No les diré uno de los nombres a los que respondo, pero sí les diré el otro: Lexxxa Read. Sin embargo, me puedes llamar como tú quieras, porque realmente soy quien quieras que sea. Uno de mis yo es graduada de la Universidad Central de Venezuela, escritora, investigadora, editora, artista visual. También he sido productora, actriz, librera, asistente de dirección, directora de arte. He tenido que vender galletas y shawarmas fríos en un parque. He cuidado puertas en discotecas y he vendido drogas. Alguna vez robé en un trabajo y le he mentido a mucha gente. He humillado a amigos para sentirme bien. Engullo azúcar cuando siento culpa. Hablo sola y escucho Britney. Me han diagnosticado adicción sexual dos veces. Sufro de pánico. No me maquillo ni me depilo.
Con mi otro yo, Lexxxa, he sido secretaria masoquista, transexual vestida de conejo rosado. He sido la madre de Potent_Lover (Clarissa, 1’67’’ de altura, pelo castaño, lunar en la esquina del labio inferior), la psicóloga que abusa sexualmente de MindfulnessAndCock, una mujer con una extraña enfermedad que me hace crecer en tamaño cuando me mojo para Sam5241. Para RopingLover he sido una dominatrix que secuestra gente para sodomizarla. Me han pedido que sea una niña de 8 años y largas sesiones de girlfriend experience, NotADick solicita, muy amablemente, que lo humille por el tamaño de su pene. Fetichistas de nariz me han pedido que les describa detalladamente cómo se siente el humo caliente en mis fosas nasales, y he tenido amantes de lencería que me eligen la ropa interior cada mañana (odian que no use sostén jamás). Esposos me han susurrado cómo ven a sus mujeres en orgías; adolescentes me han pedido instrucciones para cogerse a sus hermanas, sus madres, sus tías, sus perras. Y todos me pagan por esto.
Yo, Lexxxa, puedo permitirme esa libertad porque el servicio adulto que ofrezco está basado no en el tacto, sino en el oído, más específicamente: en la palabra. Trabajo para una empresa canadiense que ofrece un servicio completo de sexo telefónico: videocámara, llamada o sexting. Lexxxa Read es una trabajadora sexual que se especializa en sexting (0,25 centavos de dólar por mensaje enviado + propina), venta de pantaletas usadas (empaquetadas al vacío, acompañadas de una foto luciéndolas, un beso rojo estampado detrás de la imagen) y creación de contenido customizado. ¿Quieres un video donde aparezco masturbándome con unas medias púrpura, lentes de sol y un rosario guindando de mi cuello? Te lo hago. En el video también aparecerá, a veces, mi gata anciana maullando por la casa. ¿Quieres una foto simple y llana de mis tetas para acabar rápido antes de entrar a una reunión? También la tengo, pero antes de eso necesito una propina, daddy.
No deja de llamarme la atención cómo se gesta la identidad de una trabajadora sexual. Toda la identidad de Lexxxa está pautada a través de los fetiches que maneja. Su nombre deviene en sexo, sus selfies también. Al postularme para el trabajo de operadora de sexo telefónico tuve que llenar una planilla de presentación basada en catalogaciones de la sexualidad. ¿Tienes más de 30 años? Inscribir como mujer madura. ¿Anal? No ¿Oral? Sí. ¿Cuál es su acento en inglés? Inglés /Latinoamérica. ¿Acepta clientes transexuales? Sip. ¿Acepta humillación? No. ¿Acepta dominación financiera? Sí. ¿Daddy? ¿Mistress? ¿Esclava? ¿India? ¿Big tits? ¿Small penis humilliation?
En fin: según mi trabajo esto es quien soy:
Y según Google search soy esto:
Y entonces me pregunto: ¿Quién soy? Suele ocurrir que se me dificulta entender el concepto de archivo, las catalogaciones a las cuales someto –por voluntad propia- a mi primer yo: el nivel educativo, clase social, la música que escucho, los libros que leo, con quién trabajo, de quién me rodeo, a quién me cojo, cómo me visto.
Aunque Lexxxa Read no sea mi verdadero nombre y ella solo exista a través de una pantalla, la vida que tengo con ella se me hace más real. Una amiga, al principio de todo, me preguntó si no me daba asco pretender ser la madre católica de alguien, en cuatro patas en la mesa, cogiendo con un gánster negro de dos metros y medio de alto. Me sorprendió la pregunta. Más me perturba mi otra vida, donde todos pretenden, a pesar de la evidencia, que no se quieren coger a sus mamás, o que no se pajean pensando en un pie cogiéndose a un pastel, o que no te quieren hacer oral después de cortarte una pierna en pedacitos. Esa misma amiga me confesó, mucho después, que de niña se masturbaba pensando en su tío vestido de camionero. Al final, somos del mismo material de nuestras más extrañas fantasías sexuales. Eso es quien somos.