Opinión

Ya dejen morir en paz a los Ghostbusters

“Ghostbusters: apocalipsis fantasma” quiere ser muchas cosas a la vez y no es ninguna. Ni es divertida, terrorífica, emocionante o conmovedora, aunque lo intenta todo al mismo tiempo y tirando de todos los hilos posibles para conectar su argumento a la nostalgia

Ghostbusters
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“Ghostbusters: apocalipsis fantasma” (2024), no disimula su origen como secuela heredada, tardía y con aires de reboot del universo del cual proviene. Lo cual, no sería del todo malo, a no ser por que es casi lo mismo que intentó hacer la película que le precedió. En 2021, “Ghostbusters: El legado”, trató de unir todos los trozos de la saga de los parapsicólogos de Nueva York en una sola historia. Y lo logró a medias, con un uso desvergonzado de la nostalgia y profundizando en historias sencillas, que parecieron quedar concluidas con su facilona y cursi escena final.

Lo que no impidió una secuela, que aporta poco, dice nada y navega en el caos de su propia mitología. “Ghostbusters: apocalipsis fantasma”, intenta, otra vez, relatar una historia familiar basada en la primera película de 1984. Pero ya sea porque la fórmula está desgastada como porque la cinta inicial tampoco daba para mucho, el argumento parece estirado a fuerza de repetirse una y otra vez.

Callie (Carrie Coon), su hijo Trevor (Finn Wolfhard), su hija Phoebe (McKenna Grace) y su novio Gary Grooberson (Paul Rudd) vuelven a Nueva York. Pero no para reconstruir sus vidas o hacer el intento de empezar una nueva historia. Todo parece insustancial y repetitivo, cuando los personajes terminan viviendo — de forma previsible — en la clásica estación de bomberos y dedicándose al negocio familiar de atrapar espectros, en un mundo superpoblado de ellos.

La primera escena es tan fútil y sin sentido que deja claro que la saga Ghostbusters dio todo lo que tenía que dar. Cazar un fantasma en equipo se convierte en la forma en que el director Gil Kenan, intenta demostrar que esta es una nueva generación. Y una que — ahora sí — se va a ocupar de hacer el trabajo de todos los que le precedieron. Lo que hace preguntarse para qué sirvió el largometraje anterior, como no sea para profundizar en un mundo frágil que no soporta segundas revisiones.

Si “El Legado” pareció forzada, edulcorada y levemente ridícula (pero con un enorme corazón), “Ghostbusters: apocalipsis fantasma” parece una copia burda de esa noción de “todos juntos venceremos”. Mucho más, cuando no deja de hacer referencias a la primera película y todo lo que implicó.

Lo que, claro, retrotrae a un evento que amenaza al mundo entero. La cinta vuelve al núcleo de todas las anteriores y hace predecible lo que se verá a continuación. Mucho más, cuando Winston (Ernie Hudson), ahora un patriarca generoso y con abultada billetera, que parece sostener la cordura del guion, lo deja claro casi de inmediato. La antigua guarida de los Cazafantasmas que ocupa la familia “es el dedo en el dique”, de lo que es un desastre que tardó décadas en sobrevenir. Y que claro está, anuncia la conquista de una criatura convenientemente peligrosa, para mayor lucimiento del nuevo grupo de personajes.

Hay que dejar partir a los Cazafantasmas 

Jurgen Muller cuenta en el libro “Lo mejor del cine de los 80” de la editorial Taschen, que el director Ivan Reitman supo que la película “Los Cazafantasmas” sería un éxito por un detalle pequeño. Cuando rodó una escena en plena ciudad de Nueva York, una multitud de neoyorquinos siguió al trío de actores disfrazados batiendo palmas. Reitman comentó que si había logrado despertar el interés de los fríos y distantes habitantes de Nueva York, lo haría con cualquiera. Y el tiempo le daría la razón.

Lo que demuestra otro punto que quedó en claro durante los últimos cuarenta años. La cinta original de 1984, no fue pensada como un film trascendente. Por años, la mayoría del elenco y el propio director, advirtieron que el éxito se debió a una confluencia de cuestiones. Por un lado, la química entre tres comediantes. Al otro, la combinación de desenfado, originalidad y frescura convirtieron al guion en un chiste a gran escala. Dan Aykroyd confesó en más de una ocasión que la mayoría de los diálogos fueron improvisados y que las mejores escenas se escribieron entre borracheras.

El resultado en pantalla tuvo mucho de ese aire desenfadado, trivial y alegremente divertido, de una broma exitosa y nada más. Por lo que sorprende lo muy en serio que se toma “Ghostbusters: apocalipsis fantasma”, como si fuera la continuación de una historia compleja o una mitología mayor.

En realidad, la cinta propone montones de cosas distintas, pero no profundiza en ninguna. Quiere hablar sobre paternidad y amor adulto, solo para dejar caer la insinuación y seguir adelante a toda velocidad. Quiere hablar de herencia, de tiempos cumplidos y propósitos, pero no lo hace tampoco.

Lo único realmente interesante — y se narra a la carrera — es la historia relacionada con la Orbe de Garraka. Esta última es una esfera que actúa como una trampa de cazadores de espectros, pero en su versión más antigua y perniciosa. Pero lo que podría, quizás, dar sus mejores momentos a la película, se deshace, una y otra vez, de tanto tomarse en serio. Tan en serio como para pasar de la comedia absurda y bienintencionada — sello de la franquicia — a un tono grave que la convierte en un añadido innecesario y tedioso. Para cuando la ciudad de Nueva York termina cubierta de hielo y los nuevos (y por supuesto, viejos héroes), deben rescatarla, la cinta llegó a un punto incómodo. Un inevitable ¿a quién le importa todo esto?, acompañará a la película hasta su absurdo final.

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