Hugo Chávez no era un nombre que causara revuelo mediático antes de 1992. El 4 de febrero de ese año un golpe de Estado intentó deponer el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez. La sublevación militar coordinada por cinco tenientes coroneles —Hugo Chávez, Francisco Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos, Jesús Urdaneta y Miguel Ortíz Contreras— fracasó, pero el oriundo de Barinas pronunció un discurso en televisión que le hizo sumar algunos simpatizantes. Él, un delgado y calmado uniformado para ese entonces, asumió la culpa y la derrota y sentenció que, aunque los objetivos no se habían alcanzado, pronto llegarían “nuevas situaciones” para hacerlo. Esa alocución, su posterior aprehensión y continuo sobreseimiento lo catapultaron en el colectivo venezolano. La insurrección militar fue producto de la “Operación Zamora”, un plan para derrocar al gobierno bajo el alegato de ponerle fin a la crisis económica, la incompetencia y la corrupción del liderazgo civil, ideas que promulgaba el MBR-200. Algunos vieron en él la expresión de un descontento que surgió a la hora de apretar cintura en el país acostumbrado a las vacas gordas. Así fue como seis años después pasó a ser candidato presidencial.
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