A diario vemos personas hurgando en la basura, niños pidiendo comida en la calle, motorizados que se comen la luz en los cruces peatonales o los policías matraqueando en las alcabalas. Nosotros, los caraqueños, pasamos gran parte del día luchando contra el tiempo. Buscamos distintas manera de quitarle la prisa a nuestros pasos, y una de ellas es –por excelencia- fumarse un cigarro y tomarse un café guayoyo.
Sin embargo, actualmente comprar el combo de café y cigarros en las aceras de Sabana Grande se ha convertido en un viacrucis tanto para los fumadores como para los vendedores. Todo esto lo descubrí cuando me di la tarea de sentarme a observar durante una hora a dos vendedoras.
Los adoquines del bulevar son testigos de la constante evolución de la economía informal caraqueña. Por sus calles han transitado vendedores de algodones de azúcar, mangos y tostones “adobados”, vasos de Nestea, cotufas, donas, entre otros. Después llegó el boom del «dúo dinámico».
Lo que hace 6 meses fue la sensación y causó furor en el bulevar, hoy día es un negocio cuesta arriba y muy poco rentable, aunque esto no detuvo a los “cafeteros”, quienes encontraron una forma para sobrevivir a la hiperinflación que atraviesa Venezuela desde noviembre de 2017: vender cigarros por puntos de ventas.
¿Una solución? No tanto. Algunos se las arreglaron para comprar un punto de venta electrónico ya que en las calles no hay efectivo. Otros, por ejemplo, recurrieron a terceros para que les hagan la segunda de prestarles un punto.
Es el caso de dos muchachos que están ubicados en uno de los banquitos del bulevar, cercanos a la estación del metro de Sabana Grande. Antes trabajaban en el Mercado Mayor de Coche, de 6:00 am a 2:00 pm, descargando los camiones y subiéndose a las espaldas los guacales hasta que un buen día se dieron cuenta de que el negocio del cigarro les proporcionaba mayores ingresos en menor tiempo.
Ambos llegaron a esa zona hace 3 meses, vieron un espacio vacío en un banquito y ahí se quedaron. Su puesto está conformado por cajas de Consul, Belmont, Chesterfield y Lucky Strike. Las cuatro marcas con mayor demanda en el bulevar.
Los precios de la unidad oscilan entre Bs 7.000 hasta Bs. 15.000. El Chesterfield el más económico de todos, y por consiguiente, el que tiene mayor demanda. “Ya casi nadie tiene efectivo porque en los bancos no hay… ¿Quién va a pagar un cigarro en diez mil bolos en efectivo?”, reclaman. Por eso se las ingeniaron con los dueños de una compra-venta de oro y plata que está cercana para que las personas paguen un cigarro con su tarjeta de débito.
“La verdad es que no nos queda mucha ganancia, pero igual uno resuelve con eso”, indicó uno de los muchachos, pues a ellos les cobran 15 % por pasar el punto en el local. Dijeron que se quedarán ahí hasta que ya no les sea rentable.
Un cigarrito y un café
Hace seis meses, Carlos González todavía vendía cigarros y café en la calle Unión de Sabana Grande. Su puesto estaba compuesto por un banquito plástico, un termo de café de 2 litros y tres marcas distintas de cigarros. Cuando hablé con él su negocio era próspero. De hecho, tenía clientela fija que pasaba todos los días a la misma hora, por lo general en el break del almuerzo, para comprarle el dúo dinámico: un café negrito y un cigarro.
Varios de sus clientes eran empleados de City Market, otros de los negocios que están cerca del puesto y las estilistas de una peluquería que está al comienzo de la calle.
Conversar con él fue complicado porque casi siempre estaba atendiendo a sus clientes. Entre un café y otro respondía las preguntas de la entrevista. En aquél momento, el único ingreso de Carlos era su pequeño negocio. Con lo que generaba a diario podía comer, pagaba la renta de la habitación y todavía le sobraba para tomarse un par de frías.
En marzo de 2018 Carlos ya no está. Abandonó la venta de café y cigarros hace dos meses porque con la crisis del efectivo y el costo indetenible del café, la azúcar, los vasos y los cigarros, le fue imposible continuar. En un último intento por no dejar morir el negocio, había decidido venderlos detallados y que le pagaran por transferencia. O si no, hacía lo mismo que sus otros compañeros y le pedía el favor a un local de papelería que le pasara el punto; posteriormente ellos le transferían.
“Ahorita el que tiene un punto es el que sobrevive”, lamentó. Ahora se encuentra en búsqueda de un trabajo que le dé lo suficiente para comprar, por lo menos, comida.
Sentada desde una acera en Sabana Grande, fue inevitable llegar a la conclusión de que después de todo, quizá mi mamá cuando lea este texto se sentirá feliz de saber que dejé el cigarro no porque quisiera, sino porque la escasez de efectivo y la hiperinflación me llevaron a matar el más común de lo vicios: un buen cigarrito y un café.