Venezuela

La radicalización como método

La autocracia castro chavista usa el mecanismo de las mayorías electorales cuando siente el viento a su favor. De resto, siempre cuenta con la radicalización y las armas para gobernar con ínfima minoría.

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Foto: Andrea Hernández

Tenemos resistencia a escuchar lo que repetidamente dicen quienes nos gobiernan. Lo dijo Hugo Chávez y lo reiteran con obstinación Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y cualquiera de los mandones que hoy controlan el país: a la revolución no la acaba nadie y del gobierno no los sacan sino por la fuerza. Hay quienes prefieren pensar con un justo y lícito Nicolás Maduro abandonando el cargo después de un pacífico y cristalino referendo revocatorio.

Cada quien hace lo que sabe e imagina lo que quiere. Miguel Pérez Abad asumió el Ministerio de Industria y Comercio y la Vicepresidencia del Área Económica jurándose un excelso transformador de la turbia economía revolucionaria. Imaginó que lograría flexibilizar los controles de la economía, sincerar el sistema cambiario y ampliar la participación del capital privado en el maltrecho aparato productivo nacional.

El presidente de Petróleos de Venezuela, Eulogio del Pino, reconoció el desastre producido por la política de estatizaciones e imaginó la reactivación de la menguada producción petrolera con un torrente de inversión privada. Pronto el despido de Pérez Abad y la cayapa mediática con que los principales voceros de chavismo le cayeron a Del Pino por su pretendido plan de devolución de empresas mostraron la dirección del mando revolucionario: si no se cuenta con una mayoría, la radicalización es la mejor forma de gobernar como minoría.

El doble discurso del poder ha sido su principal aparejo de dominación. Mientras que por convicción propia y por mandato del gobierno la oposición se ha impuesto a si misma la camisa de fuerza de actuar mediante reglas que sólo ella respeta y acata, el gobierno exige democracia para terceros a la vez que se radicaliza: reprime y aumenta los presos políticos, declara abiertamente que jamás abandonará el poder, reta al mundo mostrando en su gabinete la cara del Narco-Estado, aprieta el puño sobre la economía y se aferra a sus principios castro-leninistas.

John Adams, el segundo presidente de los Estado Unidos, una vez dijo, en respuesta a un diputado John Taylor de Virginia: “Recuerda, la democracia nunca dura demasiado. También se gasta, se exhausta y se mata a sí misma. Nunca ha habido una democracia que no se suicide.” Con las heterogéneas fórmulas de las autocracias que usan el método democrático para radicalizarse y monopolizar el poder, la frase de John Adams ha tomado más vigencia que en el albor democrático de América.

La autocracia castro chavista usa el mecanismo de las mayorías electorales cuando siente el viento a su favor. De resto, siempre cuenta con la radicalización y las armas para gobernar con ínfima minoría. El artículo 350 es nuestro único recurso constitucional en contra de la satrapía.

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