Hace un par de meses mirábamos en un análisis sobre las internas en Uruguay la situación de Venezuela como tema importante en la agenda política. Ganó un espacio gigantesco, avanzando hasta posicionarse como una instancia en la que los contrastes son o no aceptados. Así de polarizante.
En la otra orilla del Río de la Plata también se habla de Venezuela todos los días. Y aunque Argentina y Uruguay tienen problemas, desafíos y fortalezas diferentes, siguiendo su configuración institucional, social y cultural propias, comparten la preocupación por lo que sucede al norte del sur, donde la ola migratoria y la terrible crisis humanitaria muestran con cientos de miles de testimonios, la crueldad de la dictadura. Justamente ha sido este último término, “dictadura”, el que más controversia ha traído.
El FA, ahora sí
La prensa uruguaya abrió el lunes 29 de julio de 2019 con un giro importante en el discurso del gobernante Frente Amplio. Tres de sus voceros más destacados dijeron, por primera vez, fuerte y claro, que el gobierno de Nicolás Maduro era una “dictadura”. Sin comas ni tachaduras. “Dictadura”. Los protagonistas del viraje: Danilo Astori, ex vicepresidente y ministro de economía del gobierno; José Mujica, ex presidente; y Daniel Martínez, actual candidato a presidente de la coalición progresista. Foro de San Pablo mediante, pues el FA suscribió el acuerdo del bloque regional de izquierda que apoyó al “gobierno constitucional de Maduro”.
La bisagra fue el Informe de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet. Este hito marcó un antes y después de la crisis. Nadie en el mundo de los partidos de izquierda pudo salir a criticar, con argumentos sólidos y relevantes, el crudo anuncio de la ex presidenta chilena.
No faltaron analistas y opinadores que adjudicaron el cambio de apreciación y el uso de la palabra “dictadura”, tan evitada por la dirigencia frentista para el caso venezolano mientras todas las alarmas estaban encendidas contra gobiernos de otro signo como el de Jair Bolsonaro en Brasil, al escenario electoral vigente, en el que los progresistas corren con la popularidad más baja desde que el FA llegó al gobierno nacional en 2005 y la migración caribeña, principalmente de ciudadanos venezolanos y cubanos, sigue en ascenso. ¿Si Venezuela y Cuba son las hechuras de un socialismo posible, por qué la gente huye en estampida? Una pregunta que cada tanto despierta a tirios y troyanos. ¿Por qué ahora y antes no? ¿En qué cambia esto?
La consideración de máximos referentes del partido de gobierno tiene un peso importante en la brújula del gobierno. Sin embargo, no hay indicios de que la política exterior de Tabaré Vásquez tenga ajustes antes del término de su mandato: Uruguay apuesta por la neutralidad participando en dos de las tantas instancias abiertas al diálogo Maduro-Guaidó: el Mecanismo de Montevideo (junto a México como principal socio) y el Grupo Internacional de Contacto (en sociedad con la Unión Europea).
#SraCristinaLeCuentoQue
La vecina Argentina también vive el suspenso del debate sobre Venezuela. El gobierno de Mauricio Macri ha sido uno de los actores clave contra el régimen de Nicolás Maduro en el plano internacional, no obstante, la oposición a Cambiemos, liderada por la ex presidenta y ahora candidata a vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, que antes había reivindicado el “proceso revolucionario” venezolano, también tuvo una vuelta de tuerca en su perspectiva.
Menos repentino que el caso uruguayo y más “gradual”. Desde hace unos meses la distancia entre el sector peronista de la ex mandataria y el gobierno de Maduro se ha acrecentado, al menos en lo que a discursos y tweets respecta. Acomodos estratégicos de una candidatura que ha tenido muchas sorpresas para las elecciones de octubre.
Pero el pasado no desapareció, sigue ahí, latente. Los años de gobiernos kirchneristas, amigos esenciales del socialismo de Chávez y Maduro, no se borraron del registro. Menos en una sociedad tan digitalizada. ¿”Memoria” líquida diría Zygmunt Bauman?
Cristina Fernández criticó a Mauricio Macri por los efectos de su política económica actual y en el marco de la presentación de su libro autobiográfico en la ciudad de Mendoza deslizó esta frase: «Sorry, con la comida estamos igual que Venezuela». Increíble comparación que devino en una hemorragia de comentarios en redes sociales, tanto de argentinos que recordaban la camaradería chavista de la época de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, como de los emigrantes venezolanos que daban cuenta del abismo entre la realidad argentina y el caos de Venezuela.
#SraCristinaLeCuentoQue, fue la etiqueta tendencia en Twitter para distanciar la hambruna ocasionada por el régimen de Maduro, con abundancia de cifras y conclusiones del informe Bachelet.
El ajedrez político, Bachelet mediante
El ejercicio de la flexibilidad es a la política lo que la política es al poder: todo. No es extraño un giro en las posiciones ni una reingeniería que busque un posicionamiento estratégico distinto. En la carrera electoral se acomodan las piezas. Venezuela como tema no es la excepción. Es una noticia constante. Que empuja la opinión. Que vibra en las calles con su diáspora incalculable. Que exige solidaridad por su crisis devastadora.
En ese contexto, el Informe Bachelet se inscribe como una marca que distancia el ayer del ahora, y que ha servido para el reajuste de la plaza política, por lo menos en lo que a Venezuela respecta, a todas luces la crisis más terrible en toda la región.
Con estos cambios de posiciones, sustantivos en la campaña electoral rioplatense, ¿habrá espacio para una iniciativa colectiva coordinada en torno a la defensa de los DDHH? ¿Es posible un apoyo a la oposición venezolana que lucha contra la adversidad del régimen y todas las atrocidades que fueron registradas por la alta comisionada de la ONU? ¿Ingenuo pensarlo o realmente viable?
Son preguntas que nos deja esta vuelta de tuerca. Para buscar una solución regional a un problema regional, hay que consensuar una definición. El reconocimiento de la “dictadura” de Venezuela, por parte de referentes del espectro político argentino y uruguayo que antes miraban a otro lado, es un avance en favor de la democracia y del aislamiento del gobierno de Maduro.