En 1945, el abogado, diplomático y prohombre venezolano Gustavo Herrera Graü dijo que en Venezuela no éramos una nación, sino un gentío. Imagino que parafraseaba a Simón Rodríguez, cuando le dijo a Bolívar que “para tener una república, hacían falta republicanos”. No solo era necesaria la independencia de España, sino también construir la institucionalidad y que los ciudadanos asumieran sus derechos, pero también sus deberes. Ciento veinte años habían pasado desde que Herrera volvió sobre ello, y todavía éramos un gentío.
La llegada de la democracia comenzó a cambiar las cosas. Estábamos lejos todavía de ser una Nación, con mayúscula, pero definitivamente habíamos dejado de ser un gentío. Pasamos, ¡por fin!, de gentío a nación cuando luchamos contra ese animal político que fue Hugo Chávez. La sociedad civil se movilizó como nunca. Asumió su protagonismo como agente de cambio –político, económico y social– y luchó sin rendirse hasta que a Henrique Capriles le arrebataron el triunfo en las elecciones contra Maduro en 2013.
El alto precio de la desesperación
La decepción, en aquel momento, hizo de las suyas. La rabia también. La mayoría no entendió que Capriles no podía cobrar las elecciones, sencillamente porque, como no hubo testigos en todas las mesas –como su comando de campaña le había asegurado-, el cambio de votos manual le aseguró un pírrico triunfo a Maduro. Hubiera sido una locura pedirle a la gente que saliera a la calle a que la mataran, si no tenía las actas en la mano.
Luego vino aquel disparate llamado “La Salida”. Aquello no fue un movimiento de ciudadanos luchando por sus derechos. Fue una cantidad de gente enloquecida actuando movida por la desesperación. Y nos costó muy caro. Las elecciones para la Asamblea Nacional de 2015 movilizaron nuevamente a la población, y ganamos. Pero el chavismo –que desde la abstención de 2005 se había apoderado de todas las instituciones– se aseguró de que después de la derrota descomunal e inesperada que sufrieron eso no les volviera a suceder nunca más. Nuevamente, la desesperanza se apoderó de los ciudadanos, hasta el 23 de enero de 2019, cuando Juan Guaidó asumió la presidencia interina, ante la usurpación de Nicolás Maduro.
Sin escapatoria
Una larga jornada nos esperaba a los venezolanos, porque la cúpula madurista no estaba dispuesta a permitir otra sorpresa. Así, no dejaron entrar la ayuda humanitaria –necesaria en aquel momento y hoy más que nunca– y a pesar de las sanciones impuestas por los países que han reconocido a Guaidó, han resistido porque se saben sin escapatoria. Han demostrado hasta la saciedad que nada les importa el sufrimiento del pueblo venezolano.
Pero la receta cubana les ha servido: el martes 4 de agosto, Nelson Bocaranda entrevistó en su programa por el Circuito Éxitos de Unión Radio al consultor Oswaldo Ramírez, una de las personas más sensatas que tenemos en Venezuela. Ramírez habló de los “ciudadanos eunucos”, aquellos que se conforman con las migajas que les lanza el régimen. Tenerlos en estado de supervivencia constante los ha convertido en dependientes, la mejor manera de tenerlos y mantenerlos dominados.
Movilizar la mayoría
Pero la pandemia puede cambiar las cosas: no se le puede pedir a un pueblo –por más “eunuco” que sea–, que día a día debe procurarse al menos una comida, que permanezca encerrado en su casa. Y llegará el día cuando esas personas tendrán que escoger entre morirse de coronavirus o morirse de hambre. Y saldrán a la calle. ¿Qué pasará entonces? Nadie lo sabe. Y todos tendremos que apoyarlos.
Además, tenemos la oportunidad de responder con una acción paralela, creativa y contundente, a la farsa electoral que el régimen pretende montar en diciembre de este año. Hay tiempo para preparar la estrategia. El mismo martes 4 de agosto, el presidente Guaidó, en la sesión online que celebró la Asamblea Nacional, dijo que «todos los venezolanos tenemos un rol en este proceso. Hay que movilizar y ejercer la mayoría en un contexto complejo, en una pandemia. La dictadura está derrotada en su farsa». Aún no lo está, pero podrá estarlo. La Constitución no fue hecha solo para Guaidó: fue hecha para cada uno de nosotros, y tenemos la obligación de hacerla cumplir. Nunca nos olvidemos de que el régimen no es que nos está ganando: está reaccionando como animal herido de muerte, que es algo muy distinto.
No nos convertimos en una nación para volver a ser un gentío. Los países que nos apoyan están ocupados manejando la pandemia. No le pongamos la mesa al régimen para que venza en su propósito de inmovilizarnos. Están haciendo todo lo posible por ganar tiempo. Hace doscientos años pudimos liberarnos de la tiranía, sin ser siquiera una nación. Hoy, no tenemos otra opción que asumir nuestra ciudadanía. Y lo haremos una vez más.