Deportes

Un fútbol sin raza

Escasos, muy escasos son los ejemplos que se encuentran en nuestro balompié de futbolistas que hacen ejercicio de exposición de sus ideas a través de las letras. Sinceramente (y presento excusas por no conocer a nadie más que lo haga) creo que el único que escribe públicamente es Ricardo Andreutti, volante defensivo del Deportivo Lara.

Publicidad
Fotografía: AP

Ciertamente la estadística aquí expresada puede ser o no reprochable (el futbolista debe saber jugar, anotar y evitar goles, no darle al teclado), pero me parece en mi modesta apreciación, que ese índice de escasez va muy ligado al título de esta columna.

Bueno. Escribía Andreutti días atrás en su recomendado blog personal, que el joven futbolista, el de ahora, el del nuevo cuño, no ve fútbol. Describe una experiencia personal de cómo compartiendo hospedaje en una concentración de su equipo le tocó convivir con un juvenil y éste dedicó su tiempo a revisar su teléfono personal, antes que dedicarle tan siquiera unos minutos a ver un par de encuentros de la Serie A por TV. Y es verdad: paradójicamente, cuando el poder mediático y de la tecnología nos inunda hoy día de todos y cada uno de los partidos de las ligas más importantes del mundo (y otras no tantas, como la nuestra), los chamos prefieren otras distracciones que observar (en todo el sentido del término) fútbol.

Y no me extraña esta realidad, lo que motiva a indagar por qué el joven jugador venezolano no se interesa por pasar el rato disfrutando un partido y prefiere otras trivialidades. La respuesta se encuentra en el arraigo y la formación del futbolista.

Recientemente me tocó narrar el partido de eliminatorias sudamericanas entre Perú y Argentina en Lima. El equipo de Ricardo Gareca, en pleno rejuvenecimiento y transición, luchaba codo a codo con la subcampeona de todo en su eterna e histórica cancha, el remozado Estadio Nacional. Ahí, un atacante con visibles rasgos indígenas como Paolo Guerrero iba al choque contra los encumbrados Otamendi y Funes Mori, dejándose la piel con garra y raza pura. Su fútbol destila algo más que una simple profesión, juega por Perú, juega por su gente, juega porque en su alma está tatuada la banda cruzada roja.

¡Ni qué hablar de Arturo Vidal en Chile, “Cebolla” Rodríguez en Uruguay o Javier Mascherano en la mismísima Argentina! El futbolista en esos países se desvive por defender los colores de su país, su gentilicio, su fútbol. Saben que detrás hay una historia que mantener, un patrimonio legendario que resguardar. Para ellos los títulos conquistados son valiosos, los hace grandes, pero más pesa sentir que preservan lo suyo, lo que los identifica. Saben que existieron los Spencer, Nasazzi, Carlos Alberto, Kempes y es un deber patriótico cuidan su memoria y legado.

Hagamos un ejercicio y preguntemos a cualquier futbolista venezolano de 18 años de edad quién fue Edson Tortolero o Wilfredo Alvarado. Pregúntele por la trayectoria de David McIntosh, indague en él a ver si ha oído hablar de las hazañas de Minervén o del mítico Portuguesa de los setentas. Le aseguro, respetable lector, que el interrogado no tendrá idea de qué se está hablando, aunque mucha culpa tenemos quienes nos encargamos de archivar esas memorias y no compartirlas con el mismo entusiasmo con el que las recolectamos.

En febrero pasado, el atacante argentino Diego Jara, vinculado a un club venezolano en aquel entonces, me preguntaba (como cuestión de vida o muerte) por cuál medio podía él ver el debut de Patronato de Paraná en la Primera División de su país. No quería dejar de disfrutar por nada del mundo ese momento inolvidable de ver al equipo del cual fue jugador, goleador e hincha, hacer su estreno en la máxima categoría del campeonato blanquiceleste. Es simple cuestión de identificación.

¿Cómo se le exige identidad a un chico cuyo técnico que lo dirige ni siquiera se acerca un domingo al estadio de su ciudad? ¿Cómo se pide arraigo, y eso que ahora gustan llamar “huevos” (o bolas, dicho en criollo sin argentinizar) cuando los juveniles de una institución futbolística de Primera División ven con terrible fastidio tener que ir el domingo a servir de recoge balones al campo donde jugará el equipo profesional?

En las etapas de formación, cuando se es chamo, se hace el futbolista verdadero, jamás después. Luego el tiempo le dará la experiencia para solventar distintas variantes de la carrera, pero no sólo se deben inculcar aspectos técnicos y tácticos a los niños en su crecimiento y aprendizaje (de los cuales también carecen los propios miembros de las selección absoluta y si no lo cree, chequee la forma de marcar de los laterales… ¡ninguno se perfila!), sino también ese elemento intangible que crecerá en el alma, el identificarse con los colores, en sentir correr por la sangre un sentido de pertenencia.

A la aseveración de Andreutti añado que el joven futbolista no vive para el fútbol y esa es una gran diferencia con el futbolista de élite. “Vivir para el fútbol” no significa abandonar las prioridades comunes de un ser social o ciudadano. Significa entender la importancia que para su vida tendrá la profesión, el cuidarse, el descansar, el comer bien, como recientemente revelara el hoy delantero de la selección española y el Manchester City, Nolito, quien por sugerencia de Luis Enrique en el Celta de Vigo, tuvo que dejar las galletas y el refresco y su rendimiento se disparó exponencialmente. Pásese por las loncherías ubicadas en los alrededores de un lugar de entrenamiento y certifique qué desayunan nuestros futbolistas.

El futbolista juega como vive. Decía en una entrevista Valerón, el eterno jugador canario, quien con 40 años aún se mantiene activo y aportando: “Cada persona nace con unos dones, que para mí te los da Dios. El futbolista, como cualquier artista, tiene unas cualidades. Y luego, tu forma de ver la vida y de ser te va formando tu manera de jugar. En el campo, uno juega como vive o como se toma la vida”. Es el secreto de esa profesión.

Por eso, cuando se cacaree pidiendo identidad al fútbol de Venezuela, seamos sensatos y analicemos primero, con un entorno como éste, si es posible exigirle muestras de eso a nuestros futbolistas en la cancha. Hay defectos que vienen de tan atrás en el tiempo que dificulto encontrar alguna solución inmediata o posible. ¿Inculcar raza futbolera? ¿Cómo si no la hay?

Publicidad
Publicidad