Los líderes reflejan la sociedad que dirigen, como espejo que devuelve la imagen de quien en él se mira. Hugo Chávez, mucho más que expresión directa, se sentía emanación o personificación del pueblo venezolano. En su pensamiento, y en el de sus seguidores, él era el pueblo mismo, el corazón de su gente. Recep Yayyip Erdogan se ve a sí mismo, de la misma forma, como representación de la voluntad popular. Y no podía quedarse atrás, obviamente, Vladimir Putin, encarnación de la Rusia entera, de su historia, hasta de sus infinitas montañas y estepas.
Las formas de gobierno, por demás, son difíciles de superar. Cada nación tiene su estilo. Por años, con la obsesión etnocéntrica de la sociedad occidental, creímos que la democracia liberal era un modelo exportable a todas las longitudes y latitudes. Vista la deriva autoritaria y populista del mundo entero, cabe descifrar que el liberalismo tan solo pertenecía a una cultura muy particular.
Los pueblos tienen preferencias por cierto tipo de mandatarios y tanto los aúpan como se acostumbran a su mando. Rusia fue tradicionalmente gobernada por un Zar. Durante 72 años estuvo bajo la garra implacable de una forma de dictadura más asfixiante y totalitaria que la del Zar, y nuevamente vuelve a estar bajo el mando de, técnicamente, un nuevo Zar: Putin. A todas luces, los rusos no soportan las libertades. China fue durante miles de años un imperio.
El Emperador fue sustituido por Mao Zedong, objeto de un culto a la personalidad más obsceno que la adoración al “Hijo del Cielo”, como llamaban a los portadores de la corona de la dinastía Quing, y ahora, después de la gran transformación capitalista, Xi Jinping vuelve a concentrar poderes y ambiciones imperiales. Recep Erdogan tiene ya todas las prerrogativas de un sultán así como Nicolás Maduro se comporta como un abusador y un patán.
¿Cómo no evocar, con la revolución bolivariana, a la caterva de militares altaneros, incultos y alzados, que azotaron Venezuela durante todo el siglo XIX, esas emanaciones del primitivismo y el personalismo político venezolano que no terminamos de superar? El liderazgo es un proceso fundamentalmente afectivo, mucho más que utilitario y racional, y, precisamente, por ello, las teorías de la identidad social tienen mucha más capacidad explicativa que cualquier otra cuando se trata de comprender el extraño vínculo entre líderes y seguidores. Las personas responden a sentimientos de pertenencia e identidad más que a ideas o argumentaciones políticas. A pesar de ello, no creo que Joseph de Maistre, o cualquiera a quien se ha atribuido la fatídica frase con que comencé este artículo, tenga razón.
Las naciones no se merecen a los mandatarios que tienen. Los tienen como producto de particulares circunstancias y momentos históricos pero las sociedades superan ampliamente a su líderes. Venezuela no se merece a Nicolás Maduro. Los entes colectivos como substancias abstractas y holistas no existen, no son más que agregados de los individuos que las componen con toda su complejidad y diferenciación.
Y así como no podemos juzgar a la sociedad norteamericana por la escogencia de Donald Trump, tampoco podemos valorar nuestro país con base en el proceso regresivo que accionó la revolución bolivariana. En la escogencia y seguimiento de líderes concurren todo tipo de sesgos cognitivos, errores heurísticos y distorsiones emocionales.
Hasta los mismos mecanismos democráticos sufren de un defecto principal que es su ciega adscripción al equivocado modelo de la acción racional. Las relaciones de poder se fundamentan sobre la inferioridad. El poder toca y congrega aquellos puntos de la personalidad en que somos inferiores.
Con frecuencia actuamos desde la inferioridad psicopática, tomamos decisiones erradas y actuamos ciegamente. Pero ello no significa que seamos inferiores en todos los aspectos. Los líderes tóxicos como los que hoy pululan tan sólo reflejan una personalidad parcial, no el complejo engranaje de personalidades múltiples que somos todos.
@axelcapriles]]>