su monstruosa corpulencia al enfrentamiento que ocurrirá a no tardar. El director juega entonces sus mejores cartas y celebra con toda la inocencia casi venial de un espectador inocente, el enfrentamiento de ambos monstruos.

La gran escena central es por supuesto, una versión mucho mejor coreografiada y llena de efectos digitales de la ya famosa de 1963 en King Kong Vs. de 1963, en las que ambas criaturas se enfrentaron por primera vez. Pero hay algo de júbilo infantil en toda la voracidad y la potencia de un enfrentamiento mítico de la cultura pop. Quizás, el punto más notorio de una película sin otro objetivo que divertir.

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