Viciosidades

El gurú inesperado

Conoce los trucos y los anzuelos del género, pero un día Youtube la sorprendió con el clip de un reality show que le hizo ver que en la televisión basura también puede haber sabiduría

TEXTO: CLAUDIA LIZARDO @LILIPUTPARANOIA / COMPOSICIÓN GRÁFICA: JUAN ANDRÉS PARRA @JUANCHIPARRA
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Pasan los años y ocurren cosas maravillosas que mi yo adolescente no hubiese creído: se vuelve más fácil decir “no”, cada vez importa menos lo que digan los demás y esa necesidad imperiosa de estar al tanto de cada evento, estrella pop o tecnología se va esfumando, dándole paso a una franca tranquilidad con lo que realmente disfrutas.

Por ejemplo: las series. Últimamente soy ese personaje en las conversaciones que mira de un lado al otro como quien ve un partido de tenis, lanzando lo que para mí es una jugada maestra como recomendar Los Soprano, la versión británica de The Office, la inigualable Breaking Bad o ciertos episodios de Black Mirror. Y si todo eso falla ¡que empiece el festival de citas de Seinfeld!

Y no es porque descarte lo nuevo, es porque soy una criatura de hábitos en cuanto al consumo estrepitoso de series (muy distinto al consumo de películas). Vi GOT hasta su tercera temporada, no he visto Mad Men, ni Handmaid’s Tale, tampoco The Mentalist, Downtown Abby, ni los culebrones de Luismi ni los planteamientos existenciales de Westworld.

No sé de qué hablan, muchachos.

Y así, en medio de plotlines intrigantes, producciones multimillonarias, actores de primerísima línea y salas de guionistas insomnes, hoy me siento en confianza para confesar que descubrí hace casi tres meses una serie/reality que me cambió la vida.

Se llama “Pesadilla en la Cocina: con Alberto Chicote”, producido por La Sexta, y es la versión española de Kitchen Nightmares. ¿Se acuerdan? ¿Con Gordon Ramsay? El chef inglés que puso la cara de una cocinera entre dos rebanadas de pan y le preguntó: “¿qué eres?” A lo que ella respondió: “un sandwich de idiota”.

Pero vamos desde el principio, como dijo Silvio: “Todo empezó en la sorpresa, en un encuentro casual…”. Así empezó mi relación con este show, como un amorío al estilo de Jane Austen, desde un profundo desprecio por lo que pensé era contenido basura español.

Por una recomendación jocosa vi un clip de YouTube de un chef madrileño con una filipina de corazones que entraba a una cocina destartalada y abría tupperwares con alimentos vencidos ante los ojos de tres andaluces timbrados. Con ese arrebatador tono que tienen los madrileños, sacó del envase una morcilla casi verde y exclamó: “A ver, macho ¿a quién te quieres llevar tú por delante?”. Un silencio incomodísimo llenó la cocina mientras la cámara enfocaba al señor pánfilo de gorrito, que no pudo esconder su “güarrería” y balbucear un “pues, que… a mí me gusta así…”

Admito que ese momento me sacó una risita modesta; pero para mí seguía siendo una copia balurda de un programa que tampoco era tan bueno. El problema es que a menudo, la reproducción automática de YouTube nos conoce más que nosotros mismos, sabe de nuestros deseos más silenciados, de nuestros placeres culposos y en este caso, supo bien qué hacer conmigo.

Inmediatamente me lanzó otro clip. En este le servían a nuestro chef un plato de croquetas tiesas que él procedió a rebotar contra la mesa mientras decía: “Esto está hecho del material con el que hacen las cajas negras de los aviones”. Y ahí empezaron las carcajadas. Jamás imaginaría que estaba ante uno de los programas que más horas de sueño me quitaría. No sólo por lo hilarante, sino porque se convirtió para mí en un curso de frontalidad y gerencia.

La estructura es la típica de un reality de “makeover”. Llega un experto a un negocio con problemas para intentar sacarlo de la ruina. En este caso: un tipo con muchísima personalidad, el chef Alberto Chicote llega a restaurantes en España al borde de la quiebra. Y allí se topa con desastres de toda naturaleza: desde gerentes incompetentes, pasando por cocineros violentos hasta mesoneros inútiles, todo dentro de la idiosincracia variopinta e híper sincera de los españoles, la misma que inspira sin duda los personajes de Almodóvar. Chicote hace un diagnóstico, no sin antes enfrentar cada uno de los problemas en el restaurante, proponer cambios, remodelar el espacio y… entregar todo esperando el mejor resultado con los cambios propuestos.

Durante casi cinco años trabajé como creativa generando copys, taglines y campañas para incontables reality shows. Por lo cual, conozco la estructura narrativa que tienen, sus trampitas y señuelos. No me enorgullece decirlo, pero desarrollé un talento como “catadora” del género.

A pesar de que parecía ser un reality reformista como cualquier otro, despertó en mí algo completamente inesperado. Mientras que la versión original de Ramsay está cargada de sensacionalismo, necesario para el entretenimiento, pero también de maltrato gratuito, que fortalece por demás esta noción estúpida al estilo Whiplash de que un maestro maltratador garantiza la excelencia, sorprendentemente el programa de Chicote retoma el sentido común, el trabajo duro y la frontalidad como valores esenciales para llevar adelante un equipo.

De ver clips en YouTube, convertí en un hábito diario buscar los episodios de las seis temporadas de Pesadilla en la Cocina en lo que prácticamente es la deep web del streaming online, pasando por alcabalas de ads rusos y tailandeses, rogándole a mi internet que me colaborara para poder ver la visita de Chicote a un bar en Huelva o a un garito hindú en Barcelona.

Reconocí en cada uno de los personajes arquetipos que nos rodean todo el tiempo: el que justifica su holgazanería por su condición social, el que se hace el loco ante el desmorone de la realidad, el déspota duro por fuera y suave por dentro, la jefa insegura que se impone a través de la violencia, el trabajador creativo que hace falta ojo para poder reconocer y el viejo deprimido que una vez fue talentoso.

Y no bastaba retratarlos, Chicote los confrontaba y lograba en la mayoría de los casos, sacar lo mejor de cada uno de ellos. Es un reality y no deja de tener el factor entretenimiento muy presente, pero lo mejor es que a pesar del gran plot twist de estos programas, en los que todo termina bien luego del paso del Hada Madrina, hubo episodios en los que era imposible lograr la transformación… y eso también se mostraba.

Vi en algo tan banal, como un reality show, el rescate de cosas tan elementales en las dinámicas laborales como la comunicación fluida, la delimitación de tareas, la necesidad de un liderazgo claro; todo esto sin pelos en la lengua y aderezado con personajes que parecen sacados de “Todo sobre mi madre”.

Porque a pesar de que la sinceridad, la capacidad de poder decir “no” y la aceptación de lo que antes nos avergonzaba son buenos síntomas de la madurez, gerenciar un equipo con destreza, liderar procesos y comunicar de manera correcta las necesidades de algo más grande que uno mismo, siguen siendo tareas pendientes.

Y a veces basta con ver a un chef madrileño con una filipina de corazones darle la vuelta a un restaurante en Melilla para entenderlo.

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