La única constante en el universo es el cambio. Para algunos fue Heráclito quien nos dejó esa enseñanza y para otros, más versados en el mundo espiritual, esa es la esencia primordial o al aspecto fundamental del universo. Ahora bien, si usted dedica una fracción de su tiempo a observar detenidamente ese fenómeno que es el fútbol venezolano, podrá encontrar que hasta en semejante verdad hay una que otra excepción que confirma la veracidad de dicha afirmación.
Por ejemplo, en cada año futbolístico – compréndase éste como el período que va desde Agosto hasta finales de Mayo- vivimos situaciones que se repiten sin cesar: se producirán dos o tres episodios de violencia que traerán las más profundas(?) reflexiones y condenas; cada campeonato se decidirá en las últimas tres jornadas y así confundiremos emoción con calidad; el arbitraje será el blanco de todas las quejas sin que esto produzca reforma alguna; los estadios de fútbol se alejarán más y más del estado ideal que esta disciplina requiere; tres o cuatro equipos superarán los tres meses de deudas con sus futbolistas; un par de instituciones intentarán censurar a la prensa, y el consejo de honor de la FVF publicará sus decisiones cuando mejor le parezca. Es como aquella película llamada «El día de la marmota», en la que su protagonista – interpretado por el excelso Bill Murray- se va a la cama sin saber que cada día será igual al anterior.
Usted puede pensar que mi reflexión es cuando menos exagerada y que nace de mi profundo desprecio a todo aquello que no busca la excelencia, pero más que intentar convencerlo, prefiero que sea usted quien vaya a la hemeroteca –casi todos los diarios venezolanos poseen un magnífico archivo digital – y consulte las noticias referentes a nuestro torneo profesional de los últimos años. Le prometo que no se va a decepcionar.
Para orgullo del bueno de Heráclito, o para quienes practican el Taoísmo, hasta en el fútbol criollo hay cosas que cambian. Agrupemos algunas de ellas: hay equipos que cambian de nombre sin respetar tradiciones o su ubicación geográfica; clubes que no han ganado nada sustituyen entrenadores como si de ropa interior se tratase; se modifican las reglas del juego al gusto y conveniencia de la FVF, y cada año que pasa nos enfrentamos a la disminución de las transmisiones televisivas del torneo de primera división y la Copa Venezuela. Ningún club ha desarrollado una identidad propia sino que juegan a lo que el director técnico de turno desee, por ende, el ritmo de juego también cambia, pero para peor.
Como se puede dar cuenta, ninguna de estas variaciones ha generado mejorías sustanciales en el balompié que se juega por estas calles sino todo lo contrario; con cada semestre que pasa, la actividad se hunde más y más en las sombras de la clandestinidad, sin que alguno de sus dolientes naturales haga algo al respecto.
Escribo estas líneas luego de haber observado el primer partido de la final de la Copa Sudamericana, y pienso en cada una de las variaciones que se han promovido en el fútbol venezolano en la última década. ¡Ninguna de ellas ha repercutido positivamente en el nivel de juego! No es casual entonces que salvo un par de excepciones (el Táchira de César Farías en 2004 y el Caracas de Noel Sanvicente en 2007 y 2009), nuestra realidad competitiva parezca estancada.
Y como si no hubiese suficiente de qué preocuparse, los directivos criollos, cuando estas verdades son reafirmadas por el seleccionador nacional en su exposición en un foro de entrenadores en Chile, no acusan recibo ni organizan mesas de trabajo que busquen soluciones a los problemas; estos señores, en una clara muestra de rechazo a esa constante que nos anunciaba Heráclito, esquivan los señalamientos sin ningún argumento que justifique su reacción o su inacción.
La gran mayoría de los venezolanos daría lo que no tiene por ver a su selección en un mundial, pero esa no puede ser la meta de quienes dirigen esta actividad en nuestro país; el objetivo de un federativo es desarrollar la práctica de este deporte para garantizar que la competitividad no sea cosa de una «generación dorada». Mucho me temo que no se trabaja de esa manera y la sensación actual es que el éxito de este fútbol está cada vez más en las manos del azar, y de eso que algún vivo de taguara patentó como “el tiempo de Dios”.
Mientras año a año vivimos la misma película, no se divisa alguna señal de que los comandantes de esta actividad sufran lo que Bielsa advertía, sino más bien parece una certeza indiscutible que la parálisis nace por ausencia de reflexión. Este es nuestro fútbol de la marmota: cada torneo que pasa se repiten los protagonistas y los escenarios. No contamos con la sonrisa de Andie MacDowell pero sí con muchos desastres que ayudan a creer que hasta una marmota puede conducir mejor nuestro balompié.