Los sucesos ocurridos el 6 de enero en Estados Unidos han sido, a mi juicio, la estocada final. La figura de Donald Trump sale de la presidencia con más sombras que luces, y se cierra un ciclo en la política exterior de ese país.
Que Trump deje la Casa Blanca el 20 el enero y que, mientras tanto, Nicolás Maduro siga ocupando su despacho en el palacio de Miraflores es una imagen simbólica. La política de presión máxima que se ejerció durante dos años desde Washington, en una suerte de simbiosis del gobierno de Trump con la figura de Juan Guaidó, ha fracasado. No podemos engañarnos.
Guaidó durante dos años, entre enero de 2019 y este diciembre de 2020, contó con lo que ha sido el más categórico respaldo internacional. Ningún líder opositor, antes de Guaidó, había sido reconocido como presidente interino por decenas de países; ningún otro había recibido tratamiento de jefe de Estado.
También gozó Guaidó de respaldo económico, especialmente por parte de Estados Unidos. Y lo más importante, sin embargo, estuvo en que durante largos meses de 2019 Guaidó encarnó la esperanza de los venezolanos. No pocos vieron que había posibilidades de un cambio y que se abría paso una nueva generación del liderazgo político, la que forjó en las luchas universitarias de 2007, a propósito del cierre de RCTV y del rechazo a la reforma constitucional.
Tal como lo señalamos hace año y medio, era necesario que lo que devino en mantra, las tres frases que repetía Guaidó, dejaran de ser solamente frases para avivar a las masas. Era necesario, y lo sigue siendo, contar con una estrategia.
La improvisada y lamentable actuación de Leopoldo López y el propio Guaidó el 30 de abril de 2019, en las afueras de la base aérea de La Carlota desnudó el fracaso de una línea de acción que centró básicamente en quebrar el apoyo militar. La fisura en el mando castrense no se produjo.
El discurso amenazante del propio Trump o de su entonces asesor de seguridad nacional, John Bolton, terminaron siendo caricaturizados no sólo por el chavismo. Lo de que todas las opciones estaban sobre la mesa, dicho por Trump hace año y medio, devino en meme para mostrar bandejas de comida exageradas, por ejemplo.
Paradójicamente, los destinatarios de este discurso amenazante, la cúpula chavista, no se intimó por tales mensajes de Washington, mientras que un sector radicalizado de la oposición los tomó como válidas, con lo cual se fomentó la idea de que si no ocurría una invasión norteamericana a Venezuela esto era por culpa de Guaidó.
La etapa final de Guaidó, como presidente de la Asamblea Nacional, y de Trump como jefe de Estado, estuvo atrapada en la lógica de los cargos. Que Guaidó ocupe o no un cargo no es lo relevante para la política del cambio democrático. De hecho, además del cargo tuvo muchos otros factores a su favor y en dos años no se alcanzaron los objetivos, si asumimos como tales las frases del mantra.
La ausencia de una estrategia política, la falta de una coordinación efectiva con los otros liderazgos y los casos de corrupción en su entorno son, a mi juicio, los tres errores principales de la era Guaidó.
Obviamente no estaba solo en el ring, se enfrentaba a un régimen dispuesto a todo con tal de permanecer en el poder. El gobierno de Nicolás Maduro nos mostró su capacidad de reprimir en 2017, así que asumir una posición pública de primera fila en 2019 debía incluir una clara dosis de realidad. Guaidó sabía al poder al que se enfrentaba.
Y sin duda tomó una decisión valiente. Pero la sola valentía no logrará que reencaminemos al país.