La solidaridad encara a la crisis en Petare para alimentar cientos de niños

A pesar de la crisis económica, está fundación ha conseguido subsidios provenientes de venezolanos y empresas en el exterior que hacen donaciones para ayudar a los niños de este barrio, que es considerado como el más grande del país.

La coordinadora de la fundación, Alejandra Martínez, explica que para que abra un comedor tienen que tener asegurado un año completo de almuerzos para los menores.
Martínez detalla que cada niño le cuesta a esta organización un monto de 0,17 centavos de dólar y aunque el tema de encontrar los alimentos es difícil, establecieron alianzas con comerciantes de Petare para obtener las verduras y productos regulados.

En la mesa hay platos llenos con caraotas, carne mechada, arroz y plátano frito, acompañados de un vaso de jugo de mora. Ante este menú, la alegría de los pequeños se podía percibir y era claramente visible en su mirada.
Desde enero de 2018, la grave crisis económica que golpea a Venezuela se incrementó de forma acelerada. En ese sentido, la madre Ivone, miembro de Fe y Alegría, relató que entre 2017 y lo que va de año abandonaron las aulas cerca de 500 menores porque no tienen que comer. De esa cantidad 250 están en estado crítico, mientras otros registran sobrepeso, pero no es porque coman mucho, sino porque se alimentan únicamente con pasta.

«Cuando conversaba con las madres me decían: Ivone no puedo mandarlos, necesitan comida». Ella esta clara en que unos niños con estómagos vacíos no pueden tener un rendimiento óptimo y por eso toman el concepto de la solidaridad para darle una alegría a los menores.
La hermana ve con preocupación que Venezuela sufra las consecuencias de tener una gran cantidad de niños hambrientos que son el futuro del país y que no van a las aulas. «¿Quiénes tomarán el relevo?, se preguntó.

-Madres a la carga-

En este nuevo comedor las madres tienen un papel fundamental. Son ellas quienes preparan las comidas que llegan una vez a la semana. Olga Martínez de 35 años, quien perdió su trabajo como mesera en un restaurante hace seis meses porque el local cerró sus puertas, es una de ellas. Desde hace dos años no come tan bien como quisiera.
Es madre de siete niños: cuatro viven con ella y los otros tres se fueron a Mérida con el padre. Las manualidades que vende de vez en cuando la ayudan a subsistir, pero no es suficiente para superar el temor de ir a un mercado y no tener con qué pagar.

Sobreviven con platos llenos de arroz. Sin embargo, hubo un día en el que comieron sólo yuca, y en la noche no pudieron hacer nada. «Acosté a los niños más temprano como a las 8:00 PM, para que no sintieran la falta de la cena», confiesa.
Su meta es que los pequeños coman y dice que si ella no lo hace «le da igual», por ese motivo sale a las 4:00 AM a buscar las provisiones, pero se le dificulta porque el transporte no llega al sector 10 de José Felix Ribas.

Es así como esta dama forma parte de una plantilla de mujeres abnegadas que dan algo más que alimentos a un grupo de menores que les ha tocado vivir una de las situaciones más difíciles del país. Mientras tanto, Olga Martínez también come con la satisfacción de ver a sus hijos hacerlo y agradece a la fundación todo lo que han hecho por ella.

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