La hegemonía de Netflix, la plataforma de distribución digital de contenido multimedia es indiscutible. En plena crisis del coronavirus aumentó sus suscriptores significativamente, pero en la “guerra del streaming” tiene rivales poderosos que no le dan tregua.
La multinacional estadounidense Netflix acaba de anunciar que duplicó sus beneficios en el primer trimestre de 2020, sobre igual período de 2019, ante el aumento de suscriptores en el marco del confinamiento por la pandemia del coronavirus.
El gigante del streaming registró un beneficio neto de $709 millones, con una facturación de $5.800 millones. El número de suscriptores, en tanto, creció en $15,7 millones, para ubicarse en 183 millones de usuarios, de acuerdo con la firma, que tiene su sede en Los Gatos, California.
Esta cifra rompe todos los récords anteriores de la compañía, y se sitúa muy por encima del que hasta ahora había sido su trimestre de mayor crecimiento: los 9,6 millones de nuevos suscriptores de principios del año pasado. Aunque confía en seguir creciendo durante los próximos meses, al proyectar un incremento de 7,5 millones de suscriptores entre abril y junio, Netflix reconoce que esto dependerá del levantamiento parcial o total de las medidas de confinamiento en cada país.
La hegemonía de Netflix
Por regiones, la empresa de contenidos en streaming ganó abonados de pago en todos sus mercados, con los mayores incrementos porcentuales registrados en Asia-Pacífico (63% más respecto a marzo de 2019) y América Latina (más de 25% de crecimiento interanual). Sin embargo, la mayor proporción del negocio de Netflix sigue concentrándose en Europa y, muy especialmente, en Estados Unidos.
De esta manera, Netflix se sitúa a la cabeza de sus cuatro principales competidoras en la llamada guerra del streaming: Amazon, HBO, Apple y, muy especialmente, Disney+.
Esta última irrumpió en noviembre del año pasado, cuchillo en boca, dispuesta a dar ferozmente la guerra por el liderazgo mundial en el ámbito de las plataformas de distribución digital de contenido multimedia. Llegó apelando nada más y nada menos que a su impresionante y heterogéneo catálogo y su apreciable cuota de producción cinematográfica.
Aunque todas quieren ceñirse su corona, Netflix sigue presente en las conversaciones culturales del momento y su hegemonía dentro de la industria del entretenimiento es indiscutible.
Así empezó todo…
La historia de Netflix es digna de una película. Se inicia en la California de 1997, cuando dos amigos, Reed Hastings y Marc Randolph, dos emprendedores por vocación, entre sus temas de conversación habituales no dejaban de referirse a una empresa que había aparecido en escena dos años antes y que los tenía fascinados. Se trataba de Amazon. Un buen día decidieron que ese modelo de negocio era el futuro y optaron por concretar un producto que pudiese distribuirse online, partiendo de esa idea, pero sin que fuese la misma.
No tardaron en encontrarla. Montaron un videoclub a domicilio. La propuesta fue innovadora porque, al ser a domicilio, le ahorraba al usuario tener que ir al videoclub.
Por otro lado, más importante aún, terminaron con los plazos de devolución de las películas imperantes entonces. En este caso, los clientes pagaban una cantidad fija al mes para poder tener un número limitado de películas en casa y devolverlas cuando lo quisieran. La clave se encontraba en que el usuario no podía seguir alquilando si antes no devolvía las que ya tenía.
Una década más tarde el negocio funcionaba bien, pero Hastings y Randolph vieron que a su alrededor estaban pasando cosas -Apple sacó al mercado el primer iPhone, la fiebre de los BlackBerry se extendía por todo el primer mundo y cada vez más estadounidenses optaban por seguir la crónica política a través de Internet–. Por ello, concluyeron que Netflix necesitaba otra vuelta de tuerca, que se llamó streaming¸ es decir, la distribución digital de un contenido multimedia. Así, ambos comenzaron a ofrecer a sus afiliados el visionado de películas directamente en el computador personal, fuera Mac o PC indistintamente.
Cómo dar en el clavo
Netflix no fue la única compañía en apostar por el streaming. Su mayor competidor en aquel entonces, la tienda virtual de Apple, iTunes, también ofrecía a los usuarios la posibilidad de alquilar y ver una película con solo un par de clics. La diferencia, lo que situó a Netflix por delante de su rival, fue la tarifa plana.
Mientras que Apple ofrecía alquileres de 48 horas (el cliente pagaba tres o cuatro dólares por una película y esta quedaba disponible durante ese período de tiempo), la compañía de Hastings y Randolph comenzó a exigir una cantidad específica al mes, que no llegaba a los diez dólares. A cambio, el usuario se olvidaba de contratar nada cada vez que quería ver algo. Era cuestión de llegar a casa, conectarse al servicio y hacer su selección de inmediato.
Con el tiempo, la biblioteca de Netflix -su oferta de contenidos- aumentó, pero con ello llegaron dos complicaciones importantes. La primera: que sus servidores no se daban abasto. Pensando en cómo solucionar el problema, se acordaron de la compañía que los había inspirado, y contactaron con Amazon para ver de qué manera, y a qué precio, podían utilizar sus servidores. La negociación se hizo realidad en 2016 y hoy en día el streaming de Netflix se produce gracias al servicio web de Amazon.
La segunda complicación tenía que ver con el origen del contenido. Su solución terminó convirtiendo a Netflix en el gigante que es hoy, después de que sus fundadores decidieran que el negocio no podía seguir basado en la distribución de las series y películas que hacían otros. ¿Por qué? Primero, porque distribuir el producto de los demás cuesta dinero; y segundo, porque los dueños del producto podían dejar de cederles los derechos de distribución en el momento menos pensado, tal y como ocurriría después con Disney.
Hastings y Randolph decidieron entonces que había que comenzar a crear contenido propio. Pasar de ser una distribuidora original, ambiciosa y tecnológicamente superior, a ser una plataforma que también crease y produjese su propio material. Todo en uno. Sin agentes externos. Sin depender tanto de terceros.
De “House of Cards” a “El Irlandés”
El primer gran éxito fue más que resonante y llegó en 2011. Nada más y nada menos que la colosal House of Cards. Netflix adquirió los derechos tras pagar la nada desdeñable suma de $100 millones. Después llegaron otros sucesos en formato de documentales, películas y otras series.
Ha llegado, incluso, a rivalizar con Hollywood, provocando no poca reticencia en el sector más tradicional de la industria del cine. En 2018 consiguió, a través de una costosa y eficaz campaña promocional, que su filme Roma, del realizador mexicano Alfonso Cuarón, se hiciese dueño y señor de los festivales más importantes del mundo.
Además de conseguir el León de Oro del Festival de Venecia, se paseó con honores por los Globos de Oro (ganó en los rubros de director, película en lengua extranjera y guión) y otros importantes galardones, hasta llegar a la gala de los Oscar, donde logró diez nominaciones y se hizo con tres estatuillas (director, filme en lengua extranjera y fotografía).
Enemigos íntimos
Parecía como si sus directivos, hartos de ser repudiados por el Hollywood más conservador -el mismo que se empeñaba tercamente en decir que ver películas en la pantalla de un computador jamás será cine, aun cuando las estrenasen previamente en las salas-, hubiesen emprendido su propia revancha. Ante lo cual conocedores de los entresijos de la compañía sostienen que no fue esa la causa: “Netflix lo que busca es prestigio”, pero no para ostentarlo en las fiestas privadas de Bel-Air.
“Hay compañías muy poderosas asomando en el horizonte, y Netflix ha entendido que ya no basta con ofrecer más y más contenido propio, que lo que ahora tiene que hacer es convertirse en marca de prestigio”.
En otras palabras: la estrategia the bigger, the better ya no es suficiente.
Esa misma estrategia la aplicaron este año. La plataforma de streaming llegó a la gala de los Oscar con 24 nominaciones, aunque se fue con solo dos premios de la Academia: el de mejor actriz de reparto (Laura Dern por Historia de un matrimonio) y el de mejor documental (American Factory). En cuanto a los Globos de Oro, arribó a la ceremonia de este año con 34 nominaciones y solo obtuvo los dos a la mejor actriz de reparto, en los apartados de cine (Laura Dern) y televisión (Olivia Colman, por The Crown).
«El Irlandés».
La derrota de Netflix en estos galardones es aún más desalentadora, si se toma en cuenta la costosa campaña publicitaria que desplegó para elevar el perfil de sus películas, que costó, según estimados, entre $70 millones y $100 millones. Incluyó no solo publicidad tradicional, sino también fiestas, eventos, alquiler de cines y producción de podcasts. Cabe destacar que los gastos de promoción de Roma en 2018 -considerados también altos- se elevaron a 30 millones de dólares.
Incómodos compañeros
Pero los tiempos cambian. Y muy rápido, tratándose de una pandemia como la de Covid-19, que amenaza con alterar no pocos esquemas de cara a un futuro no tan remoto. Ahora resulta que la industria tradicional del cine tendrá en las plataformas de contenidos bajo demanda a un nuevo e incómodo compañero de viaje. De pronto -y por la fuerza mayor del virus que a todos nos amenaza- el sistema de cine online puede ser la tabla de salvación de un viejo negocio que ve temblar el suelo bajo sus pies.
Y Hollywood ha empezado a marcar la pauta. Sin cines, con pérdidas millonarias y la gente en cuarentena en sus hogares, los grandes estudios de la meca del cine apostarán por una estrategia que habían evitado: estrenar sus nuevas películas directamente por televisión y en dispositivos móviles. Quién lo diría.
Pero este es tema de otro análisis. Volviendo a Netflix, hay que concluir que sus números son contundentes: 183 millones de suscriptores globales, 250 series originales en catálogo.
Otras 260 series vienen en camino y un presupuesto que, se presume, supera abiertamente a los $15.000 millones que se invirtieron en contenido a lo largo de 2019. Con todo, el futuro es incierto, sus rivales del streaming son de temer y, por ello, no hay que dormirse en los laureles. En Netflix lo hacen con un ojo abierto y el otro cerrado.