Opinión

Fútbol patriota: el no fútbol

El fútbol es continuidad, no parcelas aisladas, separadas para el gusto del publicista de turno. Quitarle el balón al rival para luego rifarlo es un acto de poca utilidad, ya que la rápida recuperación del esférico por parte del contrario puede coincidir con la salida de nuestros jugadores hacia campo contrario, y como consecuencia, facilitar que nuestro contrincante encuentre los espacios. Una aclaratoria así sólo puede ser condenada por aquellos que observan al juego como un acto de revindicación patriótica, o simplemente son, en palabras de algún amigo, muestras de un analfabetismo funcional.

Publicidad
Foto: AP

Roberto Rosales se enfrentó el pasado sábado al FC Barcelona. Marcó muy bien a Neymar pero una vez que logró desactivar cada avance del brasileño, no tuvo la tranquilidad para jugar, entendido esto último como la capacidad para tomar la mejor decisión a favor del equipo. Fueron mayoritarios los despejes que aterrizaron en botas rivales y esta lotería casi pone en riesgo lo que su equipo, con él como protagonista destacado, estaba por conseguir. Advertir esto no atenta contra valoración del lateral venezolano; es un señalamiento sobre su actuación en un determinado partido y una crítica acerca de una mejoría que debe buscar el venezolano pensando en la próxima Copa América.

Hace un par de años, Fernando Amorebieta tomó la decisión de aceptar la oferta de jugar con la camiseta vinotinto. Una tardía resolución que según el futbolista nacía en la negativa -ilegal y sospechosa- del equipo español a cederlo al cuadro criollo. Según el mismo relato, esta prohibición desapareció una vez hubo un cambio de directiva y entrenador, y se produjo la llegada del argentino Marcelo Bielsa al conjunto vasco. En esa temporada, la 2012-2013, Athletic Bilbao jugó las finales de la Copa UEFA y la Copa del Rey, siendo Amorebieta factor importantísimo en esas gestas, pero al año siguiente, el conductor argentino prefirió apostar por un joven valor de las inferiores vascas llamado Aymeric Laporte, un futbolista con todas las herramientas para convertirse en uno de los mejores defensores centrales del viejo continente. Pero al hincha venezolano eso no le importaba; lo realmente trascendental era insultar a todo aquel que resaltara las cualidades del joven defensor, al fin y al cabo, su titularidad era contraria al nuestro.

Hay muchos ejemplos más. Está el caso de Yohandry Orozco y su frustrado paso por el Wolfsburgo alemán, en el que hasta algunos especialistas llegaron a afirmar contundentemente que el entrenador de aquel equipo, Felix Magath, de padre puertorriqueño, no confiaba en el zuliano por ser venezolano, sin reparar en que el criollo nunca sumó a su juego variantes tácticas tan necesarias como jugar de primera, identificar cuándo acelerar, frenar, jugar hacia adelante o cuándo hacerlo hacia atrás; es decir, aprender a jugar fútbol y no a hacer jugadas. Años después, el talentoso jugador marabino aún no es figura en un Deportivo Táchira que mucho lo necesita.

Así se nos van los fines de semana y el fútbol, dando de comer al chauvinismo deportivo sin que nos tomemos la mínima molestia de ir más allá de los típicos y dañinos enunciados nacionalistas. Es tan grave y burdo que mientras Noel Sanvicente, seleccionador nacional, acepta que su equipo no jugó bien, y aún está en deuda con la afición, algunos futbolistas y entrenadores criollos exigen que se les apoye «porque los venezolanos no debemos destruirnos entre nosotros«, como si la prensa o la crítica especializada tuviesen la obligación de callar lo que a los protagonistas no les hace gracia. ¡Vaya mundo en el que vivimos!

Lo que estos adictos a la palmadita alcahuete y sus acólitos intentan legalizar es que ante la derrota o la pérdida de status no se fomente un análisis exhaustivo del origen de esa caída, y con ello prolongar los tiempos de asaditos masturbatorios -perdón, parrillitas- en las que se hablaba de todo menos de la voluntad de sacrificio necesaria para intentar alcanzar la excelencia. Ya sabe usted, lector, el amiguismo, las fotografías -ahora llamadas selfies y demás idioteces-, el whisky y, como le decía, el asadito.

Y uno, que ya le temía al daño que las agencias publicitarias hacen a este deporte, no tiene más que rebelarse ante semejante pedido y recordarles que si Racing Club de Avellaneda bailó al Deportivo Táchira no fue porque sus delanteros cuesten treinta millones de dólares; el juego no se explica a través de cifras. Mejor que sea el argentino Marcelo Bielsa el que con su contundencia nos reafirme esto que trato de explicar:

«Ahhh, pero claro! Evidentemente usted no entiende nada del oficio que yo hago. El señor cree que, y lamentablemente ilustrará así a quienes lo siguen, que los jugadores juegan de acuerdo al precio que se paga por ellos. Y por eso el fútbol está como está: porque se le atribuyen a los futbolistas derechos adquiridos que van más allá de lo estrictamente futbolístico”.

En algún momento debemos decidir si seguimos viendo a este juego como una muestra de nuestro amor por la patria o si lo entendemos como un juego en el que para triunfar se necesita mucho entrenamiento y más sacrificio, y que aún viviendo bajo esos principios, no hay garantía de llegar a esa gloria que todos desean alcanzar. Esconder errores para sumar amistades no sólo es contrario al espíritu de la crítica sino que le hace aún más daño a aquel a quien se intenta «proteger». Si todo esto le suena a exageración, le recomiendo ver el film Whiplash, leer la crítica de Jován Pulgarín, o, si el tiempo y la ausencia de curiosidad no son suficientes, repase las siguientes palabras de Bielsa y decida usted si quiere ser el mejor o si prefiere ser feliz. Es su decisión; yo tomé la mía y no involucra asaditos, tubazos ni selfies…

«Hay una sola respuesta que todo lo que yo diga lo tira por el suelo. Porque ser el mejor te quita felicidad, te quita horas con tu mujer, te quita horas con los amigos, te quita fiestas, te quita diversión. Ustedes tienen un problema muy grande. Muy, muy grande. Tienen dinero, pero no tienen tiempo para disfrutar del dinero que tienen, ni de lo que el dinero te da en términos de felicidad. Y eso yo ya lo sé, porque lo he visto infinidad de veces. Ustedes quisieran comprar tiempo. Pagarían por poder hacer eso, como pagaría cualquier persona. Entonces, el éxito te quita la posibilidad de ser feliz. También es una elección, pero él que tiene 20 años que lo sepa, que se lo cuenten y que lo elija. Si eliges que no quieres ser el mejor del mundo ¿Qué problema hay? ¡No hay ningún problema! Pero hay que saberlo”.

Publicidad
Publicidad