El chavismo ultima los detalles de lo que vendrá a ser la estocada al último poder legítimo en Venezuela, la Asamblea Nacional, órgano que es reconocido como el único bastión institucional por casi 60 países de América y Europa. De esa legitimidad, que emana del actual parlamento, proviene el reconocimiento internacional que recae sobre Juan Guaidó, en su condición de presidente del Legislativo.
Hace 5 años, cuando los venezolanos votaron de forma mayoritaria a favor del cambio democrático, se selló el talante dictatorial del chavismo. Lo que vino a continuación fue una serie de decisiones para socavar al parlamento, dirigidas desde el Tribunal Supremo de Justicia. El TSJ también es ilegitimo: imposible obviar que a varios magistrados los escogieron «entre gallos y medianoche» en diciembre de 2015, en los días finales de un parlamento que presidía Diosdado Cabello.
Los comicios a los que se encaminan los poderes públicos cooptados por el chavismo son el clímax de un modelo al mejor estilo dictatorial. Habrá votaciones el 6 de diciembre. Todo apunta a que se harán contra viento y marea. Pero ese día los venezolanos no habremos elegido a nadie.
Un sistema anulador
Con mucha frecuencia, erróneamente, votar y elegir son entendidos como sinónimos. La votación puede ocurrir, como se ha venido demostrando en Venezuela en 2017 y 2018, pero no hay una elección. El sistema anulador de la voluntad popular que se ha construido en los últimos años tendrá un momento estelar en diciembre.
En esta oportunidad no solo tendremos un Consejo Nacional Electoral (CNE) designado por el TSJ, cosa que ya ha ocurrido antes, sino que este es, además, un ente totalmente parcializado. Ya son parte de la historia aquellas fórmulas 3-2 o 4-1 que privaron en anteriores directivas del órgano electoral venezolano. La incorporación de dos ex magistradas del Tribunal Supremo al CNE hace suponer que desde allí se atarán las decisiones que puedan resultar impugnables.
No conformes con esto, el máximo tribunal le confirió poderes a este CNE para que, prácticamente, deje sin efecto artículos de la ley electoral, cosa de suyo grave. Y más grave aún es la intervención judicial de la vida política, que ha validado el descabezamiento de facto de los principales partidos políticos que otrora encabezaron la Mesa de la Unidad Democrática.
Puesta en escena antidemocrática
Si bien la MUD fue ilegalizada, como estrategia en su momento y como respuesta al triunfo electoral opositor de 2015, en 2020 el modelo chavista de control optó por otro sistema para que se vote sin elegir, con “partidos opositores” en el tarjetón.
Las organizaciones políticas descabezadas quedaron bajo el control de directivas ad hoc, también designadas por el TSJ. Veremos un tarjetón con muchos colores y tarjetas. Una puesta en escena, sin más, para hacer ver que hay una amplia y diversa representación política, pero tal cosa es una pantomima. La primera declaración de cada vocero político al que se le adjudicaron partidos como Acción Democrática o Primero Justicia, ha sido sostener que participarán en las votaciones con el símbolo y los colores de esas agrupaciones.
Asistimos al perfeccionamiento de un modelo electoral que, posiblemente, va a caracterizar el tiempo por venir en Venezuela. Además de las condiciones electorales, ya ampliamente denunciadas en el pasado por favorecer a quienes ocupan el poder, en 2018 se sumó la oposición leal (las candidaturas de Henri Falcón y Javier Bertucci, que en ningún momento ponían en riesgo la “reelección” de Maduro). Y en este 2020 tendremos el tarjetón multicolor, sin que ello signifique que haya más y mejor democracia.
Las cartas del chavismo
La estrategia oficial se conoce desde enero pasado. En su oportunidad, el número dos del régimen, Diosdado Cabello, dejó en claro que el chavismo este año solo permitirá una elección: la de la Asamblea Nacional. No existe, de esa manera, ningún escenario de elecciones presidenciales libres y justas, tal como lo ha demandado la comunidad internacional y como lo anhelan millones de venezolanos.
Si el chavismo puso sus cartas sobre la mesa -y ha actuado en consecuencia durante estos meses-, en la acera de enfrente, en el campo democrático, siguen reinando el desconcierto y la ausencia de estrategias unitarias. Y así, al parecer, llegaremos al 6 de diciembre. No basta con denunciar o describir la perdida de espacios o condiciones. Es de absoluta urgencia proyectar la respuesta que se dará a tal situación.
Seguimos, lamentablemente, en una posición de estancamiento, que con el paso de los meses resulta cada vez más inexplicable. Diciembre está a la vuelta de la esquina.