El chavismo sigue en el poder, pero aun cuando parezca que todo seguirá igual en realidad nos adentramos en una nueva etapa. No se trata sólo de que en 2021 Nicolás Maduro controla todos los poderes, al tener a su aliado Jorge Rodríguez presidiendo la Asamblea Nacional. En verdad, el chavismo no tiene amenazas internas o externas que sean un riesgo para su ejercicio del poder en Venezuela.
Los propios errores de Juan Guaidó, como principal referente opositor durante los años 2019 y 2020, junto a una clara estrategia chavista de dinamitar lo que otrora fue una unidad democrática en pos del cambio en Venezuela, se conjugaron y arrancamos este año con una oposición disminuida, fragmentada y lo peor de todo, sin una estrategia clara y consensuada sobre qué hacer ante la dictadura.
Como ha ocurrido en otras ocasiones, el chavismo parece tener la suerte de su lado. La pandemia de la covid-19, que sí es un problema real, le dio la coartada al gobierno de Maduro para manejar de forma discrecional las cifras, le permitió retomar la escena pública casi a diario en teoría para informar sobre el coronavirus, y lo más importante le ha permitido manejar según su a conveniencia política el esquema de restricciones y cuarentenas.
A grandes rasgos, la pandemia fortaleció a Maduro en el poder. La prolongación de la crisis sanitaria global, en este 2021, le dará excusas al régimen para acentuar su política de control social de la población.
Juega a favor del chavismo, en el plano internacional, la crisis que sacude a Estados Unidos. Se conjugan allí dos factores. En primer término, está la salida traumática del poder por parte de Donald Trump.
El todavía presidente jugó un papel clave en el apoyo político y económico para el liderazgo de Guaidó. Su decisión de socavar a las instituciones democráticas termina siendo un bumerang. Entonces, qué validez puede tener ahora la exigencia de democracia que haga Washington para un país como Venezuela, cuando justamente el sistema democrático de Estados Unidos ha sido colocado en la picota.
La crisis institucional que rodea al cambio de mando en Estados Unidos tendrá serias repercusiones en la influencia estadounidense en política exterior, y ello de retruque será un paréntesis que podrá aprovechar el chavismo. Por lo pronto, no habrá una política de “presión máxima” como bien la definió Trump en 2019.
Por otro lado, la llegada de Joe Biden a la presidencia le dará un estilo diferente a la política exterior, entre cuyas prioridades no figuran ni América Latina ni Venezuela en particular. Estados Unidos, a partir del 20 de enero, tendrá como prioridad tejer lazos de mutuo respeto con China, devenido en potencia global; presionar a Rusia, a quienes los demócratas responsabilizan la derrota de Hillary Clinton en 2016; y reconstituir la alianza atlántica con la Unión Europea.
No hay a la vista adversarios evidentes internos ni externos como los tuvo en el período de 2019-2020, y teniendo como posibilidad de que tanto Estados Unidos como la Unión Europea estén más ganados a una eventual negociación, en realidad habrá un reconocimiento de que el chavismo es quien de facto ejerce el poder, más allá de su ilegitimidad.
El descontento que es mayoritario y transversal, los pobres son hoy quienes más desean que haya un cambio, está fragmentado y sin dirección política. Como lo hemos señalado, una minoría organizada y con control de las instituciones y de los recursos del Estado bien puede perpetuarse en el poder.
En esta nueva etapa que comienza en Venezuela, ya hay señales de que el periodismo independiente que se ejerce en medios digitales o el activismo social no controlado por el chavismo, como es el accionar de las organizaciones no gubernamentales, estará bajo acoso.
Maduro necesita adversarios, reales o ficticios, para su discurso de confrontación y para endilgarle la responsabilidad por los fracasos de su nefasta gestión de gobierno.