Venezuela

La catástrofe anunciada (y Nicolás Maduro ahí)

La paradoja más amarga del desarrollo de esta crisis, que se aproxima a tocar con toda su crudeza su momento más difícil, es que su advenimiento y sus consecuencias fueron advertidas de forma reiterada por todos los sectores vinculados al pensamiento económico en Venezuela.

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Todos, incluyendo, de forma sibilina, a varios de los que militan en el chavismo. Es decir: lo que estamos viviendo en Venezuela pudimos haberlo evitado.

Piense por un momento el lector la información de primer orden con la cual debe contar el alto gobierno. Los precios petroleros han bajado a partir de 2015; en los abastos no hay leche desde aproximadamente 2010. Piense en el tiempo que ha pasado sin que se tomen decisiones importantes.

Venezuela tiene planteada una crisis fiscal de alguna severidad desde más o menos el año 2011. En 2013, luego del comentado “dakazo”, Nicolás Maduro pudo haberse tomado un tiempo para una evaluación objetiva del comportamiento de la economía; del calado de la fuga de divisas; de las deudas que se acumulaban; de las cadenas de comercialización rotas. Pudo haber pedido otras opiniones. Pudo haberlo discutido con la Asamblea Nacional.

No se trataba de reconvertirse de un plumazo y asistir sumiso al Fondo Monetario Internacional. Se pudieron explorar, en lo económico, varias opciones de carácter intermedio; nuevos planteamientos cambiarios; una actitud más permisiva con la circulación y la formación de capitales para apuntalar el crecimiento económico más allá de los vaivenes petroleros. Eso que ha hecho Rafael Correa en Ecuador.

Aún manteniendo la orientación política deseada, el chavismo no estaría escribiendo esta dramática historia, con sabor a catástrofe nacional y a fracaso político, si no se hubiese empeñado, con la terquedad demente evidenciada, en restringir la inversión, conculcar derechos económicos, burocratizar los precios y fomentar de esta manera la ruina nacional.

Después de huir hacia delante de forma ininterrumpida, posponiendo demagógicamente ajustes responsables, espantando capitales, regalando el petróleo venezolano y endeudando a la República, Nicolás Maduro ha descubierto que no puede avanzar más. Que no puede seguir disimulando. Se le acabó el dinero y hasta los inventarios de comida. Ya no puede pedir más dinero prestado. Ha tenido que reconocer la emergencia.

Para afrontar el incendio, renuente, todavía, a tomar nota de lo prescrito en la derrota electoral del mes pasado, Maduro ha organizado otro teatral evento de carácter político. Sin el menor atisbo de rectificación.

El Presidente sólo tiene respuestas estatutarias al desarrollo de los problemas: a cada crisis, un nuevo seminario. Todo 2015 se nos fue escuchando los huecos sermones revolucionarios del presidente; sus promesas de revolcones y nuevos desarrollos para la economía socialista.

La inflación del año concluyente se encaramó en el 200 por ciento, y escribió un nuevo récord en la historia económica del país. Sólo será superada por la de 2016.

Como nunca antes, Nicolás Maduro está ofreciendo descarnadas evidencias. El Presidente no entiende el problema que tiene frente a sí. Su comportamiento, en consecuencia, es increíblemente irresponsable.

Su autoridad ante los ciudadanos, ante los mismos chavistas, se diluye, como la mantequilla en la plancha caliente. Las cosas se pueden poner peor, y a todo el mundo parece quedarle claro que Nicolás Maduro no podrá con lo que se avecina. Con la tormenta que él mismo se ha encargado de crear y alimentar.

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