Venezuela

El insomnio de la libertad

Yo he aprendido a querer a mi identidad madre como es: contradictoria, mágica, rural e ilustrada al tiempo, dicharachera y cursi a veces, menos elevada de lo que le exigimos, mucho más capaz de lo que hemos sido.

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Foto: Tuki Jencquel

Cada vez que empiezo escribir sobre algún tema (sea cual sea, siempre está afectado por mi relación con Venezuela), en el país ocurre algo impredecible, que cambia mi expectativa y visión sobre lo que vendrá.

Es un momento estelar, insomne, demandante. Cada segundo le pasa el testigo al siguiente sin poder darle mayor agenda. Sólo los poderosos, secuestrados en su tiranía, tienen celda para calcular desde su hueco cómo tratarán de aferrarse al poder.

Pero no cuentan con lo que más temen, porque es lo que menos conocen: la libertad. La libertad es como la muerte: siempre llega. Es inmanente al ser humano. Y no respeta calculo, ni consejos cubanos, ni planificación maquiavélica.

Hoy la Asamblea define qué sansión legislativa le toca al fugado, ilegítimo y vergonzoso tirano que heredó el poder de Venezuela. La gente se prepara para salir mañana a la calle con un ánimo que desde hace mucho no se sentía.

El mundo todo condena las triquiñuelas que ya no le permiten a nadie hablar sino de dictadura.

Y la MUD, que estaba en su mejor momento, de pronto se enredó con su manejo de las comunicaciones respecto a un supuesto diálogo en el que, ni el más creyente, puede ir a refrendar si no es con condiciones, después de todo lo que ha pasado.

Yo he aprendido a querer a mi identidad madre como es: contradictoria, mágica, rural e ilustrada al tiempo, dicharachera y cursi a veces, menos elevada de lo que le exigimos, mucho más capaz de lo que hemos sido.

Nuestro país ha sido capaz de germinar gran literatura, obras, programas públicos y educativos, y su propio concepto de nación, desde hace apenas un siglo, cuando Gómez convirtió la idea del Estado, en una práctica real.

Pero también hemos padecido las consecuencias de la pobreza, la corrupción, la idea mágica de que somos ricos, y unas ínfulas que nos han hecho creernos pueblo elegido. Cuando nuestra mayor virtud es precisamente la de ser un pueblo noble, maleable, abierto, receptor y universal.

Y es verdad que padecemos la herencia militarista que tanto ha marcado nuestra historia. Pero más cierto aún es que, en un país acostumbrado a producir movimientos libertarios, una vez más ha llegado ese momento, el momento de la libertad.

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