Opinión

El bodegónico temprano: luces, grama artificial y muñecas de Pdvsa

Estamos inmersos en este periodo de la historia en medio de destellos de colores, esculturas relucientes fusiladas de catálogos al alcance de todos y una fascinante trama criptopetrolera. ¿Cuáles son los rasgos característicos del bodegónico temprano?

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“¡Hola, mi nombre es Uruyén!”, dice –con voz de niño– un cachorro de golden retriever, vestido con franela de ¿Dónde está Wally?, entre sillas rojas, peluches de Santa Claus, cascanueces gigantes y arboles de navidad iluminados: “Voy a contarles de un pueblo alegre y trabajador que vive entre hermosos paisajes naturales: le llaman Venezuela”. Como parte del energético giro de la revolución bolivariana hacia los bodegones con paredes de grama artificial, las luces de colores y restaurantes que cuelgan de grúas, el perrito parlante protagoniza –ni más ni menos– el video del mensaje navideño de Nicolás Maduro del 2022. Atrás quedaron los de Chávez, solitario en un Miraflores poco iluminado con apenas un austero pesebre artesanal de compañía.

Ahora, Uruyén recorre los Andes y Canaima, aparece con pacientes de hospitales de niños y reguetoneros con gorritos tejidos que dicen “Mérida”, antes de llegar a Los Próceres para conseguir al presidente con corbata rosa y a su esposa (ahora rubia) rodeados de un verdadero elenco multitudinario –una suerte de zombie de aquellos festivales navideños que eran los videos de RCTV y Venevisión– para dar su saludo navideño delante de un sinfín de arbolitos, luces rosadas y hasta enormes regalos y esferas de luz eléctrica. Un gobierno obsesivamente “anti-imperialista” desplegándose por medio de un perrito de una raza asociada a la prosperidad del suburbio americano, protagonista de películas de Hollywood como “Air Bud” y “Marley & Me”, y mascota de Ronald Reagan y Gerald Ford ¡La Venezuela bodegónica en pleno!

¿Pero qué es lo bodegónico? Lo bodegónico es el discurso del poder en nuestros tiempos: un sistema social que crea su propio significado; es una secuencia de signos interconectados. Es una manera de aproximarse a la vida. Lo bodegónico es un estilo transversal, como lo fue el barroco. Aparece en las nuevas galerías de arte en Chacao, en la arquitectura de Las Mercedes, en la forma de vestir de ‘nuevos empresarios’ y muñecas de PDVSA y en un discurso político y económico cuyo optimismo empalaga hasta hacerlo hueco; hasta dejar desnuda la esencia de lo bodegónico: al parque temático, el oasis ilusorio en el desierto o el sitio plástico con pretensión de ser algo que no es, desconectado de lo real, como las ruedas multicolores en La Guaira o en El Rosal o los espectáculos vacíos en el Poliedro o la competencia interminable entre locales dignos de Dubái con go karts o túneles de viento para una población con un poder adquisitivo menor al de Bolivia.

¿Pero de dónde surge este discurso del poder; este estilo transversal? Como el pez monstruoso del mar cámbrico que se arrastra por el lodo hasta surgir en los pantanos y convertirse en el primer anfibio, el estilo bodegónico es la evolución inesperada de otros estilos y discursos del poder.

En primera instancia, es la degeneración –y el rechazo– del chavismo original. Atrás quedan los ojitos de Chávez plagando vallas, las consignas del socialismo bolivariano y sus promesas de gallineros verticales y sus comunas con murales de un Bolívar mutante y la Virgen de Coromoto con fusil. Los edificios de la Misión Vivienda con apariencia soviética, pintados de rojo, y el uso de franelas rojo-rojitas en la Asamblea Nacional y los muñequitos tricolores del “Venezuela ahora es de todos” y la obsesión fálica escultural –las espadas de hierro apuntando al Norte y los misiles negro-rojos– han fenecido con la red de misiones, los subsidios y las cooperativas en fincas expropiadas. Queda tan solo la pretensión descolonizadora: con esculturas doradas de indígenas, muros multicolores con petroglifos en la autopista y el nuevo escudo de Caracas que tropicaliza a la Cortina de Hierro.

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Lo bodegónico, entonces, aparece de la mano de un giro económico del madurismo tras una contracción sin precedentes históricos en países fuera de guerra: es el discurso estético que acompaña el levantamiento de las tarifas de importación, la dolarización de facto, las Zonas Económicas Especiales (¿qué habrá sucedido con Las Maldivas de La Tortuga?), las alianzas estratégicas (privatizaciones chucutas) y el levantamiento del control cambiario y los controles de precios. Está en su nombre, alusivo a los bodegones: aquellas cajas repletas de cien mil tipos de productos traídos de Miami, brillantes y coloridos, que de la noche a la mañana acabaron con la escasez y sus descontentos. Pax bodegónica

¿Y quién ha sido el primer gran promotor del estilo bodegónico? Bien podría ser Rafael Lacava, Conde de Transilvania (antiguamente Carabobo), reinando sobre parques de diversiones y canchas deportivas con mamuts de plástico, velociraptors, logos de murciélagos por doquier, estatuas de Maradona, murales geométricos multicolores y tiburones feroces saliendo del concreto. En nuestra nueva era económica rusa, o quizás birmana o angoleña, los ojitos orwellianos de Chávez (a pesar del dolor de Vielma Mora) son reemplazados por Drácula.

Así, como viendo en Lacava el éxito, el madurismo se ha convertido en promotor y estimulador principal de la corriente bodegónica: el túnel de los Ocumitos no muestra a Chávez sino a Bolívar ante luces purpuras y títulos en luz LED, Maduro celebra la navidad con renos de luz y arbolitos estilo americano en Miraflores, las pancartas electorales muestran corazones rosados y verdes y amarillos y azules (de nuevo, la iconoclasia arrasa con los ojitos vigilantes) y Plaza Venezuela presume de honguitos neón y corazones de la bandera en carnaval. El socialismo se convierte en un good vibes only. Y la oposición leal, gobernando sobre los oasis bodegónicos, lo adopta: Chacao muestra videos cinemáticos de su policía que ahora maneja Mustangs, las plazas portan letreros al estilo “I love New York” (pero mencionando el municipio), aparecen esculturas tontas y exageradas y los alcaldes visten chaquetas de cuero o ponchos de rave en sus lives.

No hay que olvidar aquel corto cinematográfico de la policía de Chacao, con tomas de Hollywood, persiguiendo a un ladrón de carteras: es que lo bodegónico es espectacular. Es decir, funciona como espectáculo: utiliza técnicas visuales y espaciales para promover despampanantes muestras de supuesto progreso y prosperidad. Las autopistas se llenan de palmeras al mejor estilo Miami, y los semáforos de Las Mercedes parecen importados del futuro. Frente a las calles y autopistas aparecen pantallas que tan solo muestran una bandera digital ondeando y en el centro cuelgan pantallas de los edificios públicos, a semejanza de Times Square. El país se está cayendo a pedazos: pero no debe parecerlo. Las palmeras se inclinan peligrosamente: hay que recogerlas con disimulo.

Y ahí radica la importancia de la estética en el discurso bodegónico: lo estrafalario, lo excesivo, el colorinche, los juguetes en escala metropolitana. En las artes, figura el venecopop: con sus esculturas de gorilas multicolores y sus plagios –con coronitas de Basquiat y dólares y copias de Alec Monopoly– de artistas neo-pop anglosajones adaptados al gusto de los nuevos ricos criollos.

En lo arquitectónico aparecen los bloques blanqui-azules de Las Mercedes, desentendidos del clima tropical o la integración de los espacios públicos, que en las noches encienden sus fachadas de luces LED y hacen visuales despliegues multicolores. Son los rayos laser verdes neón que dispara el Humboldt sobre la ciudad, los restaurantes con luces que cambian de color, los locales con jardines y paredes de grama artificial y la inclusión de animadores estilo Portada’s o atracciones en cualquier emprendimiento comercial (cuya oferta, siempre, supera la demanda). Espejismos.

Pero lo bodegónico también se expresa en gente. Así como lo neoliberal lo podemos relacionar con hombres con camisas blancas y suéteres Patagonia y mujeres con blazers que usan anglicismos al hablar y tienen posgrados en la Ivy League, lo bodegónico se expresa en una nueva casta dominante: en hombres con chemises Hugo Boss y Psycho Bunny y mujeres con plumas y cuero que han operado sus rostros múltiples veces hasta asemejar modelos de Europa del Este.

El discurso bodegónico se expresa en cadiveros convertidos en constructores y retailers, en lumpen-influencers con peinados gelatinosos que desafían la gravedad, en coroneles transformados en magnates, en hombres con carillas manejando sus Lamborghini verde neón y en tusis con labios plásticos que montan fotos con vestidos de gala en la Toscana o usando orejas de Minnie Mouse ante el castillo de Magic Kingdom. Basta con ver el escándalo de corrupción PDVSA-cripto, con “muñecas del petróleo” repletas de fillers, mujeres sintéticas arrestadas con apartamentos de lujo en Dubái y maletas llenas de lingotes de oro como centro de mesa y Maduro denunciando “orgías” en mansiones del Country Club.

Y toda esta fauna nueva que mezcla al burdel con las tiendas por departamento vacías, codeándose con consultores políticos que acérrimamente piden el fin de la sanciones y militares que controlan sectores enteros de la economía como una finca propia e influencers que también funcionan de proxenetas y estilistas, lleva lo bodegónico en el discurso político: Venezuela está repuntando, limitada tan solo por las sanciones, y el universo de bodegones y restaurantes dorados nuevos y go karts y pistas de hielo y carros de lujos y torres de Las Mercedes expresan el destino de la nación. Por el bien del consumo, apunta el discurso bodegónico, debemos olvidar que somos una autocracia cuyo récord de derechos humanos horroriza a las Naciones Unidas y a la Corte Penal Internacional y que tiene una economía sin crédito y poco productiva que apenas repunta y que la mordisquea una de las tasas inflacionarias más altas del mundo. Un país de instituciones secuestradas por una élite, con déficit de profesionales, tribalismo que desintegra al Estado, y sin un marco jurídico que atraiga la inversión extranjera y los préstamos necesarios.

Lo bodegónico, realmente, es taparse los ojos ante el desastre y bailar guaracha electrónica.

Con la nueva purga anticorrupción, que atraviesa transversalmente a las empresas públicas, quizás el discurso bodegónico tenga un frenazo: quizás se detenga el alzamiento de torres vacías en Las Mercedes, la fundación de cientos de restaurantes nuevos para un mercado inexistente o el optimismo cínico en torno a una supuesta recuperación económica que no termina de permear al país entero. Entonces, por supuesto, vendrá una nueva camada de boliburgueses que reemplace a los purgados y haga lo suyo.

Mientras tanto, los nuevos presos montarán bodegones en la cárcel. Si el Tren de Aragua lo hizo en Tocorón, ¿por qué ellos no?

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