Cuando mis hijas mayores eran bebés, hace más de treinta años, estábamos en un almuerzo cuando un amigo de la familia -solterón y sin hijos- se sentó a mi lado. Se quedó viendo a mi hijita, que estaba sentada en su coche, y me preguntó:
-¿Es niña o varón?
Me extrañó su pregunta, porque mi bebé tenía un gran lazo en su cabeza.
-Es una niña… ¿No ves que tiene un lazo? – le pregunté.
-Ah, es que como el lazo es azul, tuve dudas.
Me imagino que esta historia hará reír a unos cuantos. Pero lo cierto es que su pregunta no estaba fuera de lugar: somos una sociedad acostumbrada a que, desde bebés, los niños van de azul y las niñas, de rosado. Desde el mismo momento de su nacimiento, comienza una educación sexista para definir –como sea- su género.
Hace unos días, mi amigo Miguel Ángel Guerrero –papá de tres varones- me envió un maravilloso artículo publicado en el New York Times, escrito por Ruth Whipmann, también mamá de tres hombres y autora del libro “América la ansiosa”, donde reflexiona sobre cómo criar hijos del sexo masculino.
Yo viví en Maracay durante 21 años. Mis hijas crecieron y se educaron allá. Una amiga querida tenía tres varones. El mayor jugaba con frecuencia con la hija de otra querida amiga. Ambos niños tenían personalidades fuertes: un día se adoraban, al otro, se detestaban. Básicamente sus problemas se debían a qué juego jugar, hasta que ellos mismos llegaron al entendimiento de que un día uno escogía y, al siguiente, lo haría el otro. El varón descubrió entonces el maravilloso mundo de las muñecas.
Un día le dijo a su mamá que él quería tener un bebé querido. Y mi amiga –sabiamente- se lo compró. “Él será mejor papá en el futuro”, vaticinó. Muchas de nuestras amigas comunes la criticaron. ¡Anatema! ¡Los varones NO juegan con muñecas! Los varones juegan con carros, camiones, aviones, pistas de carreras, bloques, trenes, monstruos… pero con muñecas… ¡jamás!
Es la misma prédica de la educación sexista de que las niñas van de rosa y los varones, de azul. Pero ese es solo el comienzo del problema. Porque un tiempito más adelante, a la inmensa mayoría de los varones se les dice que “los hombres no lloran”, que llorar es cosa de niñas. Ese disparate comienza a hacer que los niños inhiban sus sentimientos desde muy pequeños. Lo que no significa que no sientan. Por eso mismo, esos sentimientos reprimidos salen en el futuro en forma de agresividad, violencia, ira.
¿Alguien puede explicarme por qué los hombres no pueden llorar? La vulnerabilidad es una de las características más deseables en un ser humano. ¿Por qué inhibirla? ¿No es un rasgo atávico y retrógrado de sociedades machistas? Yo no tengo hijos varones, pero de haberlos tenido pienso que su educación no hubiera sido distinta a la que les di a mis hijas. Pero parece que no es tan fácil, según la doctora Whipmann:
“Cuando (sus hijos) eran niños pequeños, rápidamente se canalizaron hacia una realidad narrativa exclusiva de vehículos. Aparentemente, las normas de masculinidad preescolar estipulan que los dilemas humanos pueden explorarse a través de las vidas emocionales de solo excavadoras, camiones de bomberos, retroexcavadoras ocupadas y el estegosaurio ocasional. A medida que se alejaron del grupo demográfico de excavadoras, pasaron sin problemas a uno dominado por batallas, peleas, héroes, villanos y una gran cantidad de ‘salvavidas’. Ahora, tienen 10, 7 y 3 años, y prácticamente todas las historias que leen, el programa de televisión que ven o los videojuegos que juegan, son esencialmente historias en la que dos hombres (o criaturas no humanas que se identifican como del sexo masculino) se enfrentan entre sí en alguna forma de combate, que inevitablemente terminan con uno coronado héroe y el otro brutalmente derrotado. Este mundo narrativo contiene una complejidad emocional casi nula: no tiene interioridad, no hay negociación, ni crianza, ni dilemas de amistad o conflictos internos. Nada del lío de ser un ser humano real en constante relación con otros humanos”.
Es así: a los varones se les separa del tema emocional desde que son bebés. La emocionalidad es exclusiva de las niñas. Los supuestos valores de la masculinidad se refieren a falta de sentimientos, de empatía, de sensibilidad, una contradicción con lo que significa ser humanos.
Conversando con mi hija Irene Greaves Jaimes, quien en su proyecto educativo @lovescaping aboga por el enseñar a amar como pilar fundamental del sistema educativo, me comentaba que quería enfocarse en cambiar los paradigmas con los que se educan a los varones, porque está convencida de que se pueden evitar miles de conflictos y hasta guerras en el futuro si los varones aprenden que no es malo sentir.
El corolario de esta historia es que aquel niñito de Maracay que quiso tener una muñeca y su mamá le compró un bebé querido es hoy padre de una niña con síndrome de Down. Y estoy segura de que su mamá tuvo razón al comprársela: será el mejor papá que esa bebita pueda tener.