Opinión

Racismo, el viejo problema de Estados Unidos

EE UU tiene 244 años como país independiente, y en 188 el racismo fue legítimo en algunos territorios. Aunque el avance del Movimiento por los Derechos Civiles quedó demostrado con la elección de Barack Obama en 2008, el asesinato de George Floyd puede significar un peligroso retroceso. ¿O ya es momento de avanzar?

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Policía george floyd

El asesinato del afroestadounidense George Floyd a manos de un policía blanco produjo una ola de protestas que recuerdan los convulsos años sesenta, cuando las manifestaciones por los derechos civiles llenaron las calles de Estados Unidos. Esta vez bajo la consigna de Black Lives Matter (“Las vidas negras importan”), un movimiento que nació hace casi una década. Pero las tensiones por racismo en ese país han estado latentes desde hace siglos.

Es un drama que por años se mantiene fuera la escena pública, pero sale a relucir cada cierto tiempo con algún suceso como el de Floyd. El racismo es un asunto sin resolver por la primera potencia mundial; un problema con mayor peso allí que en cualquier otro sitio.

La prohibición del racismo tiene menos de un siglo en la historia de Estados Unidos. Apenas en 1964 la Ley de Derechos Civiles fue sancionada, 99 años después del final de la guerra civil que abolió la esclavitud. Aunque para muchos su aprobación se debió al movimiento liderado por figuras como Martin Luther King, Malcom X o Rosa Parks, las razones de fondo, vistas en retrospectiva, parece que obedecieron más bien a las circunstancias de la Guerra Fría y no sólo a la lucha en contra de la segregación racial.

La muerte de Floyd y las protestas no revivieron el problema; lo sacaron a flote nuevamente. El racismo en Estados Unidos no ha sido superado. Basta revisar la muerte de Trayvon Martin en febrero 2012 o de Eric Garner y Michael Brown entre julio y agosto de 2014, bajo la administración de Barack Obama. Sucesos que no son aislados y deben analizarse a la luz de la historia del país del “hombre libre”; cuyo gobierno comenzó a tomar cartas serias sobre el tema hace menos de 60 años, por las exigencias que ameritaban esos tiempos.

La primera prueba del hombre libre

“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”, argumentó Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, el 4 de julio de 1776. Jefferson no se refería a toda la población: hablaba de los blancos industriosos, como él, mayores de 21 años y con propiedades. En el presente, ese concepto está ampliado y no es el mismo de aquella época.

La categoría arropa a mujeres y hombres, mayores de 18 años, sin importar su procedencia, formación o clase social. Cambios inimaginables hace dos siglos, pero acordes con nuestros tiempos. La expansión del concepto “hombre libre”, al igual que en casi todo el mundo occidental, obedeció a las transformaciones políticas y sociales que empezaron a finales del siglo XVIII, como resultado y legitimación del capitalismo moderno.

Casi un siglo después de la revolución americana, el concepto de “hombre libre” enfrentó su primera prueba.

En Estados Unidos el primer reto de esa definición llegó en 1861, con la guerra civil, un conflicto incontenible que duró cinco años, pero que se prolongó durante casi cien entre dos formas antagónicas de desarrollo: el capitalismo industrial del norte y el esclavismo agrícola del sur. Dos secciones que, tras no hallar forma de resolución de sus diferencias, se enfrentaron a muerte bajo la bandera de la unión para los norteños y de la secesión para los sureños.

Una contienda que, aunque giraba alrededor de la vigencia del esclavismo, no se hizo –o al menos no en el trasfondo– por fines humanitarios, sino más bien económicos.

Hasta entonces, la esclavitud había sido un debate no resuelto. Un tema que, al relacionarse con la propiedad –y este es un valor importante dentro de la sociedad estadounidense–, siempre quedaba para después.

El norte y el sur estuvieron signados por la tensión entre dos mundos distintos, tensión que cobraba mayor fuerza con el expansionismo del gobierno federal. La anexión de los nuevos territorios implicó un desafío a la hora de decidir si debía haber esclavos o no en las nuevas tierras. Fue la elección del republicano Abraham Lincoln la chispa que los llevó a enfrentarse, tras la derrota de los esclavistas demócratas.

Racismo: separados pero iguales

Ni la guerra ganada por el norte, ni la Proclama de Emancipación dictada por Lincoln en 1863, mejoraron las condiciones de la comunidad negra, que se convirtió en la gran perdedora del conflicto. Ahora, al ser libres y ciudadanos, debían adaptarse a la nueva realidad.

Además, el gobierno, para evitar otra amenaza de secesión, ante la controversia electoral de 1877 y de acuerdo al mismo pacto de unión y texto constitucional, permitió que los estados sureños, antiguos esclavistas, diseñaran los Black Codes: leyes que legitimaron el racismo en esas entidades y segregaron a los afroestadounidenses de los privilegios que gozaban los blancos.

Si bien después de la guerra el país se consolidó territorialmente y se vislumbraba como una futura potencia mundial, gracias al desarrollo industrial de la Golden Age, ese crecimiento no se vio reflejado en toda la sociedad.

Los negros no sólo estuvieron sometidos a las leyes del racismo, sino que también fueron víctimas del nacimiento de grupos supremacistas que, de manera encubierta, buscaron socavar la libertad de los exesclavos. Entre ellas estuvo el Ku Klux Klan, organización que, aunque fue disuelta por el republicano Ulysses Grant, generó terror en el sur al final de la guerra y resurgió posteriormente a principios del siglo XX.

En lugar de oponerse al racismo, el gobierno federal lo normalizó. La frase “Separate but equal” (“Separados pero iguales”) cobró fuerza y popularidad como doctrina legal, ya que, de acuerdo a su interpretación, no contradecía las enmiendas XIII, XIV y XV, plegadas a la Constitución tras la guerra civil, que le garantizaban derechos a la comunidad de ascendencia africana.

Así, las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del XX estuvieron signadas por el racismo legítimo, aunque no por ello se extinguieron movimientos que le hacían oposición. Al contrario, esas tendencias fueron ganando cada vez más espacio.

La ley tardía

La Segunda Guerra Mundial fue asimilada por los estadounidenses como una guerra contra el racismo que difundían las potencias del Eje, lideradas por la Alemania nacionalsocialista. El discurso de las cuatro libertades de Franklin Delano Roosevelt dejaba sentada esta razón que, tras el ataque a Pearl Harbor, argumentó el ingresó de Estados Unidos a la contienda.

Sin embargo, una vez obtenida la victoria frente al fascismo, las tropas de ciudadanos negros regresaron a casa conscientes de una paradoja que le dio fuerza a la lucha: se habían ido a pelear contra el racismo, pero al sur del país seguían siendo segregados por los blancos.

Siendo otras las circunstancias, se formó el Civil Rights Movement o Movimiento por los Derechos Civiles, que comenzó formalmente en 1955, cuando en un autobús en Montgomery, Alabama, Rosa Parks se negó a cederle el puesto a una persona blanca. El boicot de autobuses en la ciudad se mantuvo por un año, hasta que finalmente la Suprema Corte declaró inconstitucional la segregación en ese asunto.

La lucha no tenía vuelta atrás: el asesinato de Emmett Till en ese mismo año fortaleció al movimiento que, una década después, lograba la sanción de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que prohibía la segregación y la discriminación racial.

Una ley tardía que coincidió con el centenario de la guerra civil pero que, más allá del movimiento, encontró razón de ser en ese momento histórico. La Guerra Fría contra la Unión Soviética obligó al gobierno federal de Estados Unidos a preservar la cohesión social y, sobre todo, a mantener su imagen como cuna de la libertad.

La prensa comunista señaló con frecuencia al racismo estadounidense como contradictorio hacia sus principios liberales y su noción de “hombre libre”. Ante la amenaza comunista, las protestas contra el sur y el cuestionamiento de su sistema, el gobierno accedió a reivindicar un siglo de injusticias.

El 4 de julio de 2020, Estados Unidos cumplirá 244 años de su independencia. Sólo en los últimos 56 años el racismo ha sido ilegitimo. Aunque el avance del Movimiento por los derechos civiles quedó demostrado con la elección de Barack Obama en 2008, el asesinato de George Floyd puede significar un retroceso en esa lucha.

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