Viciosidades

Pesadilla en la calle de los rojos

Tuve una pesadilla en la que paseé por varios lugares como Aladino en su alfombra, pero en vez de sobrevolar las calles de Bagdad con tres deseos en mi bolsillo, me llevaron de viaje obligado a las casas donde residen los gobernantes (o desgobernantes, usurpadores, como quieran llamarlos) de mi país

Composición gráfica: Juanchi Parra @juanchiparra
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No sé si solo fue un sueño, o una visión privilegiada de la cual ahora me podré lucrar y montar una tienda de Tarot en Chacaíto, pero aquí va lo que vi, antes de despertarme aterrorizado:

Un hombre con voz nasal pero intimidante llegaba a la una de la madrugada a su casa. Tras pasar las siete garitas de seguridad correspondientes, se cambiaba una chaqueta tricolor, típica que usan algunos para aparentar ser “normales”, por su pijama de piel de orca bebé. Inmediatamente después mandó a cocinar un ternero al que mataron frente a él mientras bebía un Old Parr con Coca-Cola.

Pude observar varias cosas.

-Serie que eligió en Netflix (En una Tv Led 40″, UHD, 4K, Smart Tv): Narcos

-Material POP excesivo de los Tiburones de la Guaira.

-Tiene un closet abierto con unos extraños mapas que recorren el mundo con unas líneas hechas con marcador, unas especies de «rutas».

La casa del siguiente personaje, un hombre pelón que usa lentes, es amarilla por fuera y por dentro. Un amarillo de esos que volvería loco a cualquiera. Yo flotaba a su lado como un alma omnipresente mientras entraba en ella.

Lo que pensé que era una biblia, posicionada como tal en una mesa pasando la puerta principal, era la novela “1984” de George Orwell. El hombre leyó fijo una página y río tenebrosamente.

«La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza», decía aquella página.

Una señora chiquita y mayor lo esperaba más adelante con una bandeja con comida. La señora temblaba. El calvo macabro le pasó por al lado y de la nada le tumbó la bandeja a la señora contra el piso.

– ¡Muévete!

Le gritó mientras ella recogía el desastre

–Ahora tráeme la comida “de verdad”.

Minutos más tarde y nuevamente atendido, se sentó a ver “Ru Pauls Drag Race” mientras devoraba una pasta con Halls y se burlaba de los travestis que participaban en el reality. Después destrozó el televisor y se acostó a dormir.

Me llamó la atención lo siguiente:

-En su jardín había un busto de él mismo, pero disfrazado de Freud.

-Tenía en su casa un depósito con lentes de pasta, dispositivos para electrocutar animales y afeitadoras.

-Una canción de Mastodon sonaba dentro de la casa, donde el hombre dormía plácidamente, pero en el jardín se escuchaba «Toxic», de Britney Spears.

En la casa del próximo sujeto, en cambio, se escuchaba, a todo dar, «In the navy» de los famosos y coloridos Village People.

El hombre se veía serio, de pocas palabras, pero apenas llegó a su casa (que parecía un musical LGBTQ) rompió su uniforme militar y se quedó en unos boxers de camuflaje apretaditos, apretaditos. Tanto que sus piernas gordas parecían a punto de estallar.

-¡Harto de estar serio todo el día!, gritó saliendo a su piscina con una multitud bailando alrededor.

Esa fiesta fue la parte más larga del recorrido. Cuando terminó de festejar fue a su cama y se acostó a dormir junto a una decena de personas de ambos sexos.

Pude ver varias cosas interesantes, por decir lo menos:

-Un afiche de un revolucionario cubano de gran barba estaba guindado en la entrada a su cuarto.

-A la hora en que él decidió dormirse, todo el mundo se durmió, sin decir una palabra.

-Habían unas estatuas de cera de Elton John, George Michael y Gianni Versace que me hicieron dudar mucho sobre si eran los reales o no.

Seguí mi travesía espeluznante, para terminar en la casa de una mujer que se ve muy decaída. Miraba triste al infinito desde su ventana hecha con mármol, pero no era del mármol fino y elegante, era tanto mármol que todo era mármol. Los inodoros, los cepillos de dientes, los platos, incluso la casa de un gran danés que se veía muy triste.

Ella sumaba números en una computadora, pero hacía ademanes como de equivocarse constantemente y se volvía a lamentar, mirando de nuevo al infinito.

Era un proceso que repetía cada cierto tiempo. Estaba inflada, canosa y muy deteriorada, pero eso no evitaba que jugara Candy Crush en su iPad Pro.

«¡Pero si mi victoria era irreversible!», gritó antes de dejar caer la costosa tableta.

Puso un disco de Rocío Durcal y bailó sola. Se veía muy sola, a excepción de unos militares que custodiaban su casa.

En su palacio triste de mármol, vi solo una cosa resaltante (esta persona era realmente aburrida). Tenía una biblioteca gigante con solo 3 obras: Manifiesto del Partido Comunista, El Capital y Una contribución a la crítica de la economía política. Todas obras de Marx, por supuesto.

Seguí adelante con mi pesadilla, tal vez ya consciente de que estaba soñando, pero adentrado en la aventura. Lo que estaría a punto de ver sería lo más dantesco que he visto o imaginado en mi vida.

Un hombre panzón y muy alto se limpiaba los restos de sancocho del bigote, mientras una mujer ladillada, a falta de mejor término, «bronceaba» su excesivamente celulítico, arrugado y blanco cuerpo a las orillas de un ¿pozo? ¿laguna?… sí, era como una laguna, de esas que uno ve cerca de las playas públicas de La Guaira, con camionetas a full volumen y personas bailando «salsa baúl».

-Bueno, mi amorrrrr. Ahora el postrecito ¿Verdac?, ordenó el bigotudo a una señora que esperaba a las afueras de una casa.

¿La casa? Ya les cuento. Primero voy con el postre. La señora volvió a los 20 minutos con unas cotufas con caraotas y mostaza, también una razón de tostones con lo que parecía caviar y salsa rosada. Un espectáculo terrible.

Su acompañante volteó los ojos y se apartó del comensal.

Ver a ese hombre devorar aquellos platillos fue nauseabundo. Tenía en su mirar una voracidad aterradora, como con intenciones de engullir todo lo que pasara frente a él, fuera comida o no.

Se limpió las tres salsas después de digerir la atrocidad que había comido. Se levantó y «echó» tres pasos de salsa. Se agitó mucho y un doctor vino a medirle la tensión inmediatamente.

Después lo pasaron, apoyado en unas 5 personas, al interior de la casa. Casa que era un «rancho» de unos 2.500 metros. No tengo otra manera de describirlo.

Un techo de zinc enorme con acabados en oro era lo que estaba en la parte superior, mientras en la sala habían varios aires acondicionados, todos apuntando a un sillón rojo que bien pudo haber sido para una vaca, pero una vaca gigante.

Ahí sentaron al bigotudo indigesto. La señora que lo monitoreaba afuera se sentó a su lado y empezó a leerle un libro para niños, pero muy extraño.

«…Con el paso del tiempo, la gente construyó fábricas más y más grandes. Desgraciadamente nunca se callan. Ahora tenemos que escucharlas todo el tiempo. Las fábricas están siempre hablando de las mismas tres cosas: ellas nos dicen cómo debemos producir, qué debemos producir y cuánto debemos producir. Por eso necesitamos un emperador, que ordene a las fábricas, uno grande y fuerte…»

Lo que leía esa señora sonaba como el libro para niños más extraño del mundo. Pero el gordo bigotudo dormía, roncando estruendosamente, tanto que la ropa en los tendederos (de oro) se volaba y las bombonas de gas (de oro) temblaban.

De pronto despertó y puso la televisión en un canal de noticias. Vio a un tipo moreno y mucho más jóven que él, hablando extensiva y pausadamente de un «cese de la usurpación». El gordo rompió en llanto y sus empleados se tapaban la boca para no reír.

Me golpeé con el borde de la cama cuando sonó la alarma.

Son espeluznantes estos sueños que nos permiten ver las cosas tal cual como creemos que son.

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