A los venezolanos no nos tomó por sorpresa el anuncio de los dos primeros casos de infección por Covid-19 en el territorio nacional. La pandemia no distingue entre continentes, entre países (desarrollados o no), entre clases sociales ni mucho menos en el ámbito del deporte. La globalidad de nuestro mundo hizo que la propagación sea total e inevitable, algo de lo que el mundo estuvo siempre al margen. Hasta ahora. El miedo es hoy el único sentimiento común.
El deporte nacional, como el de la mayoría del resto del mundo, se detuvo. Soy de los que cree que en una situación donde está en juego la salud, con parangón mundial, lamentar cálculos relacionados a la pérdida deportiva y económica que esto puede alcanzar es una irresponsabilidad. El mundo no dejó de girar ni el humano de producir, más bien es momento de evitar lo que genere una masiva propagación y toda acción que conlleve a prevenir debe ser bienvenida. ¿Todo lo demás? Ya se verá…
En este contexto, la historia del deporte recibe a partir de marzo de 2020 un crack, o un nudo, como llamaba mi profesora de Historia de las Relaciones Internacionales en la UCV, Adelina Rodríguez, estos episodios que marcan un quiebre inevitable en un proceso histórico. Se suspendió la actividad deportiva profesional y no profesional en la mayoría de los países, algo que jamás había ocurrido. La magnitud de la pandemia provocó que haya un antes y un después desde este mes de 2020.
La reprogramación está en el aire en toda la actividad deportiva. El calendario encontrará algún espacio o, dependiendo de lo que esto dure, llegarán las suspensiones de temporadas y competencias. Como toda emergencia o suceso imprevisto, no hay nada claro acerca de saber cuándo pueda normalizarse todo. Qué China, país donde se originó esta pesadilla, haya podido controlar la propagación del virus, es una esperanza. Sin embargo, no es una garantía porque las particularidades en cada país son distintas y parten desde cómo afronte ciudadanía y gobierno la emergencia.
Solo las guerras mundiales lograron la suspensión de eventos deportivos, aunque los países que no estaban involucrados en los conflictos seguían adelante con sus competencias. El fútbol en Suramérica, por ejemplo, no se detuvo ni en la Primera ni la Segunda Guerra Mundial. Algunas epidemias forzaron cambios de sedes, pero no la suspensión indefinida de dichos eventos.
Berlín sería la sede de los Juegos Olímpicos de 1916 y se suspendieron por la I Guerra Mundial (Alemania de paso era el gran protagonista del conflicto bélico), mismo caso que Londres en 1944 (Inglaterra era parte de los aliados en la II Guerra Mundial). Los juegos de Helsinki en 1940 tampoco se disputaron por los comienzos de la guerra. El deporte europeo estaba prácticamente paralizado, los recursos y el personal estaban dedicados a la conflagración, pero en algunos países del viejo continente continuaba la actividad, como el fútbol en España, país que en tiempos del dictador Francisco Franco se había declarado neutral.
Algo curioso: incluso en plena II Guerra Mundial, en 1942, con Estados Unidos ya inmerso en el conflicto tras el ataque a Pearl Harbor, el presidente Roosevelt solicitó a los clubes de beisbol no detener la temporada de las Grandes Ligas de ese deporte, porque este significaba distracción y apoyo moral para los militares y demás ciudadanos estadounidenses.
El 11 de septiembre de 2001, los atentados terroristas en Nueva York hicieron que se suspendiera el béisbol y la NFL por apenas unas jornadas. Algunas huelgas reivindicativas detuvieron el fútbol en algunos países, y algún virus como el SARS o el ébola provocaron el cambio de sedes para algunas competencias. Pero nunca antes el mundo del deporte, casi en su totalidad, se paralizó como ahora lo ha provocado el coronavirus.
No hay quien se oponga a esta medida. El alcance se determinará después. Ahora lo importante es evitar más muertes y la propagación de la pandemia. Lo bueno será poder contar esto que pasó por primera vez en la historia del deporte. Y rogar a Dios porque no vuelva a ocurrir. Nunca más.