Venezuela

Se murió Belkis y la bebé también

Mientras la inconstitucional, írrita y nula Asamblea Nacional Constituyente intenta adueñarse de todas las instancias del país y encima, con la fulana “Ley contra el Odio” pretende acallar las voces críticas que quedan en este país, la tragedia venezolana sigue su camino de dolor, sufrimiento y muerte.

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La crisis humanitaria que ha debido haberse declarado hace más de un año ha escalado cimas impensables en un país petrolero. No sólo es la falta de medicinas imprescindibles. Es la reaparición de enfermedades que desde hace tiempo habían sido erradicadas y que ahora -por la falta de vacunación, contaminación ambiental y déficit de insecticidas y fumigaciones- han reaparecido. La difteria es sólo uno de esos casos. Hace más de un año, cuando expertos en el área denunciaron que la difteria podía convertirse en epidemia si no se detenía a tiempo, los “sabios” del gobierno pontificaron que se trataba de una “guerra mediática”, de la misma manera como hoy dogmatizan sobre la “guerra económica”. Pamplinas y más pamplinas.
En Venezuela también hay malaria –con un agravante, el plasmodio falciparum redivivo- el más peligroso de todos los plasmodios que causan la enfermedad. A principios de octubre El Nacional reportó que “de acuerdo con el epidemiólogo Luis Miranda, que trabaja en la localidad de Bolívar llamada Caicara del Orinoco, el caso de la malaria ya «está en este momento con una trasmisión tremenda, porque de cada 100 muestras que se toman -en Bolívar- 90 están saliendo positivas».
En Venezuela hay dengue, zika, chikungunya. Hay sarampión, una enfermedad que había sido erradicada y que ahora vuelve potenciada a atacar una población desnutrida y débil.
Los casos más patéticos son los de las enfermedades crónicas. Aquí la Constitución Nacional consagra el derecho a la salud, pero eso no es más que letra muerta. Hay dinero para montar elecciones, pero no para comprar remedios. Hay dinero para encargar armas para asesinar a quienes protestan, en su mayoría jóvenes, pero no para traer tratamientos como la eritroproyetina para las diálisis y los retrovirales para los HIV positivos. Hay dinero para seguir raspando las ollas que quedan, para que Nicolás Maduro baile en cadena nacional, para fuegos artificiales y cohetones para celebrar quién sabe qué “éxito” de la revolución, pero en nuestros hospitales la gente muere de mengua.
Quiero referirme a la desgracia que le ocurrió a Belkis Solórzano, de San Fernando de Apure, una paciente trasplantada de riñón hace 13 años, quien murió por falta de medicamentos (presumo que esteroides), que evitaban que su cuerpo rechazara el órgano. En el caso de los trasplantados, esos medicamentos no deben pararse nunca, pues si se dejan de tomar un solo día, el cuerpo comienza el proceso de rechazo. Belkis dejó de recibirlos hace tres meses. La mañana del día que murió, grabó un video, que hoy queda como testimonio del fracaso de una revolución que usó como bandera el amor a los pobres, su reivindicación y su inserción dentro de la sociedad. “Perdí la vida, así como muchos trasplantados que han perdido la suya…”, dice. Su actitud es de resignación. Una mujer joven aún que se entrega a la muerte por culpa de un régimen que la usó, como una trilla, y la escupió como bagazo. Cuando el entrevistador le pide un mensaje para las autoridades, ella responde que “no piensen en nosotros, sino en que a ellos también les puede pasar”. Me dolió la ingenuidad de Belkis. Ninguna autoridad muere en Venezuela por falta de medicinas ni por falta de nada. O las traen o se tratan en el exterior… Ellos sí son unos privilegiados. Para muestra Elías Jaua, que asegura que en Venezuela por primera vez los venezolanos comen completo y con las proteínas necesarias. O es un imbécil sin remedio, o un cínico sin límites.
Me gustaría que antes de seguir diciendo babosadas, Elías Jaua supiera de otro suceso que me conmovió hasta los tuétanos: el de la bebé que murió la semana pasada en el Hospital de Guaiparo en Bolívar. Tenía un año y cinco meses y pesaba 4 kilos. ¡4 kilos! lo que pesan muchos bebés cuando nacen, claro, de madres bien alimentadas. Falleció por desnutrición, dice el parte médico. Pero los venezolanos sabemos que murió por desidia, por negligencia, por indiferencia, por corrupción, por injusticia, por abandono… Pero el caso de esa niña no es el único. En ese hospital han fallecido por desnutrición 41 niños en lo que va de 2017, según médicos que prefirieron permanecer bajo anonimato. En este momento hay otros hospitalizados, como Gilberto Mendoza, un niño de tres años que pesa sólo 11 kilos, quien ya no tiene fuerzas ni para llorar, como aún lo hace su hermano de 1 año. Llora de hambre. Son waraos. Carmelita, la madre, se los quiere llevar del hospital, donde no hay ni paracetamol para bajarles la fiebre.
Carlos Ruiz, sacerdote católico, refiere que, en efecto, los niños se están muriendo por falta de alimentos. El drama de hambre y muerte se extiende como una sombra sobre el país petrolero. Pablo Hernández, miembro del Observatorio Venezolano de la Salud dice que “más del 60% de la población infantil está desnutrida”.
Frente a ese bodrio que es la “Ley contra el Odio”, levanto mi voz y grito: ¡No es odio, carajo! ¡Es rabia, es indignación, es dolor de patria! ¡Es exasperación, es cólera! ¿Cuántos venezolanos más tienen que morir por culpa de este régimen que no da su brazo a torcer de que se equivocó, además de ser el más corrupto de todos los que hemos tenido en Venezuela?
Ya basta, ya basta, ¡ya basta!
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