Venezuela

Chacao 30-J: película de guerra

A las 12:30 del mediodía del domingo de desangramiento de la democracia venezolana me sentí metido en una película de guerra tipo Operación Anthropoid.

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Foto: Miguel Gutiérrez | EFE

Había huido de las bombas lacrimógenas cerca de la plaza El Indio y fui uno de los primeros que, con disimulo, me metí dentro de la iglesia San José de Chacao buscando refugio.
Poco después me siguieron aproximadamente 100 manifestantes, esta vez de manera mucho más desordenada y en tropel, incluidos varios muchachos de la resistencia con toda su parafernalia de cachuchas, máscaras, guantes y anteojos protectores.
Los PNB habían subido hacia la Plaza Bolívar lanzando bombas. No sólo estábamos en plena misa, sino en pleno sermón. Era uno genérico, acerca de las dificultades que pasa el pueblo de Dios. Chico, Dios mío, ¿por qué nos has abandonado?
“Cierren los portones laterales, que yo cierro el principal”, dijo el joven y fornido padre de tez morena (desconozco su nombre). Intentó continuar el sermón que ya había comenzado. Nos dio la bienvenida a los refugiados pero nos pidió que respetáramos el recinto, en el que apenas unos minutos antes había sonado una guitarra y una pandereta.
Los muchachos de la resistencia estaban muy tensos, pegando gritos y asomándose por la rendija de debajo de los portones, y de manera comprensible: si los policías decidían allanar la iglesia, no tendrían escape. La situación era muy peligrosa si a alguien se le ocurría lanzar una bomba dentro o cerca del templo. Los rezos rutinarios de la misa se confundieron con los rezos de emergencia de los que habíamos buscado guarecernos en la casa del Señor.
Pasaron unos 20 minutos y algunos pudimos salir. Afortunadamente no pasó ninguna desgracia, al menos mientras estuve allí. Perdona a tu pueblo, Señor, por irnos antes de la comunión.
Este aciago 30-J, desde las 10:00 am, caminé desde el municipio Libertador hasta Chacao, con la intención de al menos asomarme en la frustrada concentración de la oposición en la autopista Francisco Fajardo. Pocas veces fue tan marcado el habitual contraste entre las dos Caracas.
El Oeste, al menos el Oeste por el que yo pasé (avenidas Fuerzas Armadas, Panteón y Andrés Bello), con menos gente en la calle incluso que un domingo normal. Muy pocos votantes. Repito: sólo puedo hablar por los centros de votación por los que yo pasé, no por “el Oeste”. Pero todo extremadamente tranquilo.
Chacao, más o menos a partir del santuario de Neomar Lander  en la parte baja de la avenida Libertador, era zona de guerra. El espectáculo era como el de un futuro arrasado, con la basura regada por toda la avenida Francisco Miranda. Vi al diputado Richard Blanco con rostro de disposición al martirio.
Los manifestantes sonaban piedras contra la baranda metálica que separa los dos canales vacíos de automóviles. La gente botó todos sus cachivaches viejos para trancar la vía, incluidos clásicos cinematográficos en formato VHS a los que les sacaron las tripas, es decir, las cintas magnéticas. La obra en construcción que está al lado de la plaza El Indio estaba siendo saqueada por algunos chamos de la resistencia para usar los materiales en las barricadas. Ningún comercio abierto en el casco histórico, ni siquiera el cibercafé Korsaka que abre hasta el primero de enero.
Puedo entender 100% lo que vi en Chacao, porque es lo que probablemente puedes esperar cuando le trancas a unos ciudadanos todas sus posibilidades de expresión política y de realización personal. E igual no me agradó y tampoco comparto el grado de caos y furia que constaté. No es un buen síntoma para nadie.
Sigo pensando, de manera probablemente muy ingenua, que la resistencia cívica en Venezuela debe ser pacífica, incluso todavía más en este momento. Estoy convencido de que es el método más efectivo a largo plazo y con el que más podemos, valga la redundancia, convencer.
Ante tanta anomia, cuesta mucho imaginar cómo podrá restablecerse a mediano plazo algún tipo de pacto social. Y eso sin contar la explosión aparentemente teledirigida que se produjo también al mediodía cerca de la Plaza Altamira, otro síntoma peligroso de una nueva fase de violencia.
Chacao era una película de guerra en domingo y yo prefiero quedarme con la memoria de un lunes, también aciago: el 16 de agosto de 2004. Ese día, bajo una pepa de sol y cuando todo parecía perdido, Maritza Ron salió a protestar pacíficamente después de la victoria de Chávez en el referéndum revocatorio. Fue asesinada por pistoleros. Moíses Naím le dedicó un artículo en Newsweek, titulado “Tristes pistas de un futuro sangriento”. Ese futuro ya está aquí y nos necesita racionales.


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